Estoy apoyado contra una pared de ladrillos. No tengo ni idea de cómo he llegado hasta aquí. Tengo las manos mojadas, el pelo mojado y la esquina del vestido mojada.—Casi he terminado—, susurra Raphael a mi lado.Me giro hacia él. No me había dado cuenta de que estaba a mi lado. Raphael me rodea la cadera con el brazo cuando se abre la puerta. Un guardia de seguridad me mira un segundo antes de que Raphael lo fulmine con la mirada.Raphael me ayuda a pasar. Debe de ser la entrada trasera de su casa. Me froto los ojos, pero todo sigue borroso. —Lo siento—, digo en voz baja.Raphael suspira y me detiene contra el banco de la cocina.—¿Quieres explicarme qué ha pasado esta noche? —. me pregunta con sinceridad.Niego con la cabeza. —Estaba enfadada—, le digo a duras penas manteniendo la compostura. La cabeza me da vueltas y me agarro al banco para apoyarme.Raphael está frente a mí en un segundo, con las manos apoyadas a ambos lados de mi cuerpo. —Tienes que descansar.Sacudo la cabeza y
Ayer fue un día incómodo entre Raphael y yo. Es casi como si su comportamiento juguetón hubiera desaparecido y yo lo echara de menos. Estaba distante y apenas hablaba a menos que le hablara. Pero no era grosero ni arrogante, simplemente no parecía el Raphael que yo conocía desde que acepté el contrato.Jugueteo con los dedos, una mala costumbre. Miro hacia las escaleras, hacia la puerta de la izquierda y hacia el patio trasero, detrás de la tumbona en la que estoy sentada. Daniella no está y no sé por qué me pone tan nerviosa verla. Probablemente porque supongo que me odia a muerte. Ayer me hizo una pequeña indirecta, si es que a eso se le puede llamar indirecta.Los Casio son malditamente ricos, por decirlo amablemente. Daniella vive con sus padres, pero están de vacaciones, así que ella es la única en casa. Bueno, no del todo si incluyes a los
Raphael se ha ido hace más de dos horas. No es mucho tiempo y mi vida tampoco depende de ello, pero de alguna manera no puedo dejar de pensar en él. Los últimos días han sido una locura y, por desgracia, no me acuerdo de todo.—Entonces—, le digo al mayordomo que me trae zumo de naranja. —¿Dónde guarda Raphael las cosas privadas?El mayordomo me mira confundido. —Lo siento, señora—, dice. —No acabo de entenderlo.Respiro hondo. Vamos a intentarlo otra vez. —Raphael debe estar ocultando algo, y tú has trabajado para él el tiempo suficiente como para saber dónde escondería ciertas cosas. Como un contrato o algo sobre mí.El mayordomo agacha la cabeza y mira al suelo. Una clara señal de que sabe algo. —Lo siento, señora—, susurra. —No soy qui&eacut
Frunzo el ceño mientras Daniella me pasa los trozos de chocolate. —¿Siempre es así? — le pregunto.—¿Quién, mi hermano? — pregunta Daniella y yo me limito a confirmar con la cabeza mientras amaso la masa. —Puede serlo. Pero yo no me preocuparía.Me meto en la boca unos cuantos trozos de chocolate. —Todavía no está en casa.—Cuidado—, dice Daniella. —Si no, podríamos pensar que te preocupas por él—, bromea.Suspiro. —¿Puedo ser sincera?—Siempre.—Necesito salirme de este contrato—, le digo.Esta vez, es ella la que frunce el ceño. —Así de mal, ¿eh?Asiento, pero no digo nada más.A mi lado, Daniella hace bolitas con la masa y las coloca en la bandeja del horno. Preparo el horno para ella y metemos nuestra creación para que se hornee.Mi teléfono suena. Es un mensaje. Me lavo rápidamente las manos y corro a por mí teléfono. Te quiero.Casi se me salen los ojos de las órbitas. Así de fácil perdió. ¿Estás borracho?Su respuesta llega unos minutos después. Está claro, si te estoy escribie
