El reloj marcaba las 10 de la noche cuando Leonardo Arriaga llegó a la casa de Camila.Había pasado todo el día sumido en la rabia, en la ira contenida, en la necesidad de enfrentarla y exigir respuestas.Intentó calmarse, pero la imagen de Isabela en esa cama de hospital, vulnerable y en peligro, lo atormentaba.Golpeó la puerta con fuerza.—¡Camila, abre esta maldita puerta! —su voz resonó con dureza.Unos segundos después, la puerta se abrió lentamente.Camila apareció ante él, con los ojos hinchados, descalza y con una bata de seda.Parecía deshecha.Pero Leonardo no sintió lástima.No podía.—¿Qué demonios hiciste? —gruñó, entrando sin ser invitado.Camila cerró la puerta y lo miró con los ojos brillantes de lágrimas.—¿Qué hice? —su voz tembló—. ¿De verdad me preguntas eso, Leonardo?Él apretó la mandíbula.—Ordenaste asesinar a Isabela.Camila dejó escapar una risa amarga.—¿Y qué esperabas? ¿Que me quedara de brazos cruzados mientras la sigues eligiendo a ella?—No la estoy el
Leonardo no pudo ignorar la sensación de inquietud que lo consumía mientras atravesaba los pasillos del sanatorio. A pesar de todo lo que había ocurrido, de todas las manipulaciones de Camila, no podía simplemente verla como una extraña. Ella había sido parte de su vida durante años, una parte que ahora amenazaba con destruirlo todo.Cuando llegó a la puerta de la habitación, inhaló profundamente antes de entrar. Dentro, la imagen que lo recibió fue devastadora: Camila yacía en la cama con la marca oscura y roja de la soga en su cuello, un testimonio de su intento desesperado de retenerlo. Su rostro estaba pálido, sus ojos hinchados por el llanto, y cuando lo vio, una lágrima solitaria recorrió su mejilla.—Leo… —su voz sonó quebrada, como si su alma estuviera hecha pedazos—. Pensé que no vendrías…Leonardo cerró la puerta tras de sí y avanzó lentamente hasta quedar al pie de la cama. La culpa se aferraba a su pecho como un ancla pesada. No podía evitar sentirse responsable, aunque sa
La mañana se presentaba nublada, como si el cielo presagiara la tormenta emocional que se avecinaba. Isabela, aún recuperándose del reciente atentado contra su vida, se encontraba en su habitación en la mansión Arriaga. Había decidido mantenerse firme en su petición de divorcio, pero el destino tenía otros planes.Leonardo irrumpió en la habitación con su presencia imponente. Vestía un traje negro impecable, pero su mirada reflejaba una mezcla de determinación y algo más profundo… algo que ni él mismo estaba dispuesto a admitir.—Isabela, tenemos que hablar.Ella lo miró sin demostrar sorpresa, ya había esperado su llegada.—Si vienes a decirme que reconsideras el divorcio, ahórrate las palabras. No quiero seguir con este matrimonio.Leonardo cerró la puerta detrás de él y se acercó con pasos lentos y calculados.—No hay nada que reconsiderar. Ya hablé con el abogado, y el contrato es claro. No habrá divorcio antes de los doce meses.Isabela sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
La tarde estaba apagada, como si el cielo reflejara el estado emocional de Leonardo. Aquel día había sido agotador, más aún después de lo sucedido con Isabela. Decidió salir del sanatorio, dejando a su esposa allí, aún recuperándose del miedo y la ansiedad. Camila había enviado varios mensajes, su tono urgente había hecho que Leonardo tomara la decisión de acudir a su encuentro. La llamada de ella era constante, su insistencia era algo que Leonardo no podía ignorar, aunque su corazón estuviera dividido.Al llegar a la mansión de Camila, la atmósfera era diferente. Todo estaba perfectamente ordenado, pero había algo en el aire que sentía como una pesada carga. Camila lo estaba esperando, sentada en el salón, con una copa de vino en la mano y una mirada que mezclaba tristeza y determinación. Cuando lo vio entrar, se levantó de inmediato y fue hacia él con paso firme.—Te he estado esperando.La voz de Camila tenía ese tono dulce, pero había algo en ella que no dejaba de inquietar a Leon
