La Mansión de Beatrice está llena de luz y risas. Abel y Priscila están sentados en el sofá, mientras Blair los observa desde el sillón.—Me encanta verlos tan felices. ¿Cuándo es la boda? —pregunta Blair.—¡En primavera! Estamos viendo lugares y cosas para la boda —responde Priscila, muy contenta.—No puedo esperar a ser su esposo —comenta Abel, que está locamente enamorado de Priscila.—¿En serio? ¡Nunca lo hubiera adivinado! — exclama Blair bromeando al ver lo mucho que se quieren.—Muy graciosa, Blair —dijo Abel esbozando una carcajada.—¿Y tú, Blair? ¿Cómo van las cosas en el amor?—Complicado. Pero soy feliz por ustedes.Blair intenta no dar muchos detalles sobre su relación con Oliver debido al vínculo familiar entre Priscila y Elizabeth.—¿Y cómo va el trabajo? —cambia Abel el tema.—¡Genial! Tengo un proyecto nuevo y muy interesante.—¿Nos lo puedes contar? —pregunta Priscila, curiosa.—No sé si debo... —advierte Blair sonriendo.—¡Vamos, Blair! Somos tus amigos —insiste Abel
Copenhague (Dinamarca).La princesa Elizabeth entró en el despacho de su padre, que conversaba con su mujer. Aún tenía el cabello húmedo y el aroma de la pasión de Jacob flotaba en el aire.—Padre —comenzó Elizabeth con determinación, mientras su voz resonaba en el despacho—, tengo una propuesta que hacerte.El rey la instó a continuar y la princesa, sin dudarlo, expuso su idea. Un brillo travieso danzaba en sus ojos mientras explicaba su audaz plan.—Papá, quiero que Blair Connor me haga mi vestido —anunció Elizabeth con arrogancia, cruzando los brazos y alzando la barbilla.Su padre sonrió complacido por la decisión de su hija.—Eso suena maravilloso, Elizabeth. Blair es una diseñadora muy talentosa y está en la cima de su carrera. Estoy seguro de que hará un trabajo excepcional.La madre de Elizabeth, que había estado escuchando en silencio, lanzó una mirada de reojo a su esposo.—¿Estás seguro de que es una buena idea? No quiero que esto se convierta en un problema —dijo preocupad
Blair, emocionada y nerviosa a la vez, tomó su teléfono y marcó el número de Dagmar, el renombrado diseñador danés.—¡Hola, Dagmar! Soy Blair. ¿Tienes un momento?—¡Hola, Blair! Claro, siempre tengo tiempo para ti. ¿Qué necesitas?—Estoy muy emocionada porque me han encargado hacer el vestido de la princesa Elizabeth. Quería pedirte tu ayuda con el diseño.—¡Eso suena increíble! Por supuesto que estaré encantado de ayudarte. ¿Tienes alguna idea en mente?—Sí, tengo algunas ideas, pero me encantaría escuchar tus sugerencias.—Perfecto, ¿cuándo podemos reunirnos para hablarlo?—¿Qué te parece si nos reunimos mañana por la tarde? Esta noche parto hacia Copenhague.—¡Genial! Nos vemos entonces. Tengo muchas ganas de trabajar en esto contigo.—¡Gracias, Dagmar! Hablamos mañana.—¡Hasta luego, Blair!Al colgar, Oliver llegó a casa con el rostro enrojecido y la respiración entrecortada, con la mente llena de preocupaciones. No podía soportar la idea de que se fuera a Copenhague y su corazón
Blair se sentía atrapada entre el desconcierto y la ansiedad mientras se dirigía al palacio de Amalienborg. El lujoso espacio habilitado para atender a Elizabeth era un recordatorio constante de la magnitud de la oportunidad que se le presentaba, así como de la presión que esta suponía. A su lado, el asistente del príncipe y el diseñador que la había acompañado en la semana de la moda conversaban animadamente, pero su mente estaba en otro lugar, luchando contra la culpa que la invadía por haber aceptado tan absurdo compromiso. Cada paso que daba hacia el palacio era un eco de su decisión, y aunque su corazón latía con la promesa de un futuro brillante, una sombra de duda se cernía sobre ella: ¿valdría la pena sacrificar su amor por un capricho? La opulencia del lugar no podía ahogar el murmullo de su conciencia, que le recordaba que, a veces, las elecciones más difíciles son las que definen quiénes somos realmente.Al llegar al palacio, Elizabeth vio desde lo alto de la escalera a Bla
