Emanuel se ajustó la corbata frente al espejo, preparándose para otro día en la empresa. Mientras se ponía la chaqueta, escuchó pasos acercándose. Ismael apareció en la puerta de su habitación, con una expresión seria en el rostro. —Emanuel , me llamó el médico. Tengo que ir a ver los resultados de los análisis y también tengo una ecografía programada para hoy —informó, con un tono que intentaba ser calmado. Emanuel se detuvo, la preocupación asomando en su mirada. —¿Quieres que te acompañe? —preguntó, intentando ofrecerle apoyo a su hijo. Ismael negó suavemente con la cabeza. —Prefiero ir solo. Quiero demostrarte que puedo manejar esto por mi cuenta. Pero, si quieres, puedes llamar al médico después para que te dé los resultados —añadió, como si supiera que Emanuel necesitaría esa tranquilidad. Emanuel vaciló por un momento, evaluando la mejor manera de manejar la situación. Finalmente, asintió. —Está bien, hijo. Confío en ti. Pero recuerda que estoy aquí si necesitas algo, ¿d
Emanuel caminaba hacia su oficina con una determinación inquebrantable. Desde la ventana, observaba cómo el sol brillaba con fuerza, pero dentro de él, una tormenta seguía latente. Georgina había cruzado un límite peligroso al intentar difamar a Verónica, y sospechaba que su ex, Diego, estaba involucrado. Por eso empezó a rondarla .No iba a permitirlo. Verónica no merecía ese trato, no después de todo lo que había hecho por él y su hijo. Al llegar a su escritorio, tomó su teléfono y marcó el número de Álvaro Méndez, un amigo de confianza y oficial de policía. —Álvaro, necesito tu ayuda con un tema delicado —dijo, su voz firme pero contenida. — Hola , tanto tiempo .Dime, Emanuel. ¿Qué sucede? —preguntó Álvaro, siempre dispuesto a escuchar. —Georgina López una mujer que lamentablemente tuve una relación hace un tiempo,está intentando ensuciar la reputación de Verónica,mi novia, insinuando cosas sobre su pasado en un bar. Sospecho que Diego Ramos su ex marido también está detrás de e
Ismael estaba sentado en el sofá de la sala, mirando el suelo con expresión abatida. Verónica y Carolina habían llegado hacía unos minutos, y tras una breve conversación sobre la revisión médica, Verónica se dirigió a la cocina para preparar la cena. Carolina se quedó en la sala, notando la tensión en el ambiente. —Ismael, ¿puedo sentarme? —preguntó Carolina, acercándose con cautela. —Claro —respondió él, sin levantar la vista. El silencio se instaló por un momento hasta que Ismael, tomando aire profundamente, rompió el hielo. —Carolina, quiero disculparme por lo que viste en el bar. Lo que pasó... lo que hice... —dijo con la voz temblorosa—. No tengo excusas. Estaba en un mal momento y no supe manejarlo. Carolina lo miró fijamente, con una mezcla de preocupación y comprensión. —Te vi dos veces en mal estado, Ismael. No podía creer que eras el mismo chico que fue tan amable en la universidad —dijo con sinceridad—. Pero al menos reconoces el error espantoso que cometiste con
Un Fin de Semana Soñado El sol comenzaba a descender en el horizonte, bañando la ciudad con un cálido resplandor dorado. En la entrada de la empresa, Verónica y Emanuel se despidieron de sus empleados, irradiando una felicidad contagiosa que no pasó desapercibida. —¡Que tengan un excelente fin de semana! —dijo Verónica con una sonrisa, mientras pasaban por la recepción. —Igualmente, señora Verónica, señor Emanuel —respondió la recepcionista, devolviendo el saludo con entusiasmo. Mientras la puerta se cerraba detrás de ellos, la recepcionista y el cadete se miraron, intercambiando una mirada cómplice. —¿Te has dado cuenta de cómo ha cambiado el señor Emanuel desde que la señora Verónica empezó a trabajar aquí? —murmuró la recepcionista, con un tono de curiosidad. El cadete asintió, inclinándose ligeramente hacia ella. —Sí, es como si fuera otra persona. Antes era más... serio, distante. Pero ahora, cada vez que la ve, es como si todo a su alrededor se iluminara. Ambos se rieron
