-Menos mal que es así, ¿no crees? Ese cerdo estaba encima de ti, con las manazas en u culo, ¡y a saber lo que habría intentado hacer a continuación! -me lanzó una mirada fulminante, con la mandíbula apretada y los labios fruncidos. -Creo que he liado con él muy bien yo solita. Elliot me cogió la cara y me besó, manteniéndome atrapada en su boca, introduciendo la lengua y reclmando que le dejara entrar. Gemí y le besé, y sabía solo a mente y a un ligero deje a cerveza. Seguía sin poder creer que fuera fumador. Nunca podía olerlo. Aunque hubiera querido rechazar su beso, decirle que no a Elliot era lo siguiente a imposible. Le deseaba siempre. Sabía dónde dar conmigo y por esa razón era peligroso. -Mírate -dijo lentamente al tiempo que bajaba la vista por mi ropa y luego subía otra vez a mi cara-, es un milagro que no haya cincuenta tíos empalmados tratando de ligar contigo. -No. Solos dos. Mole Pelirroja y tú. -¿Quién? -entrecerró los ojos. Era mi turno de enarcar una ceja.
La doctora Roswell siempre escribe en un cuaderno durante nuestras sesiones. Eso me parece de la vieja escuela, pero al fin y al cabo esto es Inglaterra y su consulta está en un edificio que ya existía cuando Thomas Jefferson escribió la Declaración de Independencia en Filadelfia. También utiliza una pluma estilográfica, lo que mi flipa totalmente. Observé cómo su preciosa pluma de color turquesa y dorado iba formando palabras en su cuadernos mientras me escuchaba hablar sobre Elliot. La doctora Roswell sabe escuchar. De hecho, eso es prácticamente lo único que hace. No sé cómo serían nuestras sesiones si ella no pudiera escuchar todo lo que le cuento. Sentada detrás de su elegante despacho de estilo francés, era la viva imagen de la profesionalidad y del genuino interés. Diría que rondaba los cincuenta y pocos años y tenía un cutis precioso y un pelo blanco que no le hacían ni un ápice mayor. Siempre llevaba joyas muy características y una ropa bohemia que le hacía parecer una pers
El pitido del horno nos sobresaltó a todos. Raquel miró hacía la cocina y suspiró, supuse que no quería dejar de contar su historia. Aún así se levantó y colocó su mejor sonrisa. -¡A comer! -dijo mientras se dirigía hacía la cocina-. No os volveré a llamar -nos advirtió amenazante. Todos nos reímos y nos levantamos para seguirla. Me encanta escuchar las historias de los demás del cómo se conocieron y ésta pareja hasta ahora ha tenido el primer lugar, aún sin haber escuchado la mitad de la historia. Según lo que me ha dicho Carmen en un murmuro al entrar en la pequeña cocina de nuestro apartamento. -Cómo podéis ver -dice Carmen-, no tenemos muchas visitas y sólo hay pocas sillas. Así que, ¿qué os parece si comemos en la sala? Sé que no deberíamos pero...-Es perfecto -le interrumpe Elliot-. No os tenéis que preocupar por eso chicas -nos sonríe y toma dos platos para llevarlos a la sala. El resto hicimos los mismo. David y mi hermano se encargaron de llevar un par de bandejas con l
-Lo sé -tiró de mi barbilla hasta su boca con la yema de un dedo y me volvió a besar. Esta vez me mordió el labio inferior y jugueteó con él-. Por eso nos lo estamos tomando con calma. Lo último que quiero es asustarte -sus ojos se movieron rápidamente de un lado a otro, tratando de leerme el pensamiento, y sus labios estaban muy cercas de los míos pero sin llegar a tocarlos-. ¿Te das cuenta de que esta es la primera vez que no he tenido que obligarte a salir conmigo? -me dio un último beso antes de volver a su sitio, meter la llave y arrancar-. Y debe ser ese, señorita Bennett, el motivo por el que estoy tan sonriente -sus ojos azules ahora hacían chirbitas. -Muy bien, señor García, me parece justo -me ayudó a abrocharme el cinturón de seguridad y salimos del aparcamiento. Me eché hacia atrás en el suave asiento de cuero e inhalé su aroma, dándole vía libre para que me llevara a cualquier sitio y confiando de momento en que todo estaba bien. -La doctora Roswell parece muy competent