Cuando me despierto por la mañana, Raphael tiene su brazo alrededor de mi cintura. Quiero moverlo para empezar, pero cuando mi mano llega a la suya para apartarse, me limito a apoyarla en la suya recordando la promesa que le hice. Él acurruca aún más su cabeza en mi cuello mientras sigue dormido. Me quedo helada por el gesto, sin saber cómo reaccionar. No puedo apartarme. De repente siento los labios de Raphael moverse contra mi cuello. —Sabes bien—, dice mientras su dedo dibuja círculos en mi vientre desnudo. Cuando intento bajarme la camiseta para cubrirme el vientre, Raphael se limita a detenerme antes de atraer mi cuerpo hacia el suyo. El calor de su cuerpo penetra instantáneamente en el mío y una sensación de calor recorre mi cuerpo. —Deberíamos haber empezado así las mañanas. Me limito a asentir. No me resisto, aunque lo deseo desesperadamente. Ha pasado más de un mes. Ya casi lo hemos conseguido y sólo tengo que seguir insistiendo unos meses más. Sus manos suben por mi cue
—¿De ninguna manera me voy a desnudar en la maldita cocina? —. le digo.Raphael sonríe. —¿Quién ha dicho nada de desnudarse? —. Y luego levanta la ceja en mi dirección. —Y si no quieres en la cocina, tengo un dormitorio arriba. Puedes desnudarte allí.Me quedo con la boca abierta y me asombro. —Acabas de arruinar tanto mi repostería como mi ropa.Raphael asiente. —Estoy seguro de que te verás mejor sin ropa que con ropa, y en cuanto a tu repostería... bueno, estoy seguro de que sabrás mejor que cualquier cosa que estuvieras planeando hornear.Casi se me salen los ojos de las órbitas. ¿De verdad acaba de decir eso?Le doy un golpe en el brazo y murmuro —pervertido— al pasar.—¡Ya lo he oído!—Bien—, le digo mirándole fijamente a los ojos. —Se suponía que tenías que hacerlo.Agarro la bolsa de harina que tengo a mi lado y la vuelco sobre la cabeza de Raphael antes de que pueda darse cuenta de lo que acaba de pasar. Sus dedos se convierten en puños a mi lado y me agarra la mano tirando d
Soy consciente de lo desnuda que estoy bajo las sábanas. También soy muy consciente de que Raphael está sentado a unos dos metros de mí, está muy cerca. No me gusta la idea de que esté tan cerca cuando estoy desnuda. Tuerzo la mano y busco la toalla que hay junto a la mesilla. Antes de que mis manos envuelvan la toalla, Raphael está a mi lado. —¿Qué necesitas? Me pregunta. No quiero decirle que necesito la toalla. Si lo hiciera, tendría que decirle por qué, y utilizar la toalla para cubrir mi cuerpo desnudo no tendría sentido para un hombre como Raphael. Trago saliva y miro hacia abajo. —La toalla—, murmuro. —Está mojada—, dice Raphael. —Deja que te traiga otra. Se levanta y se dirige a la puerta mientras le digo: —No. Se vuelve hacia mí. Ahí va. —No cojas la toalla—, le digo. —Si puedes, quizá mi ropa del baño. Raphael se aclara la garganta. —Por supuesto—, dice antes de dirigirse al cuarto de baño. Me agarro la cabeza, el dolor ha cesado, pero hay algo que no me cuadra. Ni
Se me hace un nudo en la garganta y me enderezo la falda. Miro fijamente la puerta y luego el timbre. ¿Por qué estoy tan nerviosa? Es la casa de mis padres. —Allá voy—, murmuro en voz baja mientras agito la mano izquierda y luego pulso el timbre. Papá abre la puerta. Su mirada de decepción lo dice todo. No me abraza, no me dice lo guapa que estoy como solía hacer. Lo único que hace es abrir más la puerta y ponerse al lado para dejarme pasar. —Hola, papá—, le digo. Él asiente. —Me alegro de que por fin hayas sacado tiempo de tu apretada agenda para vernos—, dice bruscamente. Mamá aparece detrás de él cuando entro. —No la molestes—, dice poniendo una mano en el hombro de padre para calmarlo. —La pobre ya está estresada. —¡Estresada! — Grita padre. —Eso es exactamente lo que estamos. Los últimos meses han sido un infierno y en vez de solucionarlo, ¡vas y te casas! Me miro los pies. Si supieran cómo me he metido en este matrimonio. —¿Cuánto hace que conoces a este Raphael? — Pregu