Capítulo 4

No pasé una buena noche, no dejaba de pensar en todo lo que me esperaba cuando saliera, en todo lo que tenía que enfrentar, pero nada era comparado con tener que enfrentar a Bastian, temía que si le contara todo me rechazara, muchos habían tratado de separarnos desde que él y yo nos conocemos, pero solo una persona lo había logrado y no precisamente fue Annethe, no, fue Hugo.

Me volteo de lado para intentar dormir nuevamente, pero sin conseguirlo, no podía salir, así que comienzo a caminar de un lado a otro en plena oscuridad. Lo extrañaba, lo amaba, pero estaba rota por dentro, no lo merecía. Desde que había llegado a este estúpido lugar no me permití llorar, pero ahora, estando a unas cuantas horas de salir de este encierro, me siento en el suelo colocando mis rodillas en mi pecho y lloro, lloro por mi gran amor perdido, lloro con ganas y al cerrar los ojos aquellas imágenes en donde Hugo me trataba como muñeca de trapo, me bombardean, me lastimó en lo más profundo de mi ser, me mató.

Me quedo en esa posición un buen tiempo, hasta que escucho el sonido de mi celda abrirse, cuando levanto la mirada me doy cuenta de que se trata de Damaris, quien con una enorme sonrisa entra y se sienta a mi lado.

—No me digas que estás llorando porque me dejaras Talle —me dice prendiendo un cigarrillo y dándome uno, aquí era un vicio que había adquirido.

—Tengo miedo —susurro para después soltar el humo dañino.

—Te enseñé a no tenerlo —me contesta haciendo lo mismo que yo.

—Solo hay una persona que me da miedo.

— ¿Bastian? —pregunta mi nueva amiga con asombro.

—Yo —suelto inhalando el humo del cigarro mientras mantengo la esperanza de que me ahogue y deje de existir— tengo miedo de no ser fuerte y derrumbarme una vez poniendo un pie afuera de este sitio.

Ambas guardamos silencio, eso me gustaba de Damaris, era una extraña comunicación que teníamos en medio del silencio ensordecedor que nos hundía en la profundidad de nuestros pensamientos.

—Creo que debes hablar con Bastian —dice y yo no contesto— si lo amas...

—No —apago mi cigarrillo en el suelo— eso no puede ser.

—Estás cometiendo un error Crys, creo que él lo entendería.

—No quiero que sufra, eso es todo, si él se entera de la verdad, se destruiría, lo conozco bien —suelto un suspiro al tiempo que me pongo de pie.

—Pues piénsalo bien Crys, estás alejando a un chico que a pesar de ser un cabrón, te ama, y hoy en día es difícil encontrar a alguien de buenos sentimientos —Damaris apaga su cigarrillo, saca la llave maestra que le robó hace tiempo a una de las guardias de seguridad, y se acerca a la puerta.

—Lo sé, solo trato de protegerlo.

—Me largo, sabes lo que haces, sólo espero que no lo lamentes al final del día, nos vemos en unas horas para nuestro último desayuno, Talle —Damaris se despide cerrando con cuidado la celda y yo recorro la cortina que había puesto para tener un poco más de privacidad.

Bastian, él fue mi único pensamiento por la noche.

A la mañana siguiente preparé mis cosas en una maleta, no eran muchas, pero si las suficientes para llenarla, eran las 8:30 am, por lo que salgo y me dirijo a los baños para asearme y estar lista, a las nueve vería a Damaris en el desayuno, y a las diez venían por mí, cuando voy caminando noto como algunas chicas me felicitan y otras me ven con odio pero no me dicen nada, al tener una pelea con las Catrinas me gané prácticamente el respeto de todos en este manicomio. Incluso algunos chicos me guiñaban el ojo y me miraban con deseo, pero decidí ignorarlos, ellos jamás le llegarían a los talones a Bastian.

Cuando llego a las regaderas, tomo una toalla limpia del casillero que me tocaba, mis cosas de higiene, y la muda de ropa con la que saldría, en cuanto se fue Martín arreglé todo para que el tiempo no me comiera, me meto a la regadera y puedo notar como algunas me ven el cuerpo desnudo, algo que aprendí en este lugar era a no tener pena, me costó trabajo asimilarlo, pero lo logré. Cuando termino seco mi cabello y me dirijo a la sección del tocador, me veo en el espejo, estaba muy delgada, lo rosado de mis mejillas ya no existía, y mis ojos ya no tenían esa luz de antes.

