Se había sentido bien consigo mismo, compartir sus cosas con personas que no fueran de su familia era algo que no le había llamado la atención en el pasado, le hacía sentirse vulnerable y desconfiado, pero quería cambiar, romper esa pared que impedía que sus sentimientos salieran a la luz, y aunque le contó a Irán y a Camila con lujo de detalle todo los acontecimientos que lo habían llevado hasta ese lugar y ese momento, no fue capaz de expresar como lo hacía sentir todo eso, solo se limitó a contar los acontecimientos como si solo hubiera sido un espectador de su propia vida, y agradeció que ninguno de los dos le preguntara directamente por como sentía. Ambos se quedaron callados después de que Gabriel diera la última palabra y se quedara esperando a que alguno rompiera el silencio.
—Entonces —habló Irán después de un rato en que los tres
Gabriel pensó tristemente que el regresar a clases al día siguiente sería un poco más normal, pero la venda que le había obligado a ponerse Axel y que envolvía su cabeza no hacía más que hacerlo parecer un disfraz mediocre de momia. Desde que entró por las puertas del colegio todas las miradas se posaron en él, y se sintió tan pequeño que subió automáticamente al tercer piso y se sentó en el puesto más alejado posible. Cuando sonó la campana y el salón comenzó a llenarse, las miradas poco a poco se fueron poniendo más discretas, y cuando la maestra entró por la puerta y las miradas se posaron en ella, dejó escapar todo el aliento que tenía contenido en el cuerpo. Camila se sentó junto a él, y llamó su atención golpeándole el pie.—No te apachurres —le dijo y Gabriel afloj
Cuando entró se dirigió directamente a los baños, no pasó a ver a Axel ya que estaba haciendo inventario o algo así, por eso no había ido a almorzar. Trató de ignorar a todas las personas que pululaban alrededor, con toda la intención de no encontrarse a Maoy sin haber pensado detenidamente qué le diría o coma manejaría la situación, por eso pasó casi corriendo y no se sintió a salvo hasta que entró al oscuro baño. Respiró profundo y se miró al espejo. ¿Y si Maoy quería más que un beso? Ya no quería sexo casual, no era lo que se suponía que había decidido para su vida, tampoco lo quería. Un beso seguro sí le aceptaba, era menos intimo y no lo hacía sentir tan solo después, pero, ¿y si él quería algo más? Se miró la venda en el espejo y deseó arranc&
Samuel salió directo del hospital a su casa, se tendió ampliamente sobre el mullido colchón y se dispuso a encender el televisor frente a la cama. Mientras el aparato encendía, sacó el celular de Gabriel que tenía en el bolsillo, era negro, delgado y parecía poco costoso, la caída le había roto la pantalla y se podía ver una telaraña blanca sobre el vidrio. Presionó la tecla de encendido y la imagen de dos hombres besándose lo sorprendió. Apagó de nuevo el aparato y lo lanzó a la cama, para no tener la tentación de husmear en él, pero apretó los puños. Tomó de nuevo el aparato, seguro de que lo detendría el patrón de desbloqueo, pero cuando deslizó el dedo por la agrietada pantalla, éste desbloqueó, dejando ver de fondo otra foto, pero esta vez era una instantánea de un gato. Samuel se quedó
Gabriel nunca había entrado a la parte central del parque, donde estaban algunas bancas frente al enorme árbol y el suelo estaba tapizado con ladrillos pequeños y amarillos. Le dolía todo el cuerpo, como si una tractomula le hubiera pasado por encima, por suerte la cabeza le había dejado de doler, pero odiaba tener los ojos hinchados y rojos, odiaba llorar.Dejó de llorar casi desde que salió del hospital, no quería pasearse por las calles como Victoria Rufo. El pueblo había tenido suficiente de sus shows por esa semana, pero aun así las personas lo miraban al pasar, y trató de llegar a su habitación lo más rápido que le fue posible. Ignoró a Irán que abrió los ojos cuando lo vio, y a su tía le dijo que tenía una alergia. Se encerró en el pequeño cuarto, se metió entre las sabanas y se quedó ahí, ya ni siquiera
