Bajo la mirada horrorizada de Alejandro, Gabriel le pisó directo la mano derecha. La palma ensangrentada se hundió en el suelo, aplastada con fuerza. Un grito desgarrador resonó por todo el reservado. Los camareros que habían llegado afuera sintieron un escalofrío recorrerles la espalda. ¡Este señor era realmente cruel!Detrás de las gafas de Gabriel, sus ojos estaban llenos de una distante y tenebrosa furia; las súplicas de Alejandro no tuvieron el menor efecto. Él no podía creer que esa miserable escoria se atreviera a codiciar a alguien a quien él mismo apenas se atrevía a tocar. Cuanto más pensaba en ello, más se intensificaba su deseo de matar.—Don Gabriel, lo siento mucho, yo… no sabía que Ana era… era suya, por favor, ¡por favor, perdóneme!¡Si hubiera sabido que Ana era de él, ni siquiera se le hubiera ocurrido tocarla !El instinto de supervivencia hizo que Alejandro olvidara por un momento la relación entre Gabriel y Ana. Solo sabía que no quería morir.—Esa boca tuya, cr
Gabriel tomó sus inquietas manos y la obligó a mirarlo de frente. —Ana, ¿quién soy yo? —preguntó él.Ana se mostró algo confundida por un momento antes de que el calor que sentía la abrumara de nuevo. —Mateo... —murmuró.Aunque el resto de sus palabras fueron ininteligibles, ese simple nombre fue suficiente para que el rostro de Gabriel se ensombreciera al instante.—Tengo bastante calor... —susurró ella.Si Ana no hubiera mencionado en ese momento el nombre de Mateo, quizás Gabriel habría estado dispuesto a mantener la compostura hasta llegar a la villa. Pero ahora... Gabriel volvió a ponerle el abrigo y le pidió al chofer que pusiera el aire acondicionado al mínimo.—Aguanta —le dijo secamente.El auto aceleró, disipando por completo aquella atmósfera tan íntima. Ana se sentía terriblemente incómoda y trató de liberarse con todas sus fuerzas del agarre del hombre a su lado, pero era demasiado débil. En su frustración, terminó mordiendo inconsciente el brazo de Gabriel.Al Gabriel al
Al escucharlo, un destello de burla total brilló en los ojos de Ana. Sus manos se tensaron alrededor del tazón de porcelana hasta que sus venas se marcaron de manera visible en el dorso.Para ser brutalmente honesta, Alejandro no era más que un simple perro faldero de Mateo - tenía malas intenciones, pero le faltaba valor. Lo que sucedió anoche nunca habría ocurrido sin el permiso tácito de Mateo. ¡Qué cruel había sido al tratar de vengarse por Isabella! Una ola de furia consumió a Ana por completo.Mientras ella se hundía en ese torbellino de emociones, Gabriel se inclinó un poco para tomar el tazón de sus manos. —Señorita Vargas, si no desea hablar de ello, no tiene que hacerlo.Sus palabras ayudaron a que Ana recuperara de forma gradual la calma. Sentada en la cama, comenzó a buscar apresurada su teléfono sin éxito. Gabriel, anticipando su intención, se lo entregó directamente - los guardaespaldas lo habían traído esta mañana junto con su respectivo informe.Ana agradeció al instant
Ana quería que la tierra se la tragara de la vergüenza. Tenía ese único defecto cuando bebía: le daba por morder a la gente. Anoche había estado drogada pero la verdad, no ebria, y aun así había mordido a Gabriel - no habría hecho nada más vergonzoso, ¿verdad? No lo sabía y tampoco se atrevía a preguntar - eso solo lo haría más incómodo.Gabriel, temiendo incomodarla más, se retiró de forma discreta de la habitación, indicándole que saliera a desayunar cuando estuviera lista. Cuando escuchó la puerta cerrarse, Ana cayó en cuenta de otro detalle: ¿quién le había cambiado la ropa?Media hora después, Ana terminó de almorzar con Gabriel tratando de mantener la compostura. Después, había quedado en verse con Lucía. Gabriel se ofreció atento a llevarla, y al bajar del auto le dijo: —Llámame si necesitas algo.—Está bien lo haré —respondió ella.Lucía, sentada junto a la ventana de la cafetería, alcanzó a ver la escena. Cuando Ana se sentó frente a ella, sonrió con cierta picardía. —Ana, ¿nu