Verónica y Emanuel se despertaron el sábado con la suave luz del sol filtrándose por las ventanas de la cabaña. Habían pasado la noche juntos, entre risas, susurros y caricias, y ahora, mientras el nuevo día se desplegaba ante ellos, sus corazones estaban ligeros, llenos de una alegría renovada.—Buenos días —susurró Emanuel, acariciando el rostro de Verónica, quien sonrió mientras se acurrucaba más cerca de él.—Buenos días —respondió ella, plantando un beso suave en boca .Después de un desayuno sencillo pero delicioso, decidieron aprovechar el día soleado. El lago, con sus aguas cristalinas y su entorno pintoresco, los llamaba. Con una mezcla de entusiasmo y complicidad, se dirigieron hacia la orilla, despojándose de sus inhibiciones y permitiéndose ser simplemente ellos mismos.El agua estaba fresca y reconfortante. Se sumergieron juntos, riendo y salpicándose como dos adolescentes enamorados. Emanuel, con su voz profunda y melodiosa, comenzó a cantar una canción que resonaba con
Diego se gastaba el dinero del futuro de Caro en juegos y alcohol, sin ningún remordimiento. Cada día se hundía más en su vicio, mientras que Georgina, a quien había dejado a un lado, caía en un estado de desesperación que bordeaba la locura. El rechazo de Diego y la pérdida del control sobre la situación la consumían. En su mente trastornada, la culpa recaía completamente en Verónica. La idea de que Verónica había orquestado todo, que había enviado a Diego para enamorarla y luego robarle, era la narrativa que su mente perturbada había creado.Georgina no podía aceptar que Diego la había utilizado y robado. En su distorsionada percepción de la realidad, todo era culpa de Verónica. La rabia y el deseo de venganza se convirtieron en su única motivación. Georgina estaba decidida a hacer pagar a Verónica por todo el dolor que sentía, por cada lágrima derramada y por cada sueño roto.El domingo, Georgina decidió que era el momento de actuar. Había seguido a Verónica hasta su casa en varias
Capitulo Locos Diego había despilfarrado el primer año de la universidad de su hija, Caro, en menos de un mes. El dinero, que estaba destinado a asegurar el futuro académico de Caro, se desvaneció rápidamente en manos de su padre, quien lo gastó en juegos y alcohol sin remordimientos. Diego se sentía con derecho a usar esos fondos, ya que estaban en su cuenta. Creía que, por el simple hecho de estar a su nombre, podía disponer de ellos como quisiera, sin importar el propósito original. Esa cuenta, en la que Emanuel había depositado el dinero para la universidad de Caro, era algo que Verónica desconocía. Lamentablemente Emanuel se había olvidado de contarle sobre el dinero depositado en esa cuenta, y esa omisión estaba a punto de convertirse en una fuente de conflicto. Diego, en su egoísmo, veía la cuenta como una fuente personal de placer y, de vez en cuando, recordaba a su hija solo para mantener las apariencias. A veces las buscaba, fingiendo interés, para no levantar sospechas
Vero miraba a su alrededor con desconcierto mientras las autoridades le tomaban declaración. No podía comprender cómo había llegado a estar en esa situación, cómo el incidente con aquella mujer, que en su momento la había increpado, para ella había quedado relegado al olvido. Ahora, se encontraba en medio de una denuncia que ella no había planeado hacer. Emanuel, sin consultarla, había decidido dar ese paso, y aunque sus intenciones fueran buenas, Vero no podía evitar sentirse desorientada. Mientras relataba los hechos, su mente fue a él día que se presentó en la empresa y Emanuel la atendió y le dijo que no se preocupara que todo estaría bien . El aspecto de Georgina había cambiado drásticamente. Ya no era la mujer segura y vivaz que solía ser. En su lugar, se encontraba alguien pálida, con ojeras profundas, y una mirada perdida. Había algo en ella que indicaba que estaba al borde del colapso, como si las fuerzas la hubieran abandonado. Tras terminar las declaraciones, Emanuel s