La oscuridad de la madrugada envolvía la mansión Arriaga. La casa, que solía ser llena de risas y conversaciones, ahora estaba en un silencio pesado. Los ecos de sus propios pensamientos eran lo único que rompía el quieto ambiente de la casa. Leonardo Arriaga, sentado en el borde de la cama, no podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido en los últimos días.El peso de la decisión que había tomado lo aplastaba lentamente, como si fuera una carga imposible de llevar. Había accedido a lo que Camila le había propuesto: tener un hijo. Un hijo. Algo tan simple en apariencia, pero en su mente, aquello representaba un cambio irreversible. ¿Era lo correcto? ¿Estaba tomando una decisión adecuada para su futuro, o estaba huyendo de algo que ya había terminado?Camila había sido clara en sus palabras. Le había dicho que si no tomaba esa decisión, todo se iría al traste. Pero, ¿realmente lo quería? ¿Un hijo con ella? A lo largo de su matrimonio con Isabela, nunca había considerado tener h
El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos cálidos de naranja y rosa mientras el coche de Leonardo avanzaba por la carretera hacia la nueva mansión. Isabela, que había pasado días enteros en el sanatorio recuperándose, ahora se encontraba al borde de una nueva etapa. En su mente había una mezcla de emociones. Estaba agradecida de estar finalmente fuera de aquel lugar, de poder respirar aire fresco y volver a la normalidad. Pero, al mismo tiempo, no podía evitar la sensación de incomodidad al estar tan cerca de Leonardo.Él había sido su marido, pero las heridas que ambos cargaban todavía pesaban en su relación. Aquella tensión entre ellos era palpable, y aunque había momentos en los que se sentían cerca, como si todo fuera a encajar de nuevo, otros instantes les recordaban lo lejos que habían llegado. Lo que antes fue amor se había transformado en una batalla constante de deseos no expresados, inseguridades y promesas rotas.El coche hizo un giro a la derecha y se adentró e
La luna brillaba intensamente desde la ventana de la mansión. La noche se había instalado en su totalidad, trayendo consigo un silencio profundo, solo interrumpido por los susurros suaves del viento que se colaban a través de los cristales. La habitación, ahora vacía de las tensiones que habían pesado durante el día, parecía reflejar la quietud que ambos necesitaban para respirar. Leonardo estaba acostado junto a Isabela, y aunque ambos habían compartido un momento de intimidad que les había hecho olvidar, por un momento, todas las heridas pasadas, la quietud de la habitación era solo un reflejo superficial.Isabela estaba medio dormida, su cuerpo relajado junto al de él, pero en su mente, las preguntas seguían dando vueltas. No podía evitarlo. A pesar de que todo había sido tan cercano, tan sincero, había algo en Leonardo que seguía distante, algo que se escurría entre las sábanas de esa noche y la cálida luz de la luna.Él seguía siendo un enigma, una constante contradicción. Aquel
El sol se filtraba a través de los cristales de la oficina de Isabela, dibujando sombras alargadas sobre su escritorio. Había sido una mañana de trabajo como cualquier otra, pero la pesadez que sentía en el pecho le impedía concentrarse. Su mente seguía dando vueltas a la conversación de la noche anterior, a la decisión de Leonardo de ir tras Camila sin mirar atrás. El sonido del teclado bajo sus dedos parecía distante, como si todo lo que hacía estuviera desconectado de la realidad que la rodeaba.Había pasado ya un tiempo desde su llegada a la mansión, y aunque las sábanas blancas de su cama seguían oliendo a él, el peso de la soledad la había atrapado nuevamente. Cada rincón de la casa, cada esquina de la oficina, le recordaba que, en su vida, siempre había una sombra de incertidumbre, una presencia que no la dejaba respirar con libertad. Leonardo. Camila. El destino parecía haberse burlado de ella.Isabela cerró los ojos por un momento, buscando la paz que no encontraba. En ese br