—¡Silvi! ¿Estás bien?
Ella asintió, sonándose la nariz con una risita temblona desde la cocina. Se había parado de un salto apenas terminara el clip, tratando en vano de contener las lágrimas.
—Pero éste no es el video que tienen en YouTube —terció Claudia.
—Porque no es el video oficial —replicó Paola impaciente.
—¡Si será! —protestó Silvia desde la cocina, meneando la cabeza.
Claudia se volvió hacia ellas, boquiabierta otra vez. —¿Hizo este video para vos?
Silvia se encogió de hombros, todavía luchando por secarse los ojos.
—Sí, ahí fue donde nos conocimos. Denme un mate y les explico el video.
Todavía no terminaba de hablar cuando Claudia ya le tendía un mate y Paola le señalaba la silla que dejara vacante. Así que Silvia pasó diez veces la duración del video explicándoles la multitud de guiños y bromas privadas que acababan de ver.
Apenas habían terminado cuando llegó el novio de Paola a buscarla, y Claudia
Cenaban en el apartamento de Tom, de regreso en Los Ángeles, cuando Jim recibió la notificación del blog. Era una velada tranquila, sólo íntimos. Jo y Fay exploraban la cocina asiática y los tenían de conejillos de indias para probar sus recetas. Después de cenar, Jim se disculpó con los demás y se dirigió a la sala. Cinco minutos después regresó al comedor y les hizo señas a Sean y Jo de que lo siguieran. Los demás no les prestaron atención. Jim los acomodó en el sofá y se sentó entre ellos, sosteniendo su teléfono para que vieran el video. La canción era una balada romántica. Guitarra con un poco de teclados y violines de fondo, cantada por una mujer con un acento raro. Y el video era tan simple como la canción, sin ninguna pretensión de edición sofisticada. Sean se sorprendió al reconocer a Silvia. A la mente indie de Jo le gustó que no intentara contar una historia lineal. Mostraba a dos parejas en distintos momentos de su relación, y también a to
“Ven a jugar en mi terreno. Consigna de la semana: un poema.”A Jim le gustó el mensaje de Silvia una semana después del clip. Ni siquiera le había preguntado qué le había parecido. Era la primera vez que ella proponía una consigna, y era una buena.“Me anoto. ¿Algún tema en particular?”“¿Qué te parece estados del alma?”“Si serás cursi.”“Dame el gusto.”Silvia subió su poema al Hey, Jay! antes que él.Ha llegado el momentoEl rosario de crepúsculosSobre los que he construido mi vidaHan perdido todo significadoDe modo que apago el sol Y dejo descansarArroyos, monta&n
A veces Silvia se sorprendía de la especie de esquizofrenia que había tomado control de su vida. En lo que ella llamaba la vida real, un amigo le presentó a un tal Guillermo, un hombre simpatiquísimo pocos años mayor que ella, divorciado con dos hijos, que no la conquistó a primera vista sino cinco minutos después. Tenía una mente aguda, le gustaba el rock como a ella y tenía unas caderas de oro para bailar y tener sexo. Al mismo tiempo, en la tierra de nunca jamás virtual, se mantenía en contacto con ese hombre hermoso y talentoso llamado Jim Robinson, que resultara ser este otro hombre, Jay, que fuera su sostén emocional cuando rompiera con Pat. Silvia amaba al artista como ella consideraba que los artistas deben ser amados: con respeto, admiración, y ni una pizca de deseo. Y seguía encariñándose con Jay, su amigote atractivo, divertido y maleducado que se transformara en su desafío creativo. Nunca supo qué había cambiado en su forma de trat