Frustrado por el rechazo de Blair, el príncipe Arthur intentó tomarla por la fuerza, aferrándose a sus brazos con determinación y amenaza. Sin embargo, Blair no se amedrentó; con una mezcla de rabia y valentía, luchó con todas sus fuerzas, retorciéndose y golpeando con lo que podía, negándose a ser una víctima de sus deseos egoístas. Su espíritu indomable se reflejaba en cada movimiento, desafiando la opresión que intentaba imponerle.Arthur la agarró con fuerza y gruñó:—No podrás escapar de mí, Blair. Eres mía y lo sabes.—¡Suélteme! No soy un objeto que pueda poseer.De repente, la puerta se abre de golpe y entra Oliver, furioso.—¡Basta! ¿Qué crees que estás haciendo, príncipe?Arthur, sorprendido, dijo, soltando a Blair:—Oliver, esto no es lo que parece.Blair, que respiraba con dificultad, lo desmintió:—No, Oliver, él...—No importa. Vete de aquí, Blair. Ve a esperarme en el coche —dijo Oliver con firmeza.Blair, agradecida pero confundida, le dio las gracias a Oliver mientras
Jacob se acercó a Elizabeth y notó la tristeza y confusión que se reflejaban en su rostro tras la partida de Oliver. Con una mezcla de preocupación y determinación, le dijo:—Elizabeth, sé que estás triste por el duque, pero déjame decirte que no te conviene. No te quiere tanto como yo. Yo daría mi vida por ti.Su voz temblaba con la sinceridad de sus sentimientos, esperando que ella pudiera ver más allá de su dolor.—¿Y qué hay con eso? ¿Acaso eso cambia algo? Lo que tú sientes es solo un capricho, Jacob. Lo nuestro es solo placer y no necesito tus palabras de amor ni tus ridículas promesas.—No son ridículas, Elizabeth. Lo que siento por ti es real. Mereces a alguien que te valore de verdad, no a un hombre que se va cuando las cosas se complican.—¿Y tú crees que eso es lo que quiero? ¡Por favor! Estoy harta de tus discursos románticos. No soy una mujer en cautiverio que necesite ser rescatada.—No se trata de rescatarte, sino de mostrarte que hay más en la vida que solo placeres ef
En la oficina de Oliver, George y John lo pusieron al tanto del operativo en el que John entró de incógnito como señuelo. Sin rodeos, le contaron todo.Oliver, serio y preocupado, preguntó:—John, George, ¿qué noticias hay?—Señor, las pruebas son irrefutables. El príncipe Arthur Olsen está involucrado en una red de tráfico de mujeres. No solo es un consumidor, sino uno de los líderes —asintió John con gravedad.—Y hay más, Oliver. Parece que, desde que conoció a Blair, la tiene en el punto de mira. La quiere para sí —enfatizó George.—¡Ese cerdo! —exclamó Oliver, conteniendo la furia.—Afortunadamente, usted estuvo allí para evitarlo. Quién sabe qué le habría hecho... —explicó John con cautela.—No permitiré que ese infeliz le haga daño. Blair es lo que más quiero en el mundo.—Lo sabemos, Oliver. Pero el príncipe es poderoso y está bien protegido. Necesitamos un plan sólido para exponerlo y llevarlo ante la justicia —aclaró George.—Lo haremos. No descansaré hasta ver a ese monstruo
Annelise, con el corazón oprimido y los ojos llenos de lágrimas, estaba sentada en un lujoso banco de los jardines del palacio, buscando consuelo en la compañía de su querida sobrina Priscila. El sol de la tarde iluminaba el paisaje, pero no lograba calentar el frío que sentía en su interior. A pesar de la belleza que la rodeaba, Annelise solo podía ver la infelicidad que se había adueñado de su vida. Su matrimonio parecía perfecto para el mundo exterior, pero en realidad era un infierno de humillación y desprecio. Su esposo, un hombre déspota y cruel, la menospreciaba constantemente, recordándole su «lugar» y el poder que él ejercía sobre ella. Y su hija, Elizabeth, una joven caprichosa y egoísta, apoyaba a su padre en su desprecio hacia Annelise. La futura reina, bondadosa y amada por el pueblo danés, se sentía sola y desesperada, atrapada en una situación que la consumía por dentro.Annelise, llorando desconsoladamente, dijo:—No puedo más, Priscila. Siento que me ahogo en este mat