El delicioso olor del café me despertó. Miré el reloj y supe que esa mañana no habría ninguna sesión de footing por el punte de Waterloo. Entré en la cocina tapándome los ojos con el brazo. -Justo como a ti te gusta, Bree, dulce y cremoso -mi en teoría compañera de piso y querida amiga Gabrielle deslizó la taza en mi dirección con una expresión en la cara muy fácil de leer: Ya estás soltando por esa boquita, maja, que no te voy a hacer daño. Adoro a Gaby pero todo este lío con Elliot me había desbaratado tanto que lo único que quería era borrar su existencia de la faz de la tierra y fingir que nunca había ocurrido. Alargué la mano para coger la humeante taza e inhalé su delicioso aroma. Me recordaba a él por alguna razón y sentí una fuerte punzada en el estómago. Me senté frente a la barra de la cocina y me abalancé sobre mi taza de café como una gallina protegiendo a su polluelo. Mientas me colocaba en el taburete, las molestias que sentía entre las piernas me sirvieron como otro
Salir de fiesta en Londres es realmente increíble. No lo hacíamos a menudo, pero una buena ronda de discotecas es justo lo que necesitaba. Mi pobre mente estaba saturada de emociones, miedos y culpas. Necesitaba bailar, beber y reírme, pero sobre todo lo que me hacía falta era olvidarme de toda esta m****a. La vida era demasiado corta para mortificarme con las cosas malas, o por lo menos eso es lo que me había dicho mi psiquiatra. Tenía una cita con la doctora Roswell al día siguiente a las cuatro y luego una cena con Elliot. Era el primer paso que dábamos después del acuerdo que habíamos hecho por teléfono de tomárnoslo con calma. Me había dicho que quería poner las cartas sobre la mesa y tengo que admitir que eso me gustaba. Prefiero ir con la verdad siempre por delante. Lo cierto es que yo no tengo nada que ocultar; se trataba más bien de tener cuidado sobre lo que quería compartir con él. Y tampoco sabía cuánto podía compartir con Elliot. No tenía un mapa que me dijera por dónde ir
-Menos mal que es así, ¿no crees? Ese cerdo estaba encima de ti, con las manazas en u culo, ¡y a saber lo que habría intentado hacer a continuación! -me lanzó una mirada fulminante, con la mandíbula apretada y los labios fruncidos. -Creo que he liado con él muy bien yo solita. Elliot me cogió la cara y me besó, manteniéndome atrapada en su boca, introduciendo la lengua y reclmando que le dejara entrar. Gemí y le besé, y sabía solo a mente y a un ligero deje a cerveza. Seguía sin poder creer que fuera fumador. Nunca podía olerlo. Aunque hubiera querido rechazar su beso, decirle que no a Elliot era lo siguiente a imposible. Le deseaba siempre. Sabía dónde dar conmigo y por esa razón era peligroso. -Mírate -dijo lentamente al tiempo que bajaba la vista por mi ropa y luego subía otra vez a mi cara-, es un milagro que no haya cincuenta tíos empalmados tratando de ligar contigo. -No. Solos dos. Mole Pelirroja y tú. -¿Quién? -entrecerró los ojos. Era mi turno de enarcar una ceja.