Dos semanas antes de partir para la tercera parte de su gira mundial, que llevaría a No Return por Asia y Europa del Este hasta fin de año, Jim discutió con Bárbara, la chica con la que había estado saliendo los últimos dos meses. Oyó el portazo, el motor que aceleraba, el auto que se alejaba. Se apresuró escaleras abajo a la sala, descalzo y con el pecho desnudo, aún agitado tras el violento altercado. Sus ojos se movieron por la habitación vacía, oscura. Sacó el teléfono del bolsillo trasero de sus jeans. Hizo una llamada y aguardó, dejándose caer en el sofá. —¡No te atrevas a volver a llamarme, maldito hijo de puta! La mano que sostenía el teléfono resbaló mientras él se hundía en los cojines de cuero negro, aún luchando por volver a respirar normalmente. De acuerdo, había dicho demasiado y no por primera vez. Bien, tal vez había sido demasiado cínico. Y las cosas se habían salido un poco de control cuando Bárbara rompiera a llorar y empezara a arr
La notificación despertó a Silvia un par de horas antes del amanecer. Guillermo todavía dormía, y se movió con cuidado para no despertarlo. Nada en su teléfono. Buenas noticias. Sus hermanos no habían sido arrestados, asaltados ni asesinados, y ella no tenía que correr al rescate. ¿Entonces qué? Notó que había dejado la tablet encendida y la tomó frunciendo el ceño. ¿Un MP? Eran más de las cuatro de la mañana del domingo en Argentina, y Jim jamás le había escrito en su medianoche de sábado. El mensaje la despabiló bruscamente. “¿Estás ahí?” Su corazón latió con fuerza mientras respondía. “¿Estás bien?” Se levantó y manoteó una manta para salir de su habitación de puntillas, maldiciendo cada segundo que Jim tardó en responder. ¿Qué podía haberle ocurrido? Su segundo MP la halló encendiendo un cigarrillo junto a la mesa del comedor.
Jim se reconcilió con Bárbara, aunque las cosas aún no estaban del todo bien cuando llegó el momento de viajar a Asia, y ella no quiso acompañarlo. Argumentó que les haría bien estar un tiempo separados y echarse de menos. Él y Silvia jamás habían vuelto a mencionar el tema, de regreso a la rutina de la consigna de la semana. Aunque quedaba a la vista que con Jim de gira, el juego quedaba supeditado a su apretada agenda. De modo que acordaron postear en el blog lo que tuvieran, sin consigna fija, ya fuera escritos, imágenes o música. No Return dejó Los Ángeles al mismo tiempo que la primavera se las ingenió para desalojar al invierno de la Patagonia. Pero ya de salida, el invierno le habló a la primavera de Macondo. Y mientras llovía sin pausa y todo estaba húmedo y enlodado, y la gente intentaba recordar cómo era un cielo azul y sin nubes, Silvia se vio forzada a enfrentar momentos tan difíciles como inesperados. Su hermano menor entró en una etapa de rabia
A Jim le resultaba llamativo que Silvia hubiera dejado de publicar en el blog y se limitara a comentar lo que él subía, pero no preguntó. Ellos no hacían preguntas.Silvia llevaba una vida normal y ordinaria, y era lógico que él siempre tuviera más novedades para compartir que ella. Por eso continuaba subiendo cosas al Hey, Jay! sabiendo que ella lo seguía a su manera. Cada día Silvia dejaba al menos unas pocas palabras comentando lo que él posteara el día anterior, a veces una pregunta, a veces sólo signos de exclamación o un corazón.Ella era su compañera secreta que iba con él a cada país, escuchaba cada concierto, paseando con él por cada ciudad, probando cada comida, regañándolo cuando se pasaba de la línea, riendo de sus bromas más tontas.En ocasiones se descubría pensando el título de una
—Oye, Jim, vamos a caminar —dijo Sean ignorando el caos que quedara en la suite después de la fiesta.Jim no pareció escucharlo, maldiciendo por lo bajo mientras revisaba su teléfono.—Jimbo.—¡Mierda!Sean sacó una cerveza del minibar de camino hacia su hermano. —¿Qué ocurre? —preguntó con toda la calma del mundo.—¡No lo encuentro! ¡Borré los MP por error y ahora no puedo hallar el maldito número!—¿Estás buscando un número de teléfono?—¿Qué hora es en LA ahora?Sean frunció el ceño desconcertado. —Como las cuatro de la mañana. ¿Por qué?Jim ignoró su pregunta. —Entonces son las seis en New York —murmuró—. Un par de horas más. Sí, ya debe haberse levantado.