—Te vi salir de la habitación de la princesa —le susurró Abel a Jacob al bajar las escaleras.Jacob, enfadado y pálido, miró a su alrededor para cerciorarse de que no lo vieran y respondió:—¿Me estabas espiando? ¡Podría acusarte ante el príncipe y hacer que te despidieran!—Y yo puedo decir que te acuestas con la princesa Elizabeth. No soy tonto, Jacob. Todo está muy claro: tienes una relación secreta con ella y ahora esto.—¡Eres un chismoso, Abel! No me amenaces.—Y tú no me subestimes, Jacob. Sé lo que vi.—Está bien, está bien. Baja la voz. Solo fui a ver a la princesa porque necesitaba un favor.—¿Un favor? ¿A estas horas de la noche? No me lo trago, Jacob.—Por favor, Abel, te lo suplico. Ni una palabra de esto a nadie. Te lo compensaré.—¿Compensarme? ¿Cómo?—Ya lo pensaré. Pero, por favor, confía en mí. No quiero perder mi trabajo, y mucho menos que la princesa se entere de que nos vieron.—Está bien, Jacob. Pero esto no quedará así. Te vigilaré de cerca. Y si me entero de al
En la aparente tranquilidad de su dormitorio, Annelise observaba a su esposo, el príncipe Arthur, mientras se preparaba para dormir con ella. Sin embargo, la frialdad en su mirada y su evidente falta de interés no le pasaron desapercibidos. Llevaba días alojándose lejos del palacio y dedicaba sus noches a otras mujeres, dejando a su esposa sola y llena de resentimiento. Annelise lo miraba con desdén, preguntándose cuándo volvería a ser el hombre que la amó.—¿Te estás preparando otra vez para mí, Arthur? ¿O acaso tienes una cita secreta con alguna de tus jovencitas? —le cuestiona con tibieza.Arthur la ignora y sigue arreglándose; ella, con amargura, sigue con su descarga:—Llevas días fuera del palacio y, cuando por fin te dignas a venir, apenas me diriges la palabra. ¿Ya no me consideras lo suficientemente entretenida?—No empieces con tus celos, Annelise.—No son celos, Arthur. Es preocupación. Elizabeth también está muy extraña últimamente. Se ha vuelto muy reservada y no me quier
Con la fuerza de una tormenta, Elizabeth acorrala a su padre sosteniendo con firmeza una revista que muestra a Blair luciendo un sugerente traje de baño en el yate de Oliver. La imagen, que ha capturado la atención de la monarquía, se ha convertido en el tema de conversación más candente, ya que el compromiso matrimonial entre Oliver y Elizabeth parece desvanecerse. Elizabeth, furiosa y desilusionada, se enfrenta a su padre para exigirle respuestas sobre la situación que amenaza con echar por tierra su futuro.Elizabeth, exclamando con la revista en la mano, dijo:—¡Mira esto, papá! ¡No puedo creer que Oliver se atreva a salir con Blair así! ¡Es una falta de respeto total!—Elizabeth, cariño, respira. Sé que es difícil de ver, pero no podemos dejarnos llevar por la ira —le dice su padre para calmarla.—¡Difícil! ¡Es una humillación! Somos novios y ahora va con ella como si nada, ¡es un escándalo! —gritó Elizabeth a los cuatro vientos.—Entiendo que te sientas herida. Pero recuerda que
El príncipe irrumpió en un rincón del club donde Astrid lo esperaba, furioso, con la furia reflejada en cada uno de sus rasgos faciales. Sin preámbulos ni cortesías, la agarró del brazo con fuerza y apretó la piel de Astrid hasta hacerle daño.—¡Quiero a Blair en mi cama, como mi amante! No me importa cómo lo hagas, pero me traerás a Blair. ¿Me has oído?Su voz sonaba en el rincón del club, cargada de ira y exigencia. Astrid, con el corazón en un puño, solo pudo asentir, sintiendo el peso de la orden del príncipe como una losa sobre sus hombros.El príncipe, furioso, irrumpió en su despacho. Astrid lo siguió, temerosa.Golpeando el escritorio, pronunció:—¡No sé cómo lo vas a hacer, pero me importa un bledo! ¡Quiero a Blair en mi cama! ¡Así tenga que obligarla!Astrid traga saliva y su mente empieza a trabajar a toda velocidad. La justicia la persigue, Julia podría delatarla en cualquier momento...—Su alteza, por favor... Entienda la situación, el FBI me está pisando los talones. Ah
