Estaba bañado y vestido cuando Axel entró por la puerta de su habitación sin preguntar y con la cara tan pálida que Gabriel cayó sentado en la cama. El hombre lo miró y por un momento Gabriel pensó que no diría nada, pero se aclaró la garganta y no intentó ocultar su preocupación cuando le dijo.
—Te buscan —Gabriel se puso de pie. Por la expresión de alarma de su primo imaginó que la jueza había cambiado de opinión y lo enviarían directito al pozo más oscuro de la cárcel El Pedregal, así que meneó las manos con violencia, pero su primo frunció el ceño confuso.
—¿Quién? —preguntó en un hilo de voz, y elevó una plegaria al cielo para que no fuera un policía. Axel suspiró, y luego se pasó los dedos por la rubia melena.
—Es uno de los hombres de Franco —Gabriel dejó escapar todo el aire que no sabía que había retenido en el estómago. Se dejó caer sentado en la cama y suspiró de nuevo. No parecía ser algo tan malo como que la policía viniera por él, pero la cara d
A algunos les gustan capítulos largos, así que haré unos cuantos.
La puerta, discretamente dispuesta entre dos columnas, le pareció la entrada al infierno, y no supo cuánto tiempo se quedó contemplándola sin saber si avanzar un paso o salir corriendo y no mirar atrás, pero tenía que dejar el asunto zanjado de una vez por todas antes de que se convirtiera en una bola de nueve imparable. —De ninguna manera —le dijo Axel, muy pegado a él y con la mano en el pecho, deteniéndole el paso —No te dejaré entrar ahí solo. —Estaré bien —le dijo. Estaba extrañamente calmado al respecto, ansioso, pero saber qué quería el narcotraficante de él le hacía pensar que tenía la ventaja, o al menos, un poco —He tratado con hombre así, que creen que por que tienen poder hacen lo que les da la gana, o que una pistola entre los pantalones los hace los más valientes de mundo. —No te confíes, no sabes como es Franco —Gabriel miró a su primo, el rubio tenía tanta preocupación en la mirada que el menor sintió un hueco en el pecho. ¿Cómo es que tan ráp
Gabriel se detuvo en el último escalón antes de entrar al hospital, y pensó si algún día podría entrar por esas puertas sin la sensación de que algo malo estuviera a punto de pasar. No había visto a Maoy desde el fatico día en que le rompió la cara, y la verdad no se sentía con la fuerza suficiente para enfrentarlo en ese momento. Había dormido poco, alternando sus pensamientos entre buscar la solución a su problema con Franco y ver por otro rato las imágenes del enfermero. Al final, cerca de la madrugada, la posible solución a su problema le llegó de repente y cayó sentado en la cama. Franco era malo y violento, y tenía que combatir fuego con fuego. Aquella solución le trajo más ansiedad que paz, y el resto de la noche la pasó entre moverse en la cama y tener constantes e inquietantes pesadillas que lo habían dejado cansado y con
Axel estaba nervioso, como hacía mucho tiempo no estaba, le temblaban las manos y le sudaba el cuerpo, aunque, dentro de la farmacia, hacia bastante frio. Si no estuviera así por su propia voluntad, hacía mucho rato que hubiera salido corriendo sin mirar atrás, pero ya había puesto la maquinaria en marcha y no había regreso. Era un día bastante descansado, ya eran pasadas las dos de la tarde y en la sala de espera no había ni un alma en pena, así que era la oportunidad perfecta. Había utilizado a una de las enfermeras como lechuza mensajera, y estaba de rodillas frente a una estantería esperando, quieto como un lobo al acecho, y cuando escuchó que los zapatos suabes de la doctora rechinaban por el corredor respiró profundo y liberó el aire lentamente. La puerta se abrió, y la cabellera rizada y oscura de la doctora apareció por la entrada de la farmacia. —¿Me mandaste llamar? —le preguntó, tenía las manos en los bolsillos y su siempre impecable sonrisa, y Axel sintió