Samuel desapareció dentro del kiosco, y Gabriel relajó el cuerpo, estiró las piernas y descruzó los brazos. No sabía exactamente por qué le había contado todo al enfermero, aunque quería desahogarse no supo por qué exactamente con él, tal vez era por el aura pacífica que el hombre desprendía, o porque era atractivo y Gabriel era un idiota morboso. Sin importar el motivo que fuera, lo había hecho, y el pequeño desahogo le ayudó a comprender que, aunque sí había cometido un error, no era un monstruo como él mismo pensaba, o al menos no uno con la intención de serlo. De todas formas, cada vez que contaba su experiencia se le hacía más fácil. Cuando se lo contó a Irán y Camila solo se limitó a hacer un pequeño resumen de la situación, pero con Samuel había dejado que afloraran todos los sentimi
Ambos hombres caminaron en silencio calle arriba, uno al lado del otro, solo se escuchaban sus respiraciones y el vapor que escapaba de su nariz anunciaba el frio que se avecinaba. Axel miró de reojo al enfermero, y lo analizó detallada mente: La barba bien arreglada, la mandíbula cuadrada y el cuerpo atlético, era un poco más bajo que él, pero innegablemente era un hombre demasiado atractivo, por eso entendía por qué Melissa estaba con él, su aire ausente y pensativo lo hacía lucir bastante misterioso y sexy, en cambio él, hablaba mucho, era expresivo y sentimental, muy sentimental. Supuso que eso no era muy atractivo. Samuel notó la fría mirada de Axel sobre su ser, y respiró profundo.—¿Por qué me odias? —le preguntó de nuevo, y el hombre le apartó la mirada, azorado.—No digas estupideces —Le respondió y camin&
Estaba bañado y vestido cuando Axel entró por la puerta de su habitación sin preguntar y con la cara tan pálida que Gabriel cayó sentado en la cama. El hombre lo miró y por un momento Gabriel pensó que no diría nada, pero se aclaró la garganta y no intentó ocultar su preocupación cuando le dijo. —Te buscan —Gabriel se puso de pie. Por la expresión de alarma de su primo imaginó que la jueza había cambiado de opinión y lo enviarían directito al pozo más oscuro de la cárcel El Pedregal, así que meneó las manos con violencia, pero su primo frunció el ceño confuso. —¿Quién? —preguntó en un hilo de voz, y elevó una plegaria al cielo para que no fuera un policía. Axel suspiró, y luego se pasó los dedos por la rubia melena. —Es uno de los hombres de Franco —Gabriel dejó escapar todo el aire que no sabía que había retenido en el estómago. Se dejó caer sentado en la cama y suspiró de nuevo. No parecía ser algo tan malo como que la policía viniera por él, pero la cara d
La puerta, discretamente dispuesta entre dos columnas, le pareció la entrada al infierno, y no supo cuánto tiempo se quedó contemplándola sin saber si avanzar un paso o salir corriendo y no mirar atrás, pero tenía que dejar el asunto zanjado de una vez por todas antes de que se convirtiera en una bola de nueve imparable. —De ninguna manera —le dijo Axel, muy pegado a él y con la mano en el pecho, deteniéndole el paso —No te dejaré entrar ahí solo. —Estaré bien —le dijo. Estaba extrañamente calmado al respecto, ansioso, pero saber qué quería el narcotraficante de él le hacía pensar que tenía la ventaja, o al menos, un poco —He tratado con hombre así, que creen que por que tienen poder hacen lo que les da la gana, o que una pistola entre los pantalones los hace los más valientes de mundo. —No te confíes, no sabes como es Franco —Gabriel miró a su primo, el rubio tenía tanta preocupación en la mirada que el menor sintió un hueco en el pecho. ¿Cómo es que tan ráp