No supe cuando, pero ahora era Raquel quien contaba su historia. Elliot estaba a su lado, viéndola con todo el amor del mundo. David también estaba a mi lado. Había dejado de hablar por teléfono y me tomó la mano al sentarse. Observaba detenidamente a su cuñada al igual que yo. Justo en ese momento llegaron Alejandro y mi cuñada. -¿De qué hablan? -pregunta él. -Escuchamos la historia de Elliot y Raquel -digo fascinada. -Si no les molesta -dice al sentarse-. Quisiéramos también escucharla. -Seguro -iré por otro cerveza -dice Elliot levantándose-. No sigas sin mí. -Jamás -le responde Raquel. Justo en el momento en el que Elliot se siente de nuevo al lado de su prometida, llegan Alvaro y Carmen. Riendo. Felices. -¿Qué hacen? -pregunta Carmen. -Escuchando a Raquel. -¿Sobre qué? -La historia de cómo conocí a tu hermano -responde ella. -Oh. Esa historia me encanta -dice sentándose. -Ahora que estamos todos -dice Elliot riendo-. Sigue, amor, por favor. -Esperen -di
Abrí la bolsa y me quité la bata. Teniendo en cuenta que era casi verano y dando por hecho que esta noche iba a ser informal después de una jornada de trabajo, había elegido ropa que aguantara horas en una bolsa de deporte: unos pantalones de lino con un cordón a la cintura, una camiseta negra de seda de tirantes y unas bailarinas de cuero negras. Me puse mi chaqueta verde favorita por encima de los hombros y volqué mi atención en otros aspectos de mí misma. Me cepillé el cabello y me hice una coleta con un mechón de pelo alrededor de la goma. Siguiente paso: maquillaje, y no me llevaría mucho. Rara vez uso algo más que un poco de rímel y un poco de colorete. Algo de brillo en los labios, mi perfume y lista. Preparada para irte, Raquel. Apreté el botón de los ascensores y esperé. Elliot no dijo dónde quedábamos exactamente y me imaginé que el vestíbulo estaría bien. Parecía conocer la ciudad como la palma de su mano. Marco se acercó y me dio un enorme abrazo de despedida. Era un homb
El Vauxmoor's Bar & Grill estaba muy de moda pero no era tan ruidoso como para llegar al punto de tener que gritar para hablar. De todas maneras, disfrutaba simplemente con las vistas que tenía delante. Sentado frente a su plato de solomillo, Elliot era la viva imagen de un caballero inglés. Un caballero inglés muy educado y extremadamente cañón. El deseo y la promesa de sexo apasionado que habíamos compartido en el ascensor se había evaporado. Elliot había puesto fin a esa situación con la misma rapidez con la que me había puesto a mil. -¿Qué tal se siente una americana en una universidad tan lejos de su hogar? Di vueltas a mi ensalada con trozos de carne y al final le di un trago a la sidra. -Des..., des..., después del instituto lo pasé un poco mal. De..., de...-cerré los ojos un momento-. De hecho estaba fatal, por muchas razones -cogí aire para tratar de calmar los nervios que me entraban siempre que tenía que responder a esa pregunta y dije-: Pero con un poco de ayuda conse
Por alguna razón sentí la implacable necesidad de llorar. Elliot era intenso y mi pobre cerebro trataba de procesarlo todo mientras él empezaba a moverse hacia mí, lentamente, como un depredador. Ya había visto ese movimiento antes. Era capaz de ir rápido, lento, brusco, suave, de cualquier modo, y hacer que pareciera espontáneo y natural. Se me fue acelerando el pulso a medida que se acercaba. A unos centímetros de mí se detuvo y esperó. Tuve que levantar la cabeza para mirarle a los ojos. Era tan alto que podía ver cómo su tórax se alzaba con la respiración acelerada. Me gustaba saber que él también se sentía atraído por mí. -No soy tan guapa como dices..., solo es la cámara -dije Llevó la mano a mi chaqueta verde, desabrochó el botón y la deslizó por mi espalda hasta que aterrizó con un suave sonido en el reluciente suelo de roble. -Te equivocas, Raquel. Eres guapísima -llevo la mano al dobladillo de mi camiseta de seda negra y la pasó por encima de mi cabeza. Levanté los bra