La noche había sido productiva, nadie lo había visto salir del pueblo y la arrogancia de Franco era tal que la seguridad en su mansión era mínima y patética, solo un par de hombres en la entrada, más entretenidos en sus celulares que en comprobar si algún enmascarado se colaba por las rejas y se escabullía tras la casa. Franco había colaborado inconscientemente con Gabriel, cuando el muchacho asomó la cabeza por la ventana, logró ver al español en su despacho, junto al asiático que tenía el fusil colgado frente al torso. Sacó su celular con el brillo al mínimo y capturó cuantas imágenes quiso, incluso un par de franco sacando su arma de entre los pantalones y colocándola en el escritorio. Había regresado a casa rápido, sin que nadie lo viera, y subir por el poste fue relativamente más fácil de que imaginó. En la ma&nt
Axel había salido del baño lentamente. Sin decir una palabra tomó del brazo a Gabriel sin dirigirle una mirada a nadie y lo arrastró fuera del baño y fuera del hospital.Gabriel se sentía confundido y abrumado, y no podía imaginarse lo que pasaba por la cabeza de su primo, que lo había liberado apenas habían salido lugar, pero lo empujaba con la palma de la mano en la espalda para que avanzara rápido. Gabriel trató de ver su rostro, tratar de adivinar qué pasaba por su cabeza, pero el rubio permanecía solo un paso más atrás de él y no lograba conseguir hacer contacto visual. Cuando llegaron a la casa, Axel azotó la puerta con fuerza y, literalmente, empujó a Gabriel adentro.—¡En qué mierda estabas pensado? —le gritó y Gabriel no contestó —Amenazar a franco, por dios, está mal, realmente mal.
Las personas alrededor estaban concentradas en la película, pero Gabriel se acercó más al enfermero para que este no tuviera que hablar muy fuerte y él se tomó su tiempo en comenzar.—Creí haberme enamorado una vez —comenzó —ahora sé que no era nada de eso, solo cosas de adolescentes, supongo —hizo una pausa en la que parecía que veía la película, pero Gabriel sabía que no —Mi papá tiene mucho dinero, es el dueño de una empresa de ropa que tiene sucursales en toda Colombia, incluso en estados unidos. Mi abuelo comenzó con el negocio cuando papá estaba joven así que él creció, como decirlo, en la alta sociedad. Le importaban tanto las apariencias que mis hermanas y yo crecimos en una cárcel de reglas y etiqueta.—¿Tienes hermanas? —Samuel sintió, y Gabriel vio como se le ilumin
—Las cosas se van a poner feas —las palabras de Samuel resonaban en su cabeza y hacían que el hueco en su estómago se hiciera más grande, y los acontecimientos que vinieron después de esa noche no hicieron más que incrementar su malestar. Cuando el enfermero lo había llevado a casa, desapareció en un segundo dedicándole un silencioso a dios, y Axel prácticamente lo había arrastrado adentro de la casa. El pueblo esa noche estaba bajo el más silencioso letargo, como si cada habitante hubiera muerto y solo quedaran los fantasmas silenciosos deambulando por ahí. Incluso Axel, haciendo caso omiso a su acostumbrada algarabía, había bajado el volumen del televisor mientras veía Yo me llamo al mínimo posible, y Gabriel, casi instintivamente trataba de hacer todo el silencio posible, como si algún hombre en fusilado fuera a entrar en cualquier momento y matarlo p
—¡ No puedo creer que contestaras eso? —casi gritó Gabriel, y de la risa perdió el equilibrio y casi cae de la silla, samuel lo sostuvo mientras también se reía.—Ella me estaba insultando —se justificó el hombre y Gabriel río más fuerte.—Te dijo hijo de papi y tu le dijiste rubiecilla tetona —el muchacho tuvo que sostenerse el estómago de la risa y Samuel se encogió de hombros.—Tenía un mal día —la comida ya estaba en el estomago y los platos perfectamente ordenados en el locero, Samuel había destapado una botella de vino que no tenía alcohol y llevaban rato hablado cómodamente. Después de que Gabriel se calmara, se formó un silencio cómodo que Gabriel ocupó acariciando los vellos del brazo del enfermero —¿cómo estás? —le preguntó —&ique