Un aliado

Tal como lo habían planeado, el empresario y la modelo monopolizaron las cámaras y micrófonos de la entrada y Livia pasó casi desapercibida bajo el brazo de Darío y la gorra que le cubría el cabello azul.

No fue hasta que se acomodó en el asiento delantero de la descomunal camioneta, en la que tuvo que aceptar la ayuda del colombiano para subir, que alguien gritó su apellido. Sin embargo, gracias a la velocidad y la pericia al volante de su acompañante se libraron con facilidad de los destellos de la cámara que los detectó.

—Franco me va a hacer daño—dijo divertido al sostenerla de la mano después de buscar algo en la radio.

—No digas tonterías. No pasó nada. —Livia se estaba cansando de sus insinuaciones.

—Pero es que yo sí quiero que pase.

Su mano se acercó a su mejilla, pero ella se la golpeó con fuerza para apartarla.

—Basta, Darío. Te pago bien por tu trabajo.

—Pero el favor te lo hago gratis. Eso es fácil de solventar —dijo entre risas.

—El único favor que necesito de tu par
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