La Oficina

Raphael se ha ido hace más de dos horas. No es mucho tiempo y mi vida tampoco depende de ello, pero de alguna manera no puedo dejar de pensar en él. Los últimos días han sido una locura y, por desgracia, no me acuerdo de todo.

—Entonces—, le digo al mayordomo que me trae zumo de naranja. —¿Dónde guarda Raphael las cosas privadas?

El mayordomo me mira confundido. —Lo siento, señora—, dice. —No acabo de entenderlo.

Respiro hondo. Vamos a intentarlo otra vez. —Raphael debe estar ocultando algo, y tú has trabajado para él el tiempo suficiente como para saber dónde escondería ciertas cosas. Como un contrato o algo sobre mí.

El mayordomo agacha la cabeza y mira al suelo. Una clara señal de que sabe algo. —Lo siento, señora—, susurra. —No soy qui&eacut

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