Por alguna razón sentí la implacable necesidad de llorar. Elliot era intenso y mi pobre cerebro trataba de procesarlo todo mientras él empezaba a moverse hacia mí, lentamente, como un depredador. Ya había visto ese movimiento antes. Era capaz de ir rápido, lento, brusco, suave, de cualquier modo, y hacer que pareciera espontáneo y natural. Se me fue acelerando el pulso a medida que se acercaba. A unos centímetros de mí se detuvo y esperó. Tuve que levantar la cabeza para mirarle a los ojos. Era tan alto que podía ver cómo su tórax se alzaba con la respiración acelerada. Me gustaba saber que él también se sentía atraído por mí. -No soy tan guapa como dices..., solo es la cámara -dije Llevó la mano a mi chaqueta verde, desabrochó el botón y la deslizó por mi espalda hasta que aterrizó con un suave sonido en el reluciente suelo de roble. -Te equivocas, Raquel. Eres guapísima -llevo la mano al dobladillo de mi camiseta de seda negra y la pasó por encima de mi cabeza. Levanté los bra
Elliot seguía con los ojos fijos en mí. Incluso después de relajarnos tras el desenfreno sexual y después de haber abandonado mi cuerpo. Se quitó el preservativo, le hizo un nudo y se deshizo de las pruebas. Pero ahí estaba de nuevo, frente a mí, sus ojos deteniéndose en los míos, buscando mi reacción después de lo que acabábamos de hacer. -¿Estás bien? -preguntó mientras deslizaba su pulgar por mis labios, acariciándolos con mucha suavidad. Le sonreí y le contesté con lentitud. -Ajá. -No he acabado contigo ni mucho menos -arrastró la mano por mi cuello, por mis senos, a lo largo de mis caderas hasta posarse en mi estómago-. Ha sido tan increíble... No quiero... no quiero que acabe -dejó la mano ahí extendida y se inclinó hacia delante para besarme lenta y concienzudamente, casi con veneración. Me di cuenta de que me iba a pregunta algo-. ¿Te..., te tomas la píldora, Raquel? -Sí -susurré contra sus labios. Así era. Se sorprendería del porqué pero no se lo iba a contar esa noch
...Los terrores nocturnos son reales. Llegan por la noche cuando duermo. Trato de luchar contra ellos pero casi siempre ganan. Todo está oscuro porque tengo los ojos cerrados. Pero oigo los sonidos. Las palabras crueles de alguien, palabras y nombres desagradables. Y una risa aterradora... Creen que es divertido degradar a esta persona. Siento mi cuerpo pesado y débil. Todavía les oigo reír y recordar todo el mal que han hecho... Me desperté gritando y sola en la cama de Elliot. Me di cuenta de dónde estaba cuando él llegó corriendo a la habitación con los ojos desorbitados. Empecé a llorar en cuanto le vi. Los sollozos se intensificaron cuando se sentó en la cama y me agarró. -No pasa nada. Estoy aquí. -me llevó hasta su pecho. Estaba vestido y yo seguía desnuda en su cama-. Has tenido una pesadilla, solo eso. -¿Dónde fuiste? -logré decir entre sofocos. -Solo estaba en mi despacho... Estas jodidas Olimpiadas..., últimamente trabajo por la noche -apretó los labios en mi cabeza-.
