34. Déjame entrar

La luz tenue de las luces la sala se filtraba contrarrestaban las largas sombra en la habitación. Mientras me agachaba para tomar una servilleta y limpiar la sangre de Derek, sentí que mi corazón latía con fuerza. Observar su figura lastimada, recostada en el sofá, generó en mí una combinación de temor y angustia indescriptibles.

—Derek, deberías ir al hospital —hablaba con voz entrecortada, tratando de mantener la calma mientras mis manos temblorosas presionaban la servilleta contra su herida para llevar a cabo la limpieza.

Me miró fijamente, con esos ojos profundos que parecían reflejar una chispa incluso en esos momentos tan oscuros. Derek era como aquella atocha de fuego en la oscuridad, te ofrecía calidez y luz al acercarse, pero la oscuridad a su alrededor era asfixiante.

—No te preocupes. —contestó con su voz profunda pero tranquilizadora—Mañana acudiré a la consulta de mi médico de confianza.

—Además, deberíamos acudir a la policía, esto es una locura —observé de reojo—es des
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