Corazón de hielo

Dante miro hacia el techo.—¡Cállese! –le repitio él.

–¿Usted y qué ejército van a mantenerme callada? –replicó Allegra, poniéndose muy recta.

–¿Qué quiere? –le preguntó Dante a su jefe de seguridad, como si ella no estuviese allí.

–Le sugiero que hablemos del tema en su despacho –respondió Roberto Marino jefe de seguridad.

–Siento haberle insultado –mintió Allegra haciendo un esfuerzo con la esperanza de ganarse la posibilidad de una conversación –. No tenía que haberlo hecho...

–Ha sido muy grosera –le respondió él antes de dirigirse a los guardias de seguridad–. Suéltenla. Y sáquenla de aquí en cuanto haya terminado con ella.

Allegra apretó los dientes, se estiró la chaqueta y se pasó las manos por los vaqueros.

Dante estudió brevemente su rostro ovalado, fijando la atención en los labios generosos, rosados y no pudiendo evitar pensar en lo que podría hacer con ellos. Se le encogió el estómago y eso lo puso todavía de peor humor. — Le daré cinco minutos de mi valioso tiempo.

—Qué g
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