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Capítulo 3. ¿Qué demonios pasó anoche?

—Espera, Kate, por favor —pidió Renato, tomándola del brazo y presionando sobre él para evitar que siguiera huyendo.

—Suéltame —pidió ella de inmediato.

—Lo siento —se disculpó el hombre, aligerando la presión sobre el brazo de Kate—. Por favor, cuida de Ricardo —insistió.

Kate le dedicó una rápida mirada a su esposo, él la miraba fijamente y un escalofrío recorrió su espalda.

—No estaré en la misma habitación que él —gruñó.

—¿Qué?

—Ricardo está borracho, no voy a arriesgarme a estar a solas con él —reiteró.

Renato se rascó la cabeza con frustración, el pobre hombre no había tenido un solo momento de paz desde que la carta de Ellen llegó a manos de su amigo.

—¿Qué es lo que tanto discuten ustedes dos? —preguntó Ricardo, acercándose con una copa en la mano.

—Es tarde, deberías irte, Ricardo, estás dando un espectáculo —le recriminó Renato con seriedad.

—¿Deberíamos irnos, mi esposa de reemplazo? —preguntó con una amarga sonrisa que acentuó el dolor en su mirada.

Kate no podía imaginarse cuán herido debía estar y tampoco quería saberlo. Ambos eran víctimas de la situación; sin embargo, Ricardo tuvo la oportunidad elegir y decidió continuar adelante con aquella boda; él pudo haber hecho las cosas bien y no quiso. Todo lo contrario, exigió un repuesto y ella fue la de la mala suerte.

—Ricardo…

—No te metas, Renato, le he preguntado a ella —refutó con brusquedad, interrumpiendo las palabras de Renato.

—Es mejor que nos marchemos ahora —respondió ella con cierta vacilación.

—¿Me tienes miedo? —preguntó casi con burla.

—No, supongo que para esto he nacido —respondió ella, haciendo que Ricardo borrara su sonrisa.

Entretanto, Renato negó y lo ayudó a llegar al auto. Se fueron sin despedirse, no hacía falta, ninguno de los invitados iba a echarlos de menos.

—Cuida de él, por favor. Nunca había visto a Ricardo en este estado, sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero no lo dejes solo —dijo con preocupación.

Kate no respondió, cerró los ojos cuando el auto salió del salón y se desplazó por las calles de la ciudad. No tenía ni la menor idea de a donde se dirigían, no conocía ni la dirección de la casa de su ahora marido.

El corazón de Kate se sacudió con violencia, no podía evitar pensar en lo que vendría en la noche de bodas. No quería que nada sucediera entre ellos, en el estado de embriaguez de su marido, la experiencia podía ser traumática.

—Hemos llegado, señora —anunció el chofer.

La saliva se secó en la garganta de Kate y por un momento sintió que iba a ahogarse. Tenía miedo a lo desconocido, tenía miedo de sufrir en su primera vez, tenía miedo de ser mañana la burla de Ricardo Ferreira.

—¿Quiere que la ayude?

Kate no comprendió la pregunta del chofer hasta que escuchó los ronquidos de Ricardo, ¡se había quedado dormido! Un ligero alivio se apoderó de su corazón.

—Por favor, llévelo a su recámara —pidió.

—Como usted ordene, señora Ferreira —respondió el hombre.

Kate se congeló, era la primera vez que alguien la llamaba por su apellido de casada y era así como sería llamada a partir de ahora.

—¿Está usted bien, señora? —preguntó alguien más. Kate no supo si era un amigo de Ricardo o un empleado más, ella asintió y bajó del auto. Recogió las orillas de su vestido y caminó detrás del chofer que ayudaba a Ricardo.

Kate se quedó de piedra al ver la lujosa mansión del magnate del chocolate, la casa Spencer no podía compararse con esa propiedad. Pinturas, jarrones, muebles, alfombras, todo era de un gusto exquisito y de un valor incalculable.

—Acompáñame, la llevaré a la habitación —Kate ni siquiera se había dado cuenta de la presencia de la mujer hasta que le habló.

—¿Habitación? —preguntó.

—Sí, hemos preparado la habitación principal para su noche de bodas —dijo la muchacha.

Kate estuvo tentada a decirle que no habría noche de bodas, pero la servidumbre no tenía por qué saber lo que ocurría entre Ricardo y ella, así que en completo silencio siguió a la muchacha.

Cada peldaño que subía aceleraba los latidos de su corazón.

—Dejé todo listo para usted, tal como el señor Ricardo lo solicitó —informó la mujer.

Kate asintió y no preguntó a lo que se refería con lo solicitado por Ricardo, ella solo quería quitarse el vestido de novia y… La joven cerró los ojos al percatarse que no tenía nada que ponerse.

Los suaves ronquidos interrumpieron sus pensamientos, ella se acercó para cerciorarse de que su marido continuara dormido. Kate deslizó la mirada por el hombre, era de cabello oscuro y crespo, su tono de piel era tan parecido a una barra de chocolate, era alto, tenía los hombros anchos y una cintura estrecha. Era un hombre bastante atractivo, pero… no era su tipo.

—¿Vas a verme toda la noche o te unirás a mí? —la pregunta tomó a Kate desprevenida. Había estado tan concentrada en mirarlo a detalle, que no se dio cuenta cuando despertó.

