«¡¡¡Noo!!!»Ellen se cubrió con las sábanas hasta el mentón, mientras las cámaras seguían disparando sus flashes sin piedad.—¡Largo de aquí! —gritó, arrinconándose a la esquina de la cama y la pared, mientras el hombre a su lado trataba de esconder el rostro.El fotógrafo solo siguió las mismas instrucciones que Ellen le había indicado deliberadamente.—¡Que se larguen! —gritó—. ¡Voy a demandarlos! —amenazó.Ellen no podía creer lo que había hecho, ni siquiera podía explicarse cómo había terminado en la cama con el hombre equivocado. ¡Ese tipo no era Ricardo! Ni en cien años lo sería. ¡Estaba arruinada! Su rostro estaría en todos los portales de internet y en los medios impresos. ¡Sería la comidilla de la sociedad!—¡Váyanse! ¡Largo! —gritó desesperada, el hombre que ella contrató cedió finalmente, tomó un par de fotos más a la habitación y al desastre que había en el piso y en la cama antes de salir, feliz de haber hecho un buen trabajo, sin imaginar que era todo lo contrario, pero
Michael salió del cuarto de baño, se sentía terrible, lo peor era que no quería ir al médico. Sí, tenía miedo, debía admitirlo con todas sus letras. Le preocupaba estar a un paso de la tumba, pues ya eran varios días de aquella manera y no era solo por las mañanas, sino que las náuseas lo asaltaban a cualquier hora del día, incluso en la noche, apenas y podía dormir.Se sirvió un vaso con agua y esperó a que el estómago se le asentara, agua era todo lo que podía beber sin correr al baño, pero sin excederse. Miró la hora en su reloj de pulsera y frunció el ceño. ¿Larissa habría ido a la farmacia por sus pastillas o las estaba fabricando? Se estaba demorando demasiado.Michael esperó un momento más, para su suerte, las náuseas le dieron tregua, se concentró en su trabajo, pero no fue por mucho tiempo, recargó las manos sobre la madera de su escritorio y se puso de pie. Salió de la oficina para buscar a Larissa y quizá gritarle un par de cosas por su tardanza; sin embargo, su escritorio
Renato creyó haber escuchado mal, tenía que ser así.—¿Qué? —preguntó cuando pudo encontrar su voz.—Estoy embarazada —musitó ella, en medio de un sollozo.Renato se puso de pie, se alejó de ella, caminó de un lado a otro, se mesó el cabello y volvió junto a ella.—Larissa.—Sé que estás molesto conmigo, Renato, y también sé que tienes razón. Hay cosas que no debí hacer y, aun así, las hice. Sé que estimas mucho a Ricardo y que fue la principal razón de tu molestia, pero eres mi hermano y yo no puedo seguir sola con esto. Tenía que decírtelo —lloró—, siento que voy a asfixiarme en cualquier momento, no sé qué hacer —añadió en medio de un sollozo.Renato guardó silencio, pero no se alejó, por el contrario, la tomó de los hombros y la abrazó.Larissa sintió que el dique que contenía la presa de emociones, miedos y sentimientos se rompió en ese momento, su cuerpo se sacudió con violencia por culpa de los sollozos, pero se aferró al cuerpo de su hermano como si su vida dependiera de eso.
