A veces Silvia se sorprendía de la especie de esquizofrenia que había tomado control de su vida.
En lo que ella llamaba la vida real, un amigo le presentó a un tal Guillermo, un hombre simpatiquísimo pocos años mayor que ella, divorciado con dos hijos, que no la conquistó a primera vista sino cinco minutos después. Tenía una mente aguda, le gustaba el rock como a ella y tenía unas caderas de oro para bailar y tener sexo.
Al mismo tiempo, en la tierra de nunca jamás virtual, se mantenía en contacto con ese hombre hermoso y talentoso llamado Jim Robinson, que resultara ser este otro hombre, Jay, que fuera su sostén emocional cuando rompiera con Pat.
Silvia amaba al artista como ella consideraba que los artistas deben ser amados: con respeto, admiración, y ni una pizca de deseo.
Y seguía encariñándose con Jay, su amigote atractivo, divertido y maleducado que se transformara en su desafío creativo.
Nunca supo qué había cambiado en su forma de trat
Dos semanas antes de partir para la tercera parte de su gira mundial, que llevaría a No Return por Asia y Europa del Este hasta fin de año, Jim discutió con Bárbara, la chica con la que había estado saliendo los últimos dos meses. Oyó el portazo, el motor que aceleraba, el auto que se alejaba. Se apresuró escaleras abajo a la sala, descalzo y con el pecho desnudo, aún agitado tras el violento altercado. Sus ojos se movieron por la habitación vacía, oscura. Sacó el teléfono del bolsillo trasero de sus jeans. Hizo una llamada y aguardó, dejándose caer en el sofá. —¡No te atrevas a volver a llamarme, maldito hijo de puta! La mano que sostenía el teléfono resbaló mientras él se hundía en los cojines de cuero negro, aún luchando por volver a respirar normalmente. De acuerdo, había dicho demasiado y no por primera vez. Bien, tal vez había sido demasiado cínico. Y las cosas se habían salido un poco de control cuando Bárbara rompiera a llorar y empezara a arr
La notificación despertó a Silvia un par de horas antes del amanecer. Guillermo todavía dormía, y se movió con cuidado para no despertarlo. Nada en su teléfono. Buenas noticias. Sus hermanos no habían sido arrestados, asaltados ni asesinados, y ella no tenía que correr al rescate. ¿Entonces qué? Notó que había dejado la tablet encendida y la tomó frunciendo el ceño. ¿Un MP? Eran más de las cuatro de la mañana del domingo en Argentina, y Jim jamás le había escrito en su medianoche de sábado. El mensaje la despabiló bruscamente. “¿Estás ahí?” Su corazón latió con fuerza mientras respondía. “¿Estás bien?” Se levantó y manoteó una manta para salir de su habitación de puntillas, maldiciendo cada segundo que Jim tardó en responder. ¿Qué podía haberle ocurrido? Su segundo MP la halló encendiendo un cigarrillo junto a la mesa del comedor.
