Victoria sonrió con desprecio. —¿Lo has oído? Tu hija y mi hijo están divorciados. No vuelvas a molestarlo.Los ojos de Catalina temblaban de dolor mientras miraba a Alejandro. —Me disculpo en nombre de Luciana.Alejandro soltó una risa amarga. —Ni, aunque te arrodillaras cambiaría algo. Tu hija dijo que prefería morir antes que volver conmigo.Su voz denotaba rencor. Tenía que admitir que esas palabras de Luciana lo habían herido demasiado. También tenía su orgullo. No iba a arrastrarse suplicando una reconciliación después de lo que ella había dicho. Además, no era precisamente la única mujer en el mundo.—¡Ven a disculparte con Alejo! —gritó Catalina a su hija.Luciana sintió un sabor amargo en la garganta. Tomó a su madre del brazo. —Vámonos, mamá.—Ya que están divorciados, mantente lo más lejos posible de mi hijo —le recriminó Victoria con su habitual crueldad—. Nunca aprobé este matrimonio desigual. Me alegro de que haya terminado.Catalina se rebeló. —¿Qué tiene de malo mi hija
Alejandro se dio la vuelta y entró al bufete.Victoria sonrió satisfecha. —Perfecto, me encargaré de todo.La heredera de los Campos aún estaba soltera. Quizás esperaba precisamente a su hijo...Catalina, en absoluto silencio, seguía a Luciana, quien caminaba sin rumbo fijo.—Luciana —susurró Catalina, tirando suavemente de su blusa.—¡¿Cómo?! —gritó enfurecida Luciana.Catalina se sobresaltó. Hoy había comprendido que su hija no había sido feliz con los Morales, que había sufrido muchísimo.¡Ay! ¿Cómo no iba a dolerle el corazón por su única hija?—Quizás este es nuestro destino... estar pobres. Ya está, déjalo así. No volveré a molestarte con esto. No sufras más.Luciana se detuvo de golpe y miró fijamente a su madre.—Ay, fue mi culpa —se disculpó en ese momento Catalina—. Me dejé deslumbrar por el dinero...—Mamá —Luciana la abrazó, dejando finalmente salir sus emociones.—Mi niña, cuánto has sufrido —Catalina le acarició con dulzura la espalda—. No te preocupes, tu padre y yo aún
Luciana pensó que sus ojos la engañaban al ver esa fugaz sonrisa.—Vamos —dijo él.—¿Adónde?—Cuando tu jefe te dice que hagas algo, lo haces sin hacer tantas preguntas —respondió con agrado mientras caminaba.Luciana lo seguía trotando. —Abogado Campos, ¿puedo hacerle una sugerencia?—Dime —contestó en ese instante sin detenerse.—¿Podría caminar más despacio?Sebastián se detuvo y la miró con intensidad, bajando la vista hasta sus piernas. Con total seriedad, comentó: —Ah, es que tienes las piernas cortas.Luciana suspiró resignada. Era alta para ser mujer y tenía proporciones de modelo, ¿cómo podían ser cortas sus piernas?Sebastián reanudó la marcha, más lentamente. Ahora Luciana podía seguirlo sin necesidad de trotar.La persona con la que se reunió Sebastián era claramente importante. Aunque Luciana no sabía exactamente quién era, lo dedujo por el lugar de la reunión y la conversación. Era un caso internacional bastante complejo.Frente a aquel imponente magnate, Sebastián no se
Luciana lo negó y retrocedió, haciendo un ligero gesto de despedida a Sebastián.Cuando las puertas del ascensor se cerraron, se ajustó el abrigo. El estacionamiento subterráneo era espacioso y las corrientes de aire lo hacían muy frío.Encogida, caminó directo hacia la salida, donde el frío parecía incluso más intenso.Regresó al bufete, donde había un piso lleno de libros, incluyendo algunas ediciones especiales. Decidió ir a echar un ligero vistazo.El tiempo de estudio pasó volando. La oscuridad llegó sin que se diera cuenta, y las luces automáticas se encendieron.Su celular vibró en ese momento en el bolsillo. Al ver que era Daniela, contestó inmediatamente.—Sal, te invito a cenar.—¿Desde cuándo tan mandona?—¿No es así como hablan los jefes poderosos?Luciana soltó una pequeña risa.—¿Dónde?—Calle Río Verde, número treinta y dos.—Bien, dame treinta minutos.—Vale.Tras colgar, Luciana devolvió el libro a su lugar. Al salir y cerrar la puerta, las luces sensibles al movimient