Renato miró a Larissa, su hermana estaba a nada de quedarse dormida en el sillón, le había pedido ver una película y se había antojado de palomitas de maíz, pizza, gaseosa y helado. Una combinación nada sana, pero él no pudo negarse a complacerla. Le dolía su dolor, pero las cosas ya estaban hechas y no había mucho que pudiera hacer, más que apoyarla.Renato estaba preocupado por la decisión que su hermana tomara respecto al bebé, porque fuera la que fuera, podía llevarla a arrepentirse y no habría vuelta atrás. Solo esperaba que decidiera lo que decidiera, fuera lo mejor para ella, pues ya se lo había dicho, era su cuerpo y su vida.—¿Renato? —susurró Larissa, estaba medio dormida.—La película ha terminado hace un buen rato, deberíamos ir a nuestras habitaciones —dijo, levantando el desastre que habían dejado en el sillón.—¿Puedo quedarme contigo? No quiero dormir sola —musitó.—No eres una niña pequeña, Larissa y, aunque soy tu hermano, no me siento cómodo durmiendo a tu lado… —hi
«En la clínica, Renato, he tomado una decisión, pero no puedo hablar ahora»—¡Larissa! —gritó—¡Larissa! —repitió, pero ya la línea estaba muerta. El corazón de Renato se agitó con violencia y de nuevo un halo de culpa cayó sobre sus hombros. No debió dejarla sola, ella lo necesitaba y le había vuelto a fallar.El abogado se mesó el cabello con frustración, ¿dónde podría estar? ¿A qué hospital podría haber acudido Larissa? ¿Qué era lo que iba a hacer? No podía dividirse e ir a todos los centros médicos de la ciudad, tendría que elegir y rogar para no equivocarse o… pedir ayuda.Renato llamó al móvil de Larissa, sin embargo, la llamada ya no conectó, fue enviado directo al correo de voz. Lo intentó un par veces más y el resultado no fue distinto, por lo que, salió corriendo de su casa, subió a su auto y dejó el garaje.—Larissa, no cometas una locura. No hagas algo de lo que te puedas arrepentir —rogó, mientras conectaba el teléfono al manos libres y llamaba a Grace, solo podía contar c
—¡Larissa! —gritó a tiempo que un taxi atendió la parada de la muchacha. Ella no volteó a verlo, subió al auto y le dio la dirección al chofer para llegar a la agencia, mientras Michael corría para tratar de detener el taxi. Una acción inútil, pues Larissa ya se había marchado.—¡Aah! —gritó con frustración, corrió de regreso a su auto y siguió al taxi. Larissa no iba a escapar de él tan fácilmente, tenían mucho de qué conversar, ¿y qué era eso de que pensaba renunciar? ¡Jamás iba a permitirlo!Michael pisó el acelerador, tomó un atajo y se dirigió a la oficina, cuando Larissa llegara, él ya la estaría esperando, no había escapatoria; sin embargo, tuvo que esperar mucho tiempo para verla llegar y no iba sola. Larissa estaba acompañada de Benny, ella le sonreía a lo que sea que le haya dicho, mientras le entregaba una bolsa de ¿comida?—Estás llegando tarde —dijo, cortándoles el paso. Michael no pudo soportar verlos tan sonrientes, como si nada.—No me diga, señor Lowell, no me había f
Ricardo le dio un beso a Kate para despedirse, le había insistido para que se quedara en casa y aprovechara el día para descansar.—¿Estás seguro de que no quieres que vaya contigo? —preguntó Kate, cuando Ricardo iba a subir a su auto.—Prefiero que te tomes el día libre y descanses, cariño.—¿Mi jefe no va a molestarse si no me ve en mi puesto de trabajo? —preguntó, como último recurso, para lograr convencer a Ricardo de llevarla a la oficina.—Le diré que ha pasado una noche muy ardiente con su marido y que ha preferido quedarse en casa —respondió Ricardo con una sonrisa de oreja a oreja.Kate hizo un puchero.—¿Te veré a la hora del almuerzo? —preguntó.—Vendré a comer contigo y con la abuela —le prometió.—Entonces voy a esperarte ansiosa. —Kate se acercó de nuevo a él y le dio un beso ardiente para que Ricardo no se olvidara de volver.La pareja se despidió, Ricardo subió a su auto y Kate se quedó en el patio, hasta verlo desaparecer.Con un suspiro se giró para volver al interio
Michael se recargó al respaldo de la silla, le dolía la garganta, tenía el estómago hecho un lío, pero sonrió. Ahora sabía el motivo de sus malestares y, aunque era una mierda estar metido de cabeza en el retrete, pensaba que era lo justo. Se había comportado como un verdadero imbécil con Larissa, era justo que su bebé lo castigara de esa manera.—Soy un idiota —murmuró, viendo la ciudad desde el ventanal.—Le aseguro que nadie piensa lo contrario, señor Lowell —respondió Larissa.Michael giró su silla con rapidez para ver a la joven parada delante de él, en su mano traía la tarta que le había dejado sobre el escritorio. Su estómago protestó al recordar el sabor del postre.—No te escuché llamar —dijo, no era un reproche, más bien, creía que estaba muy disperso.—No he llamado —refutó Larissa.—¿Probaste la tarta? —le preguntó, poniéndose de pie, caminando hacia ella.—Estaba deliciosa, aunque, no tienes que obligarte a ser amable, Michael. Tú y yo sabemos que se llevan mejor u