Elliot seguía con los ojos fijos en mí. Incluso después de relajarnos tras el desenfreno sexual y después de haber abandonado mi cuerpo. Se quitó el preservativo, le hizo un nudo y se deshizo de las pruebas. Pero ahí estaba de nuevo, frente a mí, sus ojos deteniéndose en los míos, buscando mi reacción después de lo que acabábamos de hacer. -¿Estás bien? -preguntó mientras deslizaba su pulgar por mis labios, acariciándolos con mucha suavidad. Le sonreí y le contesté con lentitud. -Ajá. -No he acabado contigo ni mucho menos -arrastró la mano por mi cuello, por mis senos, a lo largo de mis caderas hasta posarse en mi estómago-. Ha sido tan increíble... No quiero... no quiero que acabe -dejó la mano ahí extendida y se inclinó hacia delante para besarme lenta y concienzudamente, casi con veneración. Me di cuenta de que me iba a pregunta algo-. ¿Te..., te tomas la píldora, Raquel? -Sí -susurré contra sus labios. Así era. Se sorprendería del porqué pero no se lo iba a contar esa noch
...Los terrores nocturnos son reales. Llegan por la noche cuando duermo. Trato de luchar contra ellos pero casi siempre ganan. Todo está oscuro porque tengo los ojos cerrados. Pero oigo los sonidos. Las palabras crueles de alguien, palabras y nombres desagradables. Y una risa aterradora... Creen que es divertido degradar a esta persona. Siento mi cuerpo pesado y débil. Todavía les oigo reír y recordar todo el mal que han hecho... Me desperté gritando y sola en la cama de Elliot. Me di cuenta de dónde estaba cuando él llegó corriendo a la habitación con los ojos desorbitados. Empecé a llorar en cuanto le vi. Los sollozos se intensificaron cuando se sentó en la cama y me agarró. -No pasa nada. Estoy aquí. -me llevó hasta su pecho. Estaba vestido y yo seguía desnuda en su cama-. Has tenido una pesadilla, solo eso. -¿Dónde fuiste? -logré decir entre sofocos. -Solo estaba en mi despacho... Estas jodidas Olimpiadas..., últimamente trabajo por la noche -apretó los labios en mi cabeza-.
El delicioso olor del café me despertó. Miré el reloj y supe que esa mañana no habría ninguna sesión de footing por el punte de Waterloo. Entré en la cocina tapándome los ojos con el brazo. -Justo como a ti te gusta, Bree, dulce y cremoso -mi en teoría compañera de piso y querida amiga Gabrielle deslizó la taza en mi dirección con una expresión en la cara muy fácil de leer: Ya estás soltando por esa boquita, maja, que no te voy a hacer daño. Adoro a Gaby pero todo este lío con Elliot me había desbaratado tanto que lo único que quería era borrar su existencia de la faz de la tierra y fingir que nunca había ocurrido. Alargué la mano para coger la humeante taza e inhalé su delicioso aroma. Me recordaba a él por alguna razón y sentí una fuerte punzada en el estómago. Me senté frente a la barra de la cocina y me abalancé sobre mi taza de café como una gallina protegiendo a su polluelo. Mientas me colocaba en el taburete, las molestias que sentía entre las piernas me sirvieron como otro
Salir de fiesta en Londres es realmente increíble. No lo hacíamos a menudo, pero una buena ronda de discotecas es justo lo que necesitaba. Mi pobre mente estaba saturada de emociones, miedos y culpas. Necesitaba bailar, beber y reírme, pero sobre todo lo que me hacía falta era olvidarme de toda esta m****a. La vida era demasiado corta para mortificarme con las cosas malas, o por lo menos eso es lo que me había dicho mi psiquiatra. Tenía una cita con la doctora Roswell al día siguiente a las cuatro y luego una cena con Elliot. Era el primer paso que dábamos después del acuerdo que habíamos hecho por teléfono de tomárnoslo con calma. Me había dicho que quería poner las cartas sobre la mesa y tengo que admitir que eso me gustaba. Prefiero ir con la verdad siempre por delante. Lo cierto es que yo no tengo nada que ocultar; se trataba más bien de tener cuidado sobre lo que quería compartir con él. Y tampoco sabía cuánto podía compartir con Elliot. No tenía un mapa que me dijera por dónde ir