Samuel salió directo del hospital a su casa, se tendió ampliamente sobre el mullido colchón y se dispuso a encender el televisor frente a la cama. Mientras el aparato encendía, sacó el celular de Gabriel que tenía en el bolsillo, era negro, delgado y parecía poco costoso, la caída le había roto la pantalla y se podía ver una telaraña blanca sobre el vidrio. Presionó la tecla de encendido y la imagen de dos hombres besándose lo sorprendió. Apagó de nuevo el aparato y lo lanzó a la cama, para no tener la tentación de husmear en él, pero apretó los puños. Tomó de nuevo el aparato, seguro de que lo detendría el patrón de desbloqueo, pero cuando deslizó el dedo por la agrietada pantalla, éste desbloqueó, dejando ver de fondo otra foto, pero esta vez era una instantánea de un gato. Samuel se quedó
Gabriel nunca había entrado a la parte central del parque, donde estaban algunas bancas frente al enorme árbol y el suelo estaba tapizado con ladrillos pequeños y amarillos. Le dolía todo el cuerpo, como si una tractomula le hubiera pasado por encima, por suerte la cabeza le había dejado de doler, pero odiaba tener los ojos hinchados y rojos, odiaba llorar.Dejó de llorar casi desde que salió del hospital, no quería pasearse por las calles como Victoria Rufo. El pueblo había tenido suficiente de sus shows por esa semana, pero aun así las personas lo miraban al pasar, y trató de llegar a su habitación lo más rápido que le fue posible. Ignoró a Irán que abrió los ojos cuando lo vio, y a su tía le dijo que tenía una alergia. Se encerró en el pequeño cuarto, se metió entre las sabanas y se quedó ahí, ya ni siquiera
Samuel desapareció dentro del kiosco, y Gabriel relajó el cuerpo, estiró las piernas y descruzó los brazos. No sabía exactamente por qué le había contado todo al enfermero, aunque quería desahogarse no supo por qué exactamente con él, tal vez era por el aura pacífica que el hombre desprendía, o porque era atractivo y Gabriel era un idiota morboso. Sin importar el motivo que fuera, lo había hecho, y el pequeño desahogo le ayudó a comprender que, aunque sí había cometido un error, no era un monstruo como él mismo pensaba, o al menos no uno con la intención de serlo. De todas formas, cada vez que contaba su experiencia se le hacía más fácil. Cuando se lo contó a Irán y Camila solo se limitó a hacer un pequeño resumen de la situación, pero con Samuel había dejado que afloraran todos los sentimi
Ambos hombres caminaron en silencio calle arriba, uno al lado del otro, solo se escuchaban sus respiraciones y el vapor que escapaba de su nariz anunciaba el frio que se avecinaba. Axel miró de reojo al enfermero, y lo analizó detallada mente: La barba bien arreglada, la mandíbula cuadrada y el cuerpo atlético, era un poco más bajo que él, pero innegablemente era un hombre demasiado atractivo, por eso entendía por qué Melissa estaba con él, su aire ausente y pensativo lo hacía lucir bastante misterioso y sexy, en cambio él, hablaba mucho, era expresivo y sentimental, muy sentimental. Supuso que eso no era muy atractivo. Samuel notó la fría mirada de Axel sobre su ser, y respiró profundo.—¿Por qué me odias? —le preguntó de nuevo, y el hombre le apartó la mirada, azorado.—No digas estupideces —Le respondió y camin&
Estaba bañado y vestido cuando Axel entró por la puerta de su habitación sin preguntar y con la cara tan pálida que Gabriel cayó sentado en la cama. El hombre lo miró y por un momento Gabriel pensó que no diría nada, pero se aclaró la garganta y no intentó ocultar su preocupación cuando le dijo. —Te buscan —Gabriel se puso de pie. Por la expresión de alarma de su primo imaginó que la jueza había cambiado de opinión y lo enviarían directito al pozo más oscuro de la cárcel El Pedregal, así que meneó las manos con violencia, pero su primo frunció el ceño confuso. —¿Quién? —preguntó en un hilo de voz, y elevó una plegaria al cielo para que no fuera un policía. Axel suspiró, y luego se pasó los dedos por la rubia melena. —Es uno de los hombres de Franco —Gabriel dejó escapar todo el aire que no sabía que había retenido en el estómago. Se dejó caer sentado en la cama y suspiró de nuevo. No parecía ser algo tan malo como que la policía viniera por él, pero la cara d