Andrés sabía muy bien que Daniela hablaba así no solo para ayudarlo, sino también para molestar a Alejandro. A él no le importaban las intenciones de ella, solo le interesaba lo que pensara Luciana.La miró con esperanza. —Luciana, dame una oportunidad. No te lastimaré como Alejandro, te entregaría hasta mi vida si fuera necesario.En otro tiempo, palabras así la habrían conmovido hasta las lágrimas. Pero después de sufrir por amor, ¿cómo podría volver a confiar tan fácilmente en un hombre?Aunque sabía que lo lastimaría, tuvo que rechazarlo. —Andrés, acabo de divorciarme, y sabes por qué. Lo siento, pero no puedo empezar otra relación.Andrés frunció el ceño, abatido. —Quizás me precipité demasiado. Estaba tan ansioso por aprovechar la oportunidad que no consideré tus sentimientos. No me rechaces definitivamente, ¿sí? Te daré tiempo, solo déjame una pequeña luz de esperanza.Daniela le dio un codazo a Luciana. —Vamos, otros pasan página rápidamente, ¿por qué tanto drama?Luciana sonri
Luciana suspiró. Se sentía como un peón en un juego.Andrés pareció leerle el pensamiento. —Yo soy el verdadero peón aquí.—Andrés... —dijo Luciana, apenada.—Incluso si soy un peón, lo acepto gustoso —se adelantó Andrés a declarar.Luciana suspiró resignada. —Siempre serás mi buen amigo.Era una forma sutil de expresar sus sentimientos.La mirada de Andrés se apagó de repente.Alejandro, parado en la acera, observó a Luciana subir al auto de Andrés.Daniela, también en la acera, le hizo una seña obscena con el dedo.Alejandro frunció el ceño, pero lo ignoró.Abrió la puerta del auto para María.Ella se inclinó para entrar.Él subió solo después de ver partir el auto de Andrés.Su expresión era sombría.Agarraba el volante con tanta fuerza que se le marcaban las venas.—¿Seguro que estás bien? —preguntó María al notar su fuerte expresión.—Sí —respondió Alejandro, intentando componerse.Quería concentrarse en conducir, pero solo podía pensar en Luciana.Apretó con rabia los labios. Se
El silencio de Andrés fue como una sutil confirmación.El ánimo de Alejandro mejoró inexplicablemente.Esbozó una amplia sonrisa. —Te invito una copa.—No voy —rechazó Andrés.—Si quieres perseguirla, hazlo. Estamos divorciados, tienes derecho... si es que puedes conquistarla —dijo Alejandro, la última frase estaba rebosante de confianza.Creía que Luciana había rechazado a Andrés porque aún lo amaba a él.Su irritación anterior se había desvanecido por completo.—Quizás me excedí ese día —lo reconoció Alejandro.Andrés no era rencoroso y tenían años de amistad.—Como dices, puedo intentarlo —antes había estado enamorado en secreto de una mujer casada, lo cual no era correcto.No guardaba rencor alguno por lo ocurrido.Solo quería saber la postura actual de Alejandro.—Sí, puedes —confirmó Alejandro.Andrés se tranquilizó un poco. —Olvidemos lo del otro día. Vamos.Se subió al auto de Alejandro.Fueron al club Costa Brillante, su lugar habitual. En el camino, Andrés llamó a Ricardo y J
El día que su esposo la llevó ante el tribunal, afuera llovía intensamente.Durante los siete años desde que se enamoraron hasta su matrimonio, Luciana siempre creyó que él la amaba y que su matrimonio realmente era feliz.Hasta que, por las palabras de Vanessa Montoya, él mismo la arrastró ante la justicia.El juez procedió a exponer el caso sobre la supuesta posesión de sustancias ilícitas por parte de Luciana:—El día 23 de este mes, durante un control de alcoholemia en la Calle Celestia, se encontraron sustancias prohibidas en el vehículo conducido por Luciana Torres. Hoy procedemos con la audiencia de este caso.—Parte acusadora, proceda con la lectura de cargos.Alejandro se puso orgulloso de pie. Su figura alta e imponente, vestido con traje negro, le daba un aire severo y penetrante. Al mirar a su esposa, sus ojos solo reflejaban una gran decepción e indiferencia.—El 23 de noviembre, Luciana Torres conducía un sedán blanco con matrícula V8861, donde se encontraron cinco gramos