―Si me hubieses dicho que te faltaba alguna caja, te habría creído, pero diciéndome que tienes todo ordenadísimo, como si lo viera, seguro que está todo manga por hombro.―Está bien, tú ganas, quedan dos cajas ―intentó rectificar inútilmente.―Ya no cuela, hija, mira que eres desastrosa. ¿Y qué tal el trabajo? ―la madre de Sonia prefirió no seguir aquel tema para no terminar discutiendo con su hija. Era la primera vez que se separaban y le estaba costando muchísimo adaptarse a aquel vacío que había dejado en casa. Sonia era hija única, apareció cuando ya habían perdido las esperanzas intentándolo. No lograron conseguirlo otra vez. Esto hizo que sobreprotegieran a Sonia y que, aún siendo una mujer que sabía valerse por sí misma, la siguieran tratando como a una niña.―Bien, lo de siempre, de un lado a otro… Me gustaría trabajar como papá, en su consulta, sin moverse.―Ay hija, no te quejes, y ¿para qué quieres estar todo el día en un mismo sitio? Así te mueves, vas de un sitio a otro,
Había sido una tarde muy luminosa del mes de mayo, de la que ya apenas quedaba luz cuando esperaba en el portal a que llegase el ascensor para subir de vuelta a su piso. Manu se había quedado en la cafetería de abajo, charlando con unos amigos a los que hacía tiempo que no veía; y ella entre que se sentía cansada y aburrida con la conversación, decidió quitarse de en medio. Le gustaba el ambiente de aquella ciudad, tan cálido, tan cercano. Mallorca le gustaba más, sobre todo sus playas, con esa arena blanca tan fina. Pero Málaga tenía para ella otro encanto, puede que el recuerdo de los veranos de su infancia, que suelen dejar un sabor anaranjado; la mezcla perfecta entre la alegría dulce del recuerdo y el amargor de la nostalgia. Se sorprendía cuando veía a Manu saludar a la gente en cualquier rincón, lejos del barrio, en un chiringuito perdido de la playa de El Palo, en Torremolinos o Arroyo de la miel… siempre encontraba una cara conocida a quien saludar. Era muy fácil sentirse arr
―Venga, no te enfades, de verdad, que no merece la pena. Ha sido un mal entendido. Vamos a terminar de cenar y a ver qué echan en la tele, que me apetece ver una película divertida. Anda mira, si entrevistan a "la Esteban". ¿Te importa si lo vemos? Es que no veas la que se ha armado, porque resulta que el hermano de Jesulín se ha echado una novia que es…Richard se había desconectado de aquella conversación. Recogía los platos y las botellas de la mesa con la sensación de haber protagonizado la escena de una película absurda, donde ni siquiera le pertenecía el papel principal, quizá tampoco el secundario. Una escena de su vida donde tan solo era un espectador que se revolvía en su asiento ante un guión cambiado a última hora, cuando el original lo conocía de memoria porque ya había visto la película ochenta veces.Lavó la vajilla y cogió un libro de la mesilla de noche: Sin noticias de Gurb, rezaba la portada. Se sentó al lado de Susana, bajo la lámpara, y decidió que aquella noche de
Otra de las manías de Richard, era la de construir rutinas. Casi todo lo que hacía tenía un método, y a veces se entretenía en calcular los tiempos que tardaba en hacer las cosas de una manera o de otra. Sabía, por ejemplo, lo que tardaba en prepararse un café desde que encendía la cafetera hasta que se sentaba en la mesa a desayunar, y había comprobado que en los diez segundos que tardaba en calentarse el agua, si aprovechaba para poner la leche, el azúcar y meter la cápsula de café, eran diez segundos que le ganaba al café; más los que se ahorraba si mientras se llenaba el vaso preparaba las galletas, la servilleta y el plato. Le encantaba que todo sucediese siempre de la misma manera, no le gustaban nada los cambios ni improvisar. La última vez que había improvisado, el resultado había sido un divorcio. Lo peor de todo era que sabía que se aproximaban cambios. Últimamente Susana estaba más pesada que nunca con la idea de irse a vivir juntos.―Es una tontería que cada uno esté vivie