—Estás borracho.

—Aun así, soy muy capaz de cumplir con mis obligaciones —dijo, sentándose sobre la cama.

—Gracias, pero prefiero declinar la oferta —respondió ella, dándose media vuelta, dispuesta a salir de la habitación.

Sin embargo, la mano de Ricardo se aferró sobre su brazo.

—¿Qué haces? —preguntó alarmada al sentir la presión sobre su carne.

—Es nuestra noche de bodas y no voy a dejar que escapes de mí otra vez —le dijo.

Kate supo en ese momento que Ricardo estaba imaginándose a Ellen, quizá por eso había bebido mucho esa noche, para que cuando la reclamara como su esposa, olvidara que no estaba con la mujer que amaba.

Los ojos de Kate se llenaron de lágrimas, quizá Ricardo esperaba una mujer parecida a Ellen y no una abismalmente distinta.

«Deberías sentirte agradecida de que nos tomemos la molestia de conseguirte un marido rico, digamos que…, por tu cuenta, sería muy difícil de conseguir», las duras palabras de su tía calaron hondo en su corazón.

—Estás equivocada, tía, soy muy capaz de conseguir el amor por mi cuenta —susurró, mientras lágrimas se derramaban por sus ojos.

Ricardo se tambaleó de un lado a otro, su mano seguía aferrada al brazo de Kate, poco dispuesto a dejarla machar, él quería consumar su noche de bodas ahora que estaba lo suficientemente borracho como para preocuparse del cuerpo curvilíneo de su esposa y olvidarse de Ellen Spencer.

—Suéltame —pidió.

—No, es nuestra noche de bodas y vamos a tener sexo hoy —replicó con rudeza, atrayéndola hacia él, buscando su boca.

Kate presionó sus labios con fuerza para no darle acceso, el vestido de novia le impedía moverse con facilidad, aun así, se las arregló para levantar su rodilla y golpear la entrepierna de su esposo.

Un ronco gemido escapó de los labios de Ricardo mientras sus rodillas cedían bajo su peso y golpeaba el piso, trayendo consigo a Kate, estaban enredados en el pomposo vestido.  Él gruñó y antes de poder evitarlo, vació el estómago sobre la fina y delicada tela del vestido.

Kate no sabía si reír o lamentarse por su suerte, Ricardo se había quedado dormido de nuevo y esta vez, ella era su colchón.

—Pesas más que un elefante —gruñó ella, tratando de apartarlo de su cuerpo, batalló hasta que consiguió dejar a Ricardo sobre la fina alfombra. Kate salió disparada al cuarto de baño, se dio una rápida ducha, pues temía que Ricardo se despertara y tratara de tomarla mientras se bañaba, sin embargo, nada sucedió y cuando salió envuelta en una toalla, su esposo seguía donde lo dejó. En el piso.

Kate buscó por toda la habitación algo que ponerse, encontrándose con un sexi y muy revelador babydoll que le hizo sonrojarse hasta la raíz de sus cabellos rubios, las mejillas le quemaron. Era una suerte que no fuera de su talla, así que pasó de aquella prenda y sin remedio se vio tomando una camisa de Ricardo, luego se ocupó de limpiarlo y acomodarlo con dificultad sobre la cama.

Kate estaba a punto de celebrar su triunfo aquella noche, él estaba dormido y ella estaba a salvo; sin embargo, la mano de Ricardo se aferró a la suya, halándola y atrapándola contra su pecho. Obligándola a dormir sobre él.

El dolor de cabeza despertó a Ricardo, sentía como si miles de elefantes estuvieran corriendo dentro de su cabeza, tenía la boca reseca como si hubiese pasado meses en el desierto sin una sola gota de agua, el peso sobre su pecho no le dejaba respirar y el calor de ese cuerpo…

«¿Cuerpo?»

Ricardo abrió los ojos con brusquedad y un puñado de cabello rubio fue lo primero que se encontró, él trató de moverse, pero le fue imposible, tenía el brazo dormido por el peso de la mujer sobre él…

—¡¿Qué demonios?! —medio gritó, medio preguntó, arrepintiéndose de inmediato cuando el dolor laceró su cabeza.

Kate despertó y se levantó de manera abrupta, sus ojos verdes se encontraron con los ojos oscuros de Ricardo que la miraron primero con sorpresa y luego con… ¿Asco?

—¿Qué demonios pasó anoche? —preguntó él, levantándose de la cama, ignorando su dolor de cabeza, él quería respuestas.

—Na-nada —tartamudeó Kate, ante aquella mirada.

—¡No me mientas! —gritó con rabia, asustando a Kate.

—Te juro que no sucedió nada —dijo, para aplacar la ira de su esposo.

—Si hay algo que odio más en esta vida es la mentira, Kate, así que dime, ¿Qué demonios sucedió? —le gruñó como si fuese un animal herido.

—Te juro que…

—¡Tienes un golpe en el rostro, ¿cómo te atreves a decir que no sucedió nada?! —gritó encolerizado.

Kate lo miró con los ojos bien abiertos, ¡se había olvidado del golpe que su tío le había dado! Y ahora su marido creía ser el responsable del mismo…

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