La doctora Roswell siempre escribe en un cuaderno durante nuestras sesiones. Eso me parece de la vieja escuela, pero al fin y al cabo esto es Inglaterra y su consulta está en un edificio que ya existía cuando Thomas Jefferson escribió la Declaración de Independencia en Filadelfia. También utiliza una pluma estilográfica, lo que mi flipa totalmente. Observé cómo su preciosa pluma de color turquesa y dorado iba formando palabras en su cuadernos mientras me escuchaba hablar sobre Elliot. La doctora Roswell sabe escuchar. De hecho, eso es prácticamente lo único que hace. No sé cómo serían nuestras sesiones si ella no pudiera escuchar todo lo que le cuento. Sentada detrás de su elegante despacho de estilo francés, era la viva imagen de la profesionalidad y del genuino interés. Diría que rondaba los cincuenta y pocos años y tenía un cutis precioso y un pelo blanco que no le hacían ni un ápice mayor. Siempre llevaba joyas muy características y una ropa bohemia que le hacía parecer una pers
El pitido del horno nos sobresaltó a todos. Raquel miró hacía la cocina y suspiró, supuse que no quería dejar de contar su historia. Aún así se levantó y colocó su mejor sonrisa. -¡A comer! -dijo mientras se dirigía hacía la cocina-. No os volveré a llamar -nos advirtió amenazante. Todos nos reímos y nos levantamos para seguirla. Me encanta escuchar las historias de los demás del cómo se conocieron y ésta pareja hasta ahora ha tenido el primer lugar, aún sin haber escuchado la mitad de la historia. Según lo que me ha dicho Carmen en un murmuro al entrar en la pequeña cocina de nuestro apartamento. -Cómo podéis ver -dice Carmen-, no tenemos muchas visitas y sólo hay pocas sillas. Así que, ¿qué os parece si comemos en la sala? Sé que no deberíamos pero...-Es perfecto -le interrumpe Elliot-. No os tenéis que preocupar por eso chicas -nos sonríe y toma dos platos para llevarlos a la sala. El resto hicimos los mismo. David y mi hermano se encargaron de llevar un par de bandejas con l
-Lo sé -tiró de mi barbilla hasta su boca con la yema de un dedo y me volvió a besar. Esta vez me mordió el labio inferior y jugueteó con él-. Por eso nos lo estamos tomando con calma. Lo último que quiero es asustarte -sus ojos se movieron rápidamente de un lado a otro, tratando de leerme el pensamiento, y sus labios estaban muy cercas de los míos pero sin llegar a tocarlos-. ¿Te das cuenta de que esta es la primera vez que no he tenido que obligarte a salir conmigo? -me dio un último beso antes de volver a su sitio, meter la llave y arrancar-. Y debe ser ese, señorita Bennett, el motivo por el que estoy tan sonriente -sus ojos azules ahora hacían chirbitas. -Muy bien, señor García, me parece justo -me ayudó a abrocharme el cinturón de seguridad y salimos del aparcamiento. Me eché hacia atrás en el suave asiento de cuero e inhalé su aroma, dándole vía libre para que me llevara a cualquier sitio y confiando de momento en que todo estaba bien. -La doctora Roswell parece muy competent
El puente de Waterloo me puso los pies en la tierra a la mañana siguiente. En casa me recibió el olor celestial del café que había preparado mi compañera de piso. Me encontré con Gaby media hora después cuando salía por la puerta para ir a clase. -¿Vas a ir a la exposición de Mallerton el día 10? -me preguntó. -Quiero ir. Ahora estoy restaurando uno de sus cuadros, llamado Lady Percival. Esperaba descubrir algo más sobre su procedencia. Ha sufrido daños debido al calor y se ha derretido el barniz sobre el título del libro que tiene en la mano. Mataría por saber qué libro es. Es como un secreto que necesito descubrir. -¡Bien! -dio palmas y un saltito-. Es la exposición por el aniversario de su nacimiento. Hice como que contaba con los dedos. -Vamos a ver, ¿sir Tristan cumpliría doscientos veintiocho años? -Doscientos veintisiete para ser exactos -Gabrielle estaba sumida en su tesis sobre el pintor romántico Tristan Mallerton, así que cuando había que tenía que ver con él era la p
-¡Toda esa gente mirándome, Elliot! ¿Qué has hecho? ¿Le has mandado un correo electrónico a toda la puta oficina? -Ven aquí y siéntate en mi regazo -se echó hacia atrás en el sillón pegado a su gran escritorio y me dejó sitio. Sin reaccionar en absoluto a mi acusación. Esa hermosa boca solo me pidió tajante que fuese a él de inmediato. Pues lo hice. Mis botas rojas fueron con paso firme hasta él y me dejé caer tal como me ordenó. Me rodeó con sus brazos y me empujó contra su cuerpo para darme un beso. Me puso considerablemente de buen humor. -Puede que se me haya escapado unas cuantas veces que ibas a venir a verme -me subió la mano por el muslo debajo de la falda y noté el calor que emanaba su piel-. No te enfades conmigo. Has tardado una eternidad en llegar y he tenido que estar saliendo a preguntarle a Elaina si habías llegado. -Elliot, ¿qué estás haciendo? -murmuré contra sus labios mientras su mano seguía arrastrando sus largos dedos hacia su destino. Me abrió las piernas con