La puerta, discretamente dispuesta entre dos columnas, le pareció la entrada al infierno, y no supo cuánto tiempo se quedó contemplándola sin saber si avanzar un paso o salir corriendo y no mirar atrás, pero tenía que dejar el asunto zanjado de una vez por todas antes de que se convirtiera en una bola de nueve imparable. —De ninguna manera —le dijo Axel, muy pegado a él y con la mano en el pecho, deteniéndole el paso —No te dejaré entrar ahí solo. —Estaré bien —le dijo. Estaba extrañamente calmado al respecto, ansioso, pero saber qué quería el narcotraficante de él le hacía pensar que tenía la ventaja, o al menos, un poco —He tratado con hombre así, que creen que por que tienen poder hacen lo que les da la gana, o que una pistola entre los pantalones los hace los más valientes de mundo. —No te confíes, no sabes como es Franco —Gabriel miró a su primo, el rubio tenía tanta preocupación en la mirada que el menor sintió un hueco en el pecho. ¿Cómo es que tan ráp
Gabriel se detuvo en el último escalón antes de entrar al hospital, y pensó si algún día podría entrar por esas puertas sin la sensación de que algo malo estuviera a punto de pasar. No había visto a Maoy desde el fatico día en que le rompió la cara, y la verdad no se sentía con la fuerza suficiente para enfrentarlo en ese momento. Había dormido poco, alternando sus pensamientos entre buscar la solución a su problema con Franco y ver por otro rato las imágenes del enfermero. Al final, cerca de la madrugada, la posible solución a su problema le llegó de repente y cayó sentado en la cama. Franco era malo y violento, y tenía que combatir fuego con fuego. Aquella solución le trajo más ansiedad que paz, y el resto de la noche la pasó entre moverse en la cama y tener constantes e inquietantes pesadillas que lo habían dejado cansado y con
Axel estaba nervioso, como hacía mucho tiempo no estaba, le temblaban las manos y le sudaba el cuerpo, aunque, dentro de la farmacia, hacia bastante frio. Si no estuviera así por su propia voluntad, hacía mucho rato que hubiera salido corriendo sin mirar atrás, pero ya había puesto la maquinaria en marcha y no había regreso. Era un día bastante descansado, ya eran pasadas las dos de la tarde y en la sala de espera no había ni un alma en pena, así que era la oportunidad perfecta. Había utilizado a una de las enfermeras como lechuza mensajera, y estaba de rodillas frente a una estantería esperando, quieto como un lobo al acecho, y cuando escuchó que los zapatos suabes de la doctora rechinaban por el corredor respiró profundo y liberó el aire lentamente. La puerta se abrió, y la cabellera rizada y oscura de la doctora apareció por la entrada de la farmacia. —¿Me mandaste llamar? —le preguntó, tenía las manos en los bolsillos y su siempre impecable sonrisa, y Axel sintió
La noche había sido productiva, nadie lo había visto salir del pueblo y la arrogancia de Franco era tal que la seguridad en su mansión era mínima y patética, solo un par de hombres en la entrada, más entretenidos en sus celulares que en comprobar si algún enmascarado se colaba por las rejas y se escabullía tras la casa. Franco había colaborado inconscientemente con Gabriel, cuando el muchacho asomó la cabeza por la ventana, logró ver al español en su despacho, junto al asiático que tenía el fusil colgado frente al torso. Sacó su celular con el brillo al mínimo y capturó cuantas imágenes quiso, incluso un par de franco sacando su arma de entre los pantalones y colocándola en el escritorio. Había regresado a casa rápido, sin que nadie lo viera, y subir por el poste fue relativamente más fácil de que imaginó. En la ma&nt