El delicioso olor del café me despertó. Miré el reloj y supe que esa mañana no habría ninguna sesión de footing por el punte de Waterloo. Entré en la cocina tapándome los ojos con el brazo. -Justo como a ti te gusta, Bree, dulce y cremoso -mi en teoría compañera de piso y querida amiga Gabrielle deslizó la taza en mi dirección con una expresión en la cara muy fácil de leer: Ya estás soltando por esa boquita, maja, que no te voy a hacer daño. Adoro a Gaby pero todo este lío con Elliot me había desbaratado tanto que lo único que quería era borrar su existencia de la faz de la tierra y fingir que nunca había ocurrido. Alargué la mano para coger la humeante taza e inhalé su delicioso aroma. Me recordaba a él por alguna razón y sentí una fuerte punzada en el estómago. Me senté frente a la barra de la cocina y me abalancé sobre mi taza de café como una gallina protegiendo a su polluelo. Mientas me colocaba en el taburete, las molestias que sentía entre las piernas me sirvieron como otro
Salir de fiesta en Londres es realmente increíble. No lo hacíamos a menudo, pero una buena ronda de discotecas es justo lo que necesitaba. Mi pobre mente estaba saturada de emociones, miedos y culpas. Necesitaba bailar, beber y reírme, pero sobre todo lo que me hacía falta era olvidarme de toda esta m****a. La vida era demasiado corta para mortificarme con las cosas malas, o por lo menos eso es lo que me había dicho mi psiquiatra. Tenía una cita con la doctora Roswell al día siguiente a las cuatro y luego una cena con Elliot. Era el primer paso que dábamos después del acuerdo que habíamos hecho por teléfono de tomárnoslo con calma. Me había dicho que quería poner las cartas sobre la mesa y tengo que admitir que eso me gustaba. Prefiero ir con la verdad siempre por delante. Lo cierto es que yo no tengo nada que ocultar; se trataba más bien de tener cuidado sobre lo que quería compartir con él. Y tampoco sabía cuánto podía compartir con Elliot. No tenía un mapa que me dijera por dónde ir
-Menos mal que es así, ¿no crees? Ese cerdo estaba encima de ti, con las manazas en u culo, ¡y a saber lo que habría intentado hacer a continuación! -me lanzó una mirada fulminante, con la mandíbula apretada y los labios fruncidos. -Creo que he liado con él muy bien yo solita. Elliot me cogió la cara y me besó, manteniéndome atrapada en su boca, introduciendo la lengua y reclmando que le dejara entrar. Gemí y le besé, y sabía solo a mente y a un ligero deje a cerveza. Seguía sin poder creer que fuera fumador. Nunca podía olerlo. Aunque hubiera querido rechazar su beso, decirle que no a Elliot era lo siguiente a imposible. Le deseaba siempre. Sabía dónde dar conmigo y por esa razón era peligroso. -Mírate -dijo lentamente al tiempo que bajaba la vista por mi ropa y luego subía otra vez a mi cara-, es un milagro que no haya cincuenta tíos empalmados tratando de ligar contigo. -No. Solos dos. Mole Pelirroja y tú. -¿Quién? -entrecerró los ojos. Era mi turno de enarcar una ceja.
La doctora Roswell siempre escribe en un cuaderno durante nuestras sesiones. Eso me parece de la vieja escuela, pero al fin y al cabo esto es Inglaterra y su consulta está en un edificio que ya existía cuando Thomas Jefferson escribió la Declaración de Independencia en Filadelfia. También utiliza una pluma estilográfica, lo que mi flipa totalmente. Observé cómo su preciosa pluma de color turquesa y dorado iba formando palabras en su cuadernos mientras me escuchaba hablar sobre Elliot. La doctora Roswell sabe escuchar. De hecho, eso es prácticamente lo único que hace. No sé cómo serían nuestras sesiones si ella no pudiera escuchar todo lo que le cuento. Sentada detrás de su elegante despacho de estilo francés, era la viva imagen de la profesionalidad y del genuino interés. Diría que rondaba los cincuenta y pocos años y tenía un cutis precioso y un pelo blanco que no le hacían ni un ápice mayor. Siempre llevaba joyas muy características y una ropa bohemia que le hacía parecer una pers
El pitido del horno nos sobresaltó a todos. Raquel miró hacía la cocina y suspiró, supuse que no quería dejar de contar su historia. Aún así se levantó y colocó su mejor sonrisa. -¡A comer! -dijo mientras se dirigía hacía la cocina-. No os volveré a llamar -nos advirtió amenazante. Todos nos reímos y nos levantamos para seguirla. Me encanta escuchar las historias de los demás del cómo se conocieron y ésta pareja hasta ahora ha tenido el primer lugar, aún sin haber escuchado la mitad de la historia. Según lo que me ha dicho Carmen en un murmuro al entrar en la pequeña cocina de nuestro apartamento. -Cómo podéis ver -dice Carmen-, no tenemos muchas visitas y sólo hay pocas sillas. Así que, ¿qué os parece si comemos en la sala? Sé que no deberíamos pero...-Es perfecto -le interrumpe Elliot-. No os tenéis que preocupar por eso chicas -nos sonríe y toma dos platos para llevarlos a la sala. El resto hicimos los mismo. David y mi hermano se encargaron de llevar un par de bandejas con l