Amor...

Frunzo el ceño mientras Daniella me pasa los trozos de chocolate. —¿Siempre es así? — le pregunto.

—¿Quién, mi hermano? — pregunta Daniella y yo me limito a confirmar con la cabeza mientras amaso la masa. —Puede serlo. Pero yo no me preocuparía.

Me meto en la boca unos cuantos trozos de chocolate. —Todavía no está en casa.

—Cuidado—, dice Daniella. —Si no, podríamos pensar que te preocupas por él—, bromea.

Suspiro. —¿Puedo ser sincera?

—Siempre.

—Necesito salirme de este contrato—, le digo.

Esta vez, es ella la que frunce el ceño. —Así de mal, ¿eh?

Asiento, pero no digo nada más.

A mi lado, Daniella hace bolitas con la masa y las coloca en la bandeja del horno. Preparo el horno para ella y metemos nuestra creación para que se hornee.

Mi teléfono suena. Es un mensaje. Me lavo rápidamente las manos y corro a por mí teléfono. Te quiero.

Casi se me salen los ojos de las órbitas. Así de fácil perdió. ¿Estás borracho?

Su respuesta llega unos minutos después. Está claro, si te estoy escribie
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