Seco mi cabello con otra pequeña toalla, y comienzo a vestirme, con unos jeans entubados azul marino, unas zapatillas de tacón de punta color blancas, una blusa sin mangas nada escotada color azul cielo, y por primera vez desde hace meses saqué mi estuche de pinturas, era momento de darle algo de color a mi rostro, me maquillé, y al verme me di cuenta de lo cambiada que estaba realmente.

Cuando me dirijo a los casilleros saco todo lo que me pertenecía para meterlo a mi maleta, y al salir, observo como muchas me ven con sorpresa, las entendía, toda mi estancia aquí parecía fantasma, nada de maquillaje, y con esa ropa tan espantosa que nos obligaban a usar, pero ahora, bañada, arreglada y maquillada, era una nueva persona.

Llego a mi celda y guardo lo que me falta de mis cosas, cuando lo hago, me dirijo con mi maleta al comedor, y al fondo veo a mi amiga Damaris, quien al verme frunce el ceño.

—Listo, he llegado —intento sonreír pero últimamente no se me daba bien.

— ¿Talle? —Damaris abre los ojos como platos— ¡no puede ser! ¿En verdad eres tú? Te ves muy diferente.

—Espero que eso sea bueno —suelto una pequeña risa.

—Claro que es bueno —dice observándome de pies a cabeza— ahora entiendo porque dices que ese tal Bastian está loquito por ti.

—No menciones ese nombre —ruedo los ojos y tomo asiento a su lado— no tengo hambre, pero en cuanto salga de aquí moveré mis contactos para que puedas salir más rápido, no quiero que estés ni un solo segundo aquí, en esta porquería de ricos.

—Eso me gusta —Damaris embulle un pedazo de carne mal cocinada.

—Te quiero agradecer por todo lo que hiciste —le tomo la mano— ambas sabemos que sin ti, yo hubiera muerto desde el primer día.

—No nos pongamos sentimentales, a parte, todo tiene un precio, yo te ayude a sobrevivir, y tú me ayudarás a salir —me guiña un ojo y sé que miente, esa rudeza, esa actitud, solo era un escudo.

—Tienes razón —sonrío.

— ¿Lo pensaste mejor? —me pregunta con cautela y sé a qué se refiere.

—Sí, y creo que quiero hablar con él, pero no ahora, no cuando salga, no es el momento —respondo asimilando lo que acababa de decir, es como si la que estuviera hablando fuera otra persona.

—Vale, entiendo.

Estábamos hablando amenamente, cuando pronto alguien golpeó a puño cerrado nuestra mesa, y al levantar la vista me di cuenta de que era Anastasia, las catrinas, ¡perfecto, lo que faltaba! Grito en mis adentros.

—Vaya, vaya, Crystalle, sí que estás buena, con esa ropa tan cara y ese maquillaje barato, ahora entiendo a Woodwryn —me dice Anastasia escaneándome con la mirada y provocándome nauseas.

—Piérdete —suelto apartando la mirada de ellas dando a entender que no me importa nada su presencia.

—Solo vengo a decirte que cuando salgas, ni se te ocurra acercarte a Woodwryn, él es nuestro —dice y siento ganas de vomitar al percibir su asqueroso aliento.

—Lo que haga o deje de hacer, no te importa —la desafío con la mirada.

— ¡Eres una hija de puta! —grita la menor levantando la mano para darme una bofetada, yo ya estaba preparada.

En cuanto veo eso, mi cuerpo reacciona rápidamente y me pongo de pie haciendo a un lado la silla, le detengo la mano y le hago una llave colocando un tenedor en su cuello.

—No te atrevas, creo que están perdiendo su tiempo —le susurró al oído.

—Vale, vale, para, solo estábamos jugando —intenta tranquilizar la situación, Anastasia.

En ese momento suena un silbato.

— ¡Bellowk, es la hora! —grita un guardia de seguridad acercándose a mí, y tomando mi maleta.

—Fue un placer, Catrinas, espero no verlas nunca —suelto a la que me quiso abofetear— espero no verlas nunca más.

Ellas me avientan una última mirada llena de odio y se dan la media vuelta, yo me dirijo a mi amiga Damaris y veo en su rostro lo orgullosa que está.

—Cielos, mírate, pareces toda una princesita —dice en tono burlón, eso mismo me dijo la primer vez que nos vimos— aprendiste bien.

Yo sonrió y ella se pone de pie.

—Te sacaré, lo prometo —susurro.

—Entonces nos veremos pronto Talle —me sonríe y se da la media vuelta sin decir nada más, odiaba las despedidas.

—Gracias —susurro sabiendo que ya no me escucha. Se ha ido.

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