Jim se reconcilió con Bárbara, aunque las cosas aún no estaban del todo bien cuando llegó el momento de viajar a Asia, y ella no quiso acompañarlo. Argumentó que les haría bien estar un tiempo separados y echarse de menos. Él y Silvia jamás habían vuelto a mencionar el tema, de regreso a la rutina de la consigna de la semana. Aunque quedaba a la vista que con Jim de gira, el juego quedaba supeditado a su apretada agenda. De modo que acordaron postear en el blog lo que tuvieran, sin consigna fija, ya fuera escritos, imágenes o música. No Return dejó Los Ángeles al mismo tiempo que la primavera se las ingenió para desalojar al invierno de la Patagonia. Pero ya de salida, el invierno le habló a la primavera de Macondo. Y mientras llovía sin pausa y todo estaba húmedo y enlodado, y la gente intentaba recordar cómo era un cielo azul y sin nubes, Silvia se vio forzada a enfrentar momentos tan difíciles como inesperados. Su hermano menor entró en una etapa de rabia
A Jim le resultaba llamativo que Silvia hubiera dejado de publicar en el blog y se limitara a comentar lo que él subía, pero no preguntó. Ellos no hacían preguntas.Silvia llevaba una vida normal y ordinaria, y era lógico que él siempre tuviera más novedades para compartir que ella. Por eso continuaba subiendo cosas al Hey, Jay! sabiendo que ella lo seguía a su manera. Cada día Silvia dejaba al menos unas pocas palabras comentando lo que él posteara el día anterior, a veces una pregunta, a veces sólo signos de exclamación o un corazón.Ella era su compañera secreta que iba con él a cada país, escuchaba cada concierto, paseando con él por cada ciudad, probando cada comida, regañándolo cuando se pasaba de la línea, riendo de sus bromas más tontas.En ocasiones se descubría pensando el título de una
—Oye, Jim, vamos a caminar —dijo Sean ignorando el caos que quedara en la suite después de la fiesta.Jim no pareció escucharlo, maldiciendo por lo bajo mientras revisaba su teléfono.—Jimbo.—¡Mierda!Sean sacó una cerveza del minibar de camino hacia su hermano. —¿Qué ocurre? —preguntó con toda la calma del mundo.—¡No lo encuentro! ¡Borré los MP por error y ahora no puedo hallar el maldito número!—¿Estás buscando un número de teléfono?—¿Qué hora es en LA ahora?Sean frunció el ceño desconcertado. —Como las cuatro de la mañana. ¿Por qué?Jim ignoró su pregunta. —Entonces son las seis en New York —murmuró—. Un par de horas más. Sí, ya debe haberse levantado.
—Hace varios días que estás con esa canción —dijo Guillermo—. ¿Querés que ponga Pink Floyd? Sí, hacía tres días que tarareaba Desearía que Estuvieras Aquí. También hacía tres días que sus ánimos habían mejorado notoriamente, y se había concentrado en ayudar a su hermana menor a preparar su mudanza a Buenos Aires. Un par de días después, Silvia sentó a su hermano menor para hablar con él. Le dijo que si era incapaz de mantener los modales básicos de convivencia, ella no lo haría tampoco y lo ignoraría como si no existiera. Después de una semana entera de indiferencia absoluta, obligado a prepararse la comida, lavarse la ropa y ver que su hermana no le dirigía la palabra ni por error, el chico capituló y consintió en restaurar relaciones diplomáticas. Silvia le preparó su comida favorita, lavó toda su ropa y pasó un par de horas jugando en la consola con él. La tregua fue firmada. La fiesta de despedida de Mika salió a la perfección, y Silvia se despidió de su
Resultó que el año aún no terminaba.Dos días después, Jim le envió un MP.“Consigna de la semana: la canción para ilustrar este año.”Y posteó un video de YouTube en el Hey, Jay!La actualización encontró a Silvia en su casa con Paola y Claudia, como buen viernes por la noche. Sus amigas la vieron sentarse con la tablet, moviendo los labios en silencio.—¿Qué pasa? —preguntó Paola alarmada.Silvia alzó la vista hacia ella y señaló la tablet. Claudia se estiró para ver la pantalla.—¿Qué?—La-la canción —murmuró Silvia.—Sí, Little Wing, la de Hendrix. ¿Y?Paola frunció el ceño. —¿Jim?Silvia logró decir una oración co
En realidad, aunque Jim lo ignoraba, cada diciembre Silvia tenía la costumbre de buscar una canción que ilustrara el año, y ya se había preguntado cuál elegiría para uno tan peculiar antes que a Jim se le ocurriera la consigna. Pero la canción que él eligiera le había pateado el tablero. Little Wing no era una canción cualquiera. Y aunque ella había intentado mostrarse tranquila y convencida delante de sus amigas, no sabía cómo interpretarla.Sí, era la canción perfecta para ellos en más de un sentido, pero era la última canción que Jim debería haberle enviado. Porque era cierto, los dos estaban siempre que el otro necesitaba sostén, y también podía haberla elegido en referencia a aquella noche en la posada, bebiendo, cantando, bailando. Pero no importaba cuántas referencias e interpretaciones ella le diera, Little Wi