Días después...El príncipe Arthur, de rostro pétreo, observa a Oliver, que está atado a una silla por un matón corpulento. Con voz helada, comenta:—Así que tus días de ensueño con tu querida Blair han llegado a su fin. ¿No te parece irónico cómo puede florecer el amor en medio de la desgracia?Oliver, con la mirada fija en el príncipe, responde:—No se atreva a hablar de Blair. Ella es una mujer honorable, no como usted, que se esconde detrás de su título para imponer su voluntad.—Oh, pero si tu «amada» Blair es la comidilla de toda Europa. La nobleza se deleita con los detalles de tus vacaciones de verano. ¡Qué escándalo! —dijo con ironía.—¡Cállese! No tiene derecho a juzgarme —gritó Oliver.—¿Derecho? Yo soy el príncipe y tú, un simple mortal, has mancillado el honor de mi hija. Elizabeth está destrozada, su reputación está por los suelos por tu culpa.—¡No me casaré con su hija! ¡No la amo!El príncipe se le acercó con una mirada maliciosa.—Oh, Oliver, siempre tan rebelde. Per
Elizabeth, radiante, admira su vestido de novia recién llegado. Abel la observa desde lejos, junto a Priscila, y con desdén exclama:—¡Hipócrita!—¿Qué quieres decir? —pregunta Priscila, confusa.—Nada, cariño. Solo que... Elizabeth siempre ha sido tan... odiosa. Humilla a todo el mundo por ser de la realeza.—Tienes razón. A veces es insoportable.—Pero bueno, algún día le llegará su merecido —finge Abel una sonrisa y se marcha, dejando a Priscila mirando de reojo el vestido de Elizabeth.—¿Qué le habrá pasado a Abel? Últimamente está actuando de manera muy rara —murmuró para sí misma.Priscila se acerca rápidamente al vestido de novia de Elizabeth, maravillada. Con la intención de tocarlo.—¡Es precioso, Elizabeth!Elizabeth aparta la mano de Priscila con desdén.—¡Cuidado! Es un vestido muy fino y caro. No quiero que lo ensucies.Priscila, sorprendida y un poco dolida, la retira.—Lo siento —se disculpa.Elizabeth la mira de reojo con una sonrisa maliciosa y se dirige a su sirvient
Oliver sabía que tenían un largo camino por delante y que tendría que ser fuerte para desenmascarar al príncipe Olsen ante la corte, el hombre que fingía ser quien no era. Cada día cometía más delitos, pero el de secuestrar mujeres jóvenes y vírgenes para venderlas al mejor postor era el peor de todos.—¿Qué haremos? —preguntó Blair a Oliver al revelarle detalles.Tras un momento de silencio, Oliver le respondió:—Haré todo lo que tenga que hacer, Blair, no me importa llegar hasta las últimas consecuencias.—Oliver... —musita conmovida Blair. —Sabes que puedes contar conmigo, te ayudaré en lo que sea...—Ni lo pienses, Blair, no voy a ponerte en peligro. Antes morir que dejar que te ocurra algo malo. Ya has sufrido demasiado por culpa de Julia y de la mafia, no voy a dejarte a su alcance.—Pero es la única manera de hacerlo caer. Debemos obligarlo a confesar o tenderle una trampa.Blair barajaba varias posibilidades y, aunque a Oliver le resultara muy difícil aceptarlo, ella estaba di
Annelise y Elizabeth se encontraban en el lujoso avión que las llevaba al Reino Unido, emocionadas por la inaplazable boda de Elizabeth con Oliver. Sin embargo, Jacob, el lacayo que las acompañaba, no podía evitar sentir un nudo en el estómago. La mirada penetrante de la madre de Elizabeth lo recorría como un rayo láser, llena de sospechas y desconfianza. Cada vez que sus ojos se cruzaban, Jacob sentía que su secreto estaba a punto de ser descubierto; la furtiva aventura que compartía con la princesa era un hilo tan delgado que podría romperse en cualquier momento. Mientras el paisaje se deslizaba rápidamente por la ventana, luchaba contra la emoción del amor prohibido y el temor a ser descubierto.Elizabeth, sonriendo con burla, cuestionó a Annelise.—Madre, ¿por qué lo miras tanto? Solo míralo, está más nervioso que un gato en una habitación llena de sillas.—No me gusta su actitud, Elizabeth. Dime de una vez qué te traes con el lacayo —respondió Annelise frunciendo el ceño.—Oh, po