El puente de Waterloo me puso los pies en la tierra a la mañana siguiente. En casa me recibió el olor celestial del café que había preparado mi compañera de piso. Me encontré con Gaby media hora después cuando salía por la puerta para ir a clase. -¿Vas a ir a la exposición de Mallerton el día 10? -me preguntó. -Quiero ir. Ahora estoy restaurando uno de sus cuadros, llamado Lady Percival. Esperaba descubrir algo más sobre su procedencia. Ha sufrido daños debido al calor y se ha derretido el barniz sobre el título del libro que tiene en la mano. Mataría por saber qué libro es. Es como un secreto que necesito descubrir. -¡Bien! -dio palmas y un saltito-. Es la exposición por el aniversario de su nacimiento. Hice como que contaba con los dedos. -Vamos a ver, ¿sir Tristan cumpliría doscientos veintiocho años? -Doscientos veintisiete para ser exactos -Gabrielle estaba sumida en su tesis sobre el pintor romántico Tristan Mallerton, así que cuando había que tenía que ver con él era la p
-¡Toda esa gente mirándome, Elliot! ¿Qué has hecho? ¿Le has mandado un correo electrónico a toda la puta oficina? -Ven aquí y siéntate en mi regazo -se echó hacia atrás en el sillón pegado a su gran escritorio y me dejó sitio. Sin reaccionar en absoluto a mi acusación. Esa hermosa boca solo me pidió tajante que fuese a él de inmediato. Pues lo hice. Mis botas rojas fueron con paso firme hasta él y me dejé caer tal como me ordenó. Me rodeó con sus brazos y me empujó contra su cuerpo para darme un beso. Me puso considerablemente de buen humor. -Puede que se me haya escapado unas cuantas veces que ibas a venir a verme -me subió la mano por el muslo debajo de la falda y noté el calor que emanaba su piel-. No te enfades conmigo. Has tardado una eternidad en llegar y he tenido que estar saliendo a preguntarle a Elaina si habías llegado. -Elliot, ¿qué estás haciendo? -murmuré contra sus labios mientras su mano seguía arrastrando sus largos dedos hacia su destino. Me abrió las piernas con
Mi teléfono sonó mientras estaba preparando la bolsa para pasar la noche fuera. Vi quién era y miré el reloj. Elliot me había dicho que estaría aquí a las siete para recogerme. Eran menos cuarto. -¿Te estás arrepintiendo de invitarme a pasar la noche y vas a echarte atrás, Elliot? Él se río. -Para nada, y espero que tengas la bolsa preparada, nena. -Entonces ¿por qué no estás aquí para llevarme contigo? -Sí, bueno, he tenido que mandar un coche a recogerte. Una emergencia relacionada con la empresa, un coñazo. El chófer se llama Neil y trabaja para mí. Te llevará a mi apartamento y quiero que te sientas como en casa hasta que yo llegue. ¿Harás eso por mí, cariño? -Supongo -la mente me daba vueltas por las implicaciones de estar yo sola en su casa. No estaba realmente asustada, pero la idea tampoco me entusiasmaba-. ¿Estás seguro, Elliot? Quiero decir, podemos quedar otra noche si estás ocupado. -Voy a acostarme contigo esta noche, Raquel. En mi cama. Fin de la discusión. -Oh,
Me levanté del sofá de Elliot y me dirigí a la cocina a lavar los platos. Limpié la cafetera y la preparé para la mañana siguiente. Todo lo que tendría que hacer era encenderla. Utilicé mi nuevo cepillo de dientes morado y me tomé la pastilla para dormir. Las sábanas supersuaves de la cama de Elliot olían a él; me tranquilizaban y me reconfortaban en mi soledad. Me impregné en su aroma y me quedé dormida. Unos brazos firmes me abrazaron. El olor que adoraba pendía a mi alrededor. Unos labios me besaron. Abrí los ojos en la noche y vi sombras. Aunque sabía quién estaba conmigo. Mi despertar fue tranquilo y suave, algo bueno, y para mí una experiencia completamente nueva. -Estás aquí -murmuré contra sus labios. -Y tú también -susurró él-. Joder, cómo me gusta encontrarte en mi cama. Las manos de Elliot habían estado ocupadas mientras yo dormía. Me di cuenta de que estaba desnuda de cintura para abajo; me había quitado sus bóxers de seda. Elliot también estaba desnudo. Podía sentir s