Capítulo 25

Desde un balcón podía apreciar la vastedad de aquella interminable pradera, solo recortada por una red de colinas ubicadas a los lejos. El verdor del pasto relucía con los tibios rayos del sol, que le concedía un brillo dorado cuando la brisa lo movía.

El paisaje la calmaba y le regalaba la paz que ella anhelaba cada vez que regresaba de las agobiantes sesiones en el laboratorio.

La medicina limpiaba sus venas de veneno y le aportaba anticuerpos que ponían a raya su enfermedad, pero no la quitaría del todo. Esa condena moriría con su existencia.

—Te preparé un té.

Tania resopló con desagrado.

—¿Hoy puedo pasar de él?

—Claro. Si quieres estar toda la noche en vela, hazlo —se quejó Severiano y dejó la taza humeante sobre la mesita redonda que adornaba la terraza—. En unos minutos llegará Jonás y Ronald y me llevarán a la cabaña. Tienes total libertad para hacer los ruidos que quieras luego de que me vaya.

Ella suspiró hondo.

—Ese brebaje sabe a tierra. No me gusta —lloriqueó, aproximánd
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