Después de varios días de lluvia y bajas temperaturas, el calor en Terraflor aumentó de una forma drástica. El hospital estaba abarrotado.Lucía irrumpió furiosa en la habitación de Fernando. —¡Fernando, te lo advierto, este divorcio va a suceder te guste o no! ¿Te atreves a amenazarme? ¿Crees que soy fácil de intimidar? ¡Qué ingenuo! Si pudiera volver atrás, le habría dado unos cuantos botellazos más en la cabeza aquella noche.Fernando, recostado en la cama con la cabeza vendada, cambió su expresión despreocupada por una sombría al escucharla. Ana entró poco después, lo que enfureció aún más a Fernando.—¡Lucía, sabía que estabas confabulada con Ana! —exclamó temblando de rabia.Lucía se rio con desprecio. —¡Deja de difamar! ¿Acaso yo hice que Isabella te pegara? ¡No digas más y firma ahora mismo el acuerdo de divorcio! —arrojó los papeles sobre la cama con un golpe seco.Fernando apretó furioso los documentos. —¿Es Ana quien te está manipulando?Ana, quien ni siquiera había interven
Ana recordaba cómo hace tiempo, cuando estuvo al borde de la muerte por la gripe, Mateo se había mostrado indiferente. Tal vez para entonces ya no la amaba.La emoción en los ojos de Ana inquietó por completo a Mateo, haciendo que cada palabra que saliera de su boca fuera como una feroz espina. —Ana, tú golpeaste a Fernando, ¡discúlpate ahora mismo!Con esas palabras, la habitación quedó en un silencio sepulcral. Lucía retiró su mano del hombro de Fernando y se apresuró al lado de Ana.—Señor Herrera, Ana no tiene nada que ver con esto, fue en defensa propia. Fernando la atacó primero, si alguien debe disculparse es él —las palabras de Lucía, defendiendo a una simple extraña sobre su esposo, enfurecieron tanto a Fernando que se quedó al instante sin palabras.Mateo, con sus pupilas ensombrecidas, mantuvo su mirada fija en el rostro pálido e indiferente de Ana. —¿Y no debería disculparse por golpear a Isabella?Lucía se rio con sarcasmo. Así que había venido a defender a su querida Isab
Los Herrera vivían en la zona más próspera de Terraflor, en terrenos cuyo valor era inalcanzable para la mayoría.En ese preciso momento, la tensión en el salón era palpable. Apenas Mateo entró, una pila de periódicos voló directo hacia él.—¡Mateo, ¡de rodillas! —Carlos, sentado en el sofá con su bastón, lucía impecable a pesar de sus canas, pero su rostro envejecido estaba contorsionado por completo por la ira.—Abuelo, ¿qué he hecho mal?—¿Ana y tú terminaron? ¿Verdad?Mateo ni siquiera había tenido tiempo de informarle a Carlos. Pensaba que Ana solo estaba siendo dramática y que pronto vendría a reconciliarse, así que no valía la pena mencionarlo.—¿Ana te lo dijo? —preguntó Mateo se quedó pensativo.Su actitud enfureció aún más a Carlos, quien empezó a toser con violencia por la alteración. Mateo se apresuró a darle unas cuantas palmadas en la espalda.Cuando el anciano recuperó el aliento, de inmediato golpeó la pierna de Mateo con su bastón. —¡Mira las bestialidades que has hech
Ana había venido a devolver la tarjeta negra. Había empacado todas sus cosas y planeaba poner el apartamento en venta una vez encontrara dónde vivir.Al entrar a los Herrera, escuchó a Gabriel decir "me mordió un gatito". ¿Qué clase gatito? Le tomó unos segundos procesar la situación. Cuando su mirada se posó justo en la marca de mordida en el brazo de Gabriel, su rostro se tornó completamente rojo.Viendo esto, Mateo lo entendió todo. Una furia incontenible surgió desde lo más profundo de su ser mientras miraba peligrosamente a Gabriel, apretando enfurecido los dientes.—Tío, si tienes pareja, ¿no deberías mantener distancia con otras mujeres?La última vez que visitó la casa de Gabriel, había escuchado una tos femenina y visto unos zapatos de mujer en la entrada. Todo indicaba que no estaba soltero.Gabriel chirrió con suavidad la lengua, mirando con un significado indescifrable al enfurecido Mateo.—Así que sabes que hay que mantener distancia con otras personas cuando tienes pareja