Se despidió de Alex con una sensación de vacío que se transformó en punzada en el estómago cuando le vio alejarse. Lo que sentía era la pesadumbre de no encontrar lo que una vez sintió por aquel hombre que ahora se marchaba derrotado. Le hubiera gustado sentir pena al decirle adiós. No lo había pensado en ningún momento de ese fin de semana hasta ese instante en el que le veía alejarse. Había venido desde Mallorca para pasar un solo día con ella, y ella había pasado todas y cada una de esas horas pensando en las ganas que tenía de que se marchara. Sin darse cuenta los ojos se le llenaron de lágrimas, pero no lloraba porque Alex se marchaba. Lloraba porque aquella vida que había vivido hasta ese día, todos los recuerdos de esa relación, todo el cariño que habían sentido el uno por el otro, tanto los malos como los buenos momentos compartidos, iban a coger ese avión para esfumarse y le daba pena no desear que todo volviera a su lugar.Cogieron el coche y durante el trayecto de vuelta de
―Sí, sí fuimos. Yo ya lo conocía. A él también le gustó.―Había mucha gente por el centro, parecía sábado.―Qué va, el sábado fue peor. Cada día me gusta menos salir en fin de semana.―Desde luego entre semana se disfruta más de las cenas: te atienden sin prisas, todo es más calmado, y para charlar es mejor. También depende del ritmo que lleve cada uno y de los gustos, mucha gente prefiere ese tipo de aglomeraciones. Bueno, hasta luego. ―se despidió cuando el ascensor hizo escala en su planta.―Adiós.«Me importa un pimiento lo que diga Manu, este tío o es bipolar o se huele la tostada. No es normal que antes fuera tan sieso y ahora de repente tan simpático, un poco más y me acompaña hasta mi casa. Pues lo lleva claro como esté pensando que quiero algo con él por el simple hecho de ponerme roja cuando me lo encuentro, este no sabe que me pongo roja con todo. El próximo día que me lo encuentre saco el tema y se lo digo. Cómo se lo voy a decir vaya cosas se me ocurren. Anda Sonia, vete
l timbre de la puerta pilló a Sonia desprevenida. Acababa de llegar del trabajo y solo le había dado tiempo a quitarse las sandalias. No esperaba a nadie. Iba intentando no hacer mucho ruido para asomarse antes por la mirilla, si eran vendedores no pensaba abrir. Al ver a su vecino al otro lado de la puerta se puso nerviosa.―Hola, perdona que te moleste, es que me han regalado estas entradas para un espectáculo flamenco y… ―no había terminado de hablar y Sonia ya le había arrancado las entradas de las manos.―Vale, me apunto. ¿Cuándo es?―No, si yo… esto… el miércoles ―«¿ha pensado que la invitaba? Si ahora le digo que las dos entradas son para ella se va a pegar un buen corte», pensaba Richard, mientras buscaba cómo decirle que él no iba―. Pero… si prefieres ir con otra persona quédate con las dos entradas.―No, no, gracias, allí estaré. —«¿flamenco? ¡Qué rollo!».―Bien, pues, ya nos veremos ―se despidió antes de que Sonia cerrase la puerta observando detenidamente las entradas.«Ya
El miércoles Sonia no había tenido noticias de Richard ni se habían encontrado en el ascensor. Por la tarde, al llegar a casa, decidió bajar para preguntarle si seguía en pie lo del espectáculo y, si era así, a la hora que quedarían. Dejó el bolso y salió de casa con las llaves en la mano. Al llegar al rellano de Richard, se dio cuenta de que no sabía cuál de las cuatro puertas que había era la suya. Hizo memoria intentando recordar de qué lado venía él cuando entraba en el ascensor, pero ella solo recordaba que entraba de frente. Se decidió por el lado izquierdo, no sabía si era una especie de vago recuerdo o una corazonada. Llamó a la primera de las dos puertas de ese lado. Abrió un señor que debía rondar los setenta y tantos años.―Oh, no sé si me he equivocado. ¿Vive aquí…? El chico que tiene… No sé cómo se llama. Es así moreno… ¿Vive aquí otro hombre con usted?―No, aquí vivimos mi señora y yo.―Y aquí al lado ¿quién vive?―Pero usted ¿quién es? ―preguntó el vecino con desconfian