Manu era de esa clase de personas que a Sonia le gustaban con la misma intensidad que le sacaban de quicio. De esas que suelen estar en posesión de la verdad, y no porque lo dijera él, sino porque tenía la capacidad de equivocarse muy pocas veces. Siempre estaba allí donde ella lo necesitaba. Algunas veces cuando veía que ella estaba metiendo la pata hasta el fondo, intentando convencerla, se enzarzaban en discusiones que parecía que iban a terminar sin dirigirse la palabra, pero nunca sucedía tal cosa, y ese tira y afloja les había acompañado desde que se conocieron siendo unos críos. Una de las cosas que a Sonia solía sacarle de sus casillas sobre Manu era la manía que tenía de chafar sus planes. Ella, por su carácter inquieto que rozaba a veces lo novelero, daba la vuelta a las cosas según su conveniencia. Y él, que en ese sentido era muchísimo más realista y pausado, siempre encontraba alguna pega para sacarla de su terreno. Hacía algo más de un mes que habían pasado un fin de sem
―Hola, Sonia, por un momento pensé que…―Espera un segundo ―le dijo, mientras terminaba de escuchar el último mensaje en su buzón de voz―. Perdona ¿me decías? ―esquivó al mismo tiempo que hablaba el beso de Alex, que titubeaba entre ser uno o dos. Ella le ayudó a tomar la decisión del número par.―Que por un momento pensé que me habías dejado tirado, como no me has devuelto la llamada.―Ahora mismo estaba escuchando los mensajes del buzón. Lo siento, he tenido un día muy complicado.―No hace falta que te disculpes, te conozco de sobra ―acompañó el comentario con una sonrisa espontánea que Sonia recibió por su cuenta, con un ligero toque de sarcasmo.―Y bien ¿te apetece cenar, pasear, tomar algo…? —«¿Volver por donde has venido?».―Donde tú me lleves estará bien. ―contestó él, ajeno a los pensamientos de ella.―Pues por ser tu primera noche malagueña, te llevaré a un sitio de tapeo de toda la vida.Dejaron el coche aparcado en el garaje de Sonia para ir andando desde su casa después de
Se despidió de Alex con una sensación de vacío que se transformó en punzada en el estómago cuando le vio alejarse. Lo que sentía era la pesadumbre de no encontrar lo que una vez sintió por aquel hombre que ahora se marchaba derrotado. Le hubiera gustado sentir pena al decirle adiós. No lo había pensado en ningún momento de ese fin de semana hasta ese instante en el que le veía alejarse. Había venido desde Mallorca para pasar un solo día con ella, y ella había pasado todas y cada una de esas horas pensando en las ganas que tenía de que se marchara. Sin darse cuenta los ojos se le llenaron de lágrimas, pero no lloraba porque Alex se marchaba. Lloraba porque aquella vida que había vivido hasta ese día, todos los recuerdos de esa relación, todo el cariño que habían sentido el uno por el otro, tanto los malos como los buenos momentos compartidos, iban a coger ese avión para esfumarse y le daba pena no desear que todo volviera a su lugar.Cogieron el coche y durante el trayecto de vuelta de
―Sí, sí fuimos. Yo ya lo conocía. A él también le gustó.―Había mucha gente por el centro, parecía sábado.―Qué va, el sábado fue peor. Cada día me gusta menos salir en fin de semana.―Desde luego entre semana se disfruta más de las cenas: te atienden sin prisas, todo es más calmado, y para charlar es mejor. También depende del ritmo que lleve cada uno y de los gustos, mucha gente prefiere ese tipo de aglomeraciones. Bueno, hasta luego. ―se despidió cuando el ascensor hizo escala en su planta.―Adiós.«Me importa un pimiento lo que diga Manu, este tío o es bipolar o se huele la tostada. No es normal que antes fuera tan sieso y ahora de repente tan simpático, un poco más y me acompaña hasta mi casa. Pues lo lleva claro como esté pensando que quiero algo con él por el simple hecho de ponerme roja cuando me lo encuentro, este no sabe que me pongo roja con todo. El próximo día que me lo encuentre saco el tema y se lo digo. Cómo se lo voy a decir vaya cosas se me ocurren. Anda Sonia, vete