―Háblame de Sonia.―¿Qué quieres saber?―Lo que me quieras contar.―Pues Sonia es una vecina tuya que lo único que sabe mantener ordenado son los dientes de sus pacientes, te dije que era ortodoncista ¿no? El resto de su vida es bastante desordenada: deja todo por medio; odia cocinar pero le encanta comer; no sabe manejar el tiempo ni canalizar sus emociones; se aburre con las rutinas aunque las necesita para sentirse reconfortada; no le gusta que le lleven la contraria y menos aún la corriente; es caprichosa, aunque aquí puede que la culpa no sea suya, son los efectos de haber sido hija única; y no sé qué más puedo contarte de ella. Casi es mejor que la conozcas, y juzgues por ti mismo.―Pues a mí no me pareces desordenada, tu casa al menos no me dio esa impresión.―Tengo mis días.―¿Sabes cuál fue mi primera impresión sobre ti? Pensaba que eras una tía rara. No sé por qué.―¿Te parecía una tía rara y aún así me invitaste?―Sí, bueno, no me gusta fiarme de las primeras impresiones.―
―Así de confirmada, no. Pero fue el momento que utilizó, el detalle: ahora te pido que nos casemos porque se supone que quiero compartir el resto de mi vida contigo, pero como te vas a casa de tus padres lo celebro con otra en nuestra cama. No, no pude perdonarle esa infidelidad. Y le había perdonado que me dejara colgada muchas veces para irse de juerga con sus amigos. Que apenas nos viéramos porque le encanta la noche y no quería renunciar a un trabajo de relaciones públicas en una discoteca, y que era la tapadera perfecta para ponerse hasta arriba de todo, incluso echar un polvo con la primera que pillaba, si quería. Y no, no me salió de los cojones perdonarle, así de claro.―Aún no lo has superado, ¿no?―Pues lo más curioso de todo es que en aquel momento me sentía jodida y a la vez liberada, como si me hubiese quitado un peso de encima. Ahí me di cuenta de que el asunto de casarme me agobiaba. Después, el fin de semana que estuvo aquí, me di cuenta de algo todavía más importante:
―Antes me has hablado de Sonia y yo te he hablado sobre Richard, ¿quieres que te diga a la conclusión que he llegado? ―preguntó él.―Me encantaría saberlo.―Creo que esos dos no durarían mucho juntos. Y menos en la casa de ella… con saleros derramados que lamen mascotas felinas de color negro, balanceándose en el interior de un paraguas abierto, mientras Sonia hace el trenecito bajo una escalera donde Richard está subido para colgar un espejo…―¿No decía Richard sobre su superstición que "No mucho"? ―apuntó Sonia muerta de risa, ante aquella cadena descriptiva que se había marcado.―También dijo Sonia "que no le pasaba nada" cuando le explicó Richard lo de la invitación, y no era cierto, algo pasó por su cabeza.―¿Se puede saber por qué hablamos en tercera persona?―No lo sé pero es divertido ―barrió el montón de sal con la mano y lo echó sobre su plato vacío―. ¿Te apetece algún postre?―No me van mucho los postres.―¿Nos vamos a casa entonces? Es un poco tarde ¿no? ―se arrepintió nad
―Gloria piensa que nunca lo vas a estar, pero tranquilo que no se lo dirá a Susana aunque en el fondo le encantaría hacerlo, por fastidiarla ―le iba explicando de camino a la salida.―Susana es muy maja. Gloria la ha recibido con el hacha en mano por María, pero tampoco fue ella quien le quitó el marido a su amiga, fue el marido quién se quitó solito, no era un niño de primaria, desde luego ―echó en falta las gafas de sol que se había dejado en el cajón, en cuanto la luz le atizó en los ojos.―Pues será maja y todo lo que tú digas, pero a mí… qué quieres que te diga ―resopló pensando las palabras precisas―… no me termina de cuajar. Te lo digo desde la confianza y el cariño que te tengo, Richard, y siento decirte que cuando estás con ella no eres el mismo. No me lo tomes a mal ¿eh? Pero creo que te maneja mucho. Con María no te pasaba, porque María es de las que se dejan llevar como tú, y teníais ahí un ten con ten. Lo mismo es tu forma de ser en las relaciones pero, desde luego, yo qu