El sonido de sus tacones resonaba en los pasillos de la empresa como el eco de su propia furia contenida. Camila salió de la oficina de Leonardo con los labios apretados y las manos cerradas en puños. No podía permitirlo.No podía dejar que Isabela siguiera interponiéndose en su vida, en su destino.Leonardo estaba actuando como un idiota, como si tuviera dudas. ¿Desde cuándo Leonardo Arriaga dudaba? ¿Desde cuándo no hacía lo que ella quería?—Todo esto es por culpa de esa maldita mujer… —susurró para sí misma mientras tomaba su teléfono y marcaba un número.—¿Sí? —respondió una voz ronca al otro lado.Camila miró alrededor para asegurarse de que nadie estuviera escuchando. La rabia y la desesperación la habían llevado a cruzar una línea más.—Necesito que hagan un trabajo —dijo en voz baja.Hubo un silencio del otro lado de la línea antes de que el hombre hablara.—¿Qué tipo de trabajo?Camila sonrió con frialdad.—Uno que asegure que una persona desaparezca por un buen tiempo.—¿Deb
El rugido del motor del Ferrari negro cortaba el silencio de la noche mientras Leonardo Arriaga aceleraba a toda velocidad por las calles desiertas. Su mandíbula estaba tensa, sus nudillos blancos sobre el volante. Sabía dónde estaba Isabela. Después de horas de búsqueda frenética, de mover contactos y exigir información, al fin había dado con su ubicación. Un almacén abandonado en las afueras de la ciudad. Leonardo no perdió tiempo. No llamó a la policía. No esperó refuerzos. Él iba a sacarla de allí con sus propias manos. La idea de Isabela en peligro, asustada y vulnerable, le hervía la sangre. Y si alguien se atrevía a tocarla… Se aseguraría de que lo lamentaran. --- El Cautiverio de Isabela Los latidos de Isabela eran erráticos. El lugar era un infierno oscuro, húmedo y con un olor rancio a moho y gasolina. Sus muñecas estaban atadas a una silla, su piel ardiendo por la fricción de las cuerdas. Su cabeza aún daba vueltas por la droga que le habían administrado,
El rugido del motor del Ferrari se mezclaba con el latido acelerado del corazón de Leonardo.Isabela yacía inconsciente en sus brazos, su respiración irregular y su piel fría al tacto.La había sacado del almacén sin esperar un segundo más.No le importaba nada.Ni las súplicas de los secuestradores, ni las repercusiones de sus actos.Solo Isabela.Su esposa, su problema, su tormento…Su prioridad.Apretó los dientes con fuerza.Tenía que resistir.—No te atrevas a dejarme, Isabela. —susurró, sintiendo por primera vez en mucho tiempo un miedo real.El miedo de perderla.De perder algo que aún no terminaba de comprender.---Un teléfono que no paraba de sonarEl celular de Leonardo vibraba sin cesar en el asiento del copiloto."Camila"El nombre parpadeaba en la pantalla una y otra vez.Pero él no respondió.No ahora.No cuando Isabela estaba entre la vida y la muerte.Maldita sea.¿Cómo no lo vio antes?¿Cómo no se dio cuenta de lo que realmente estaba pasando?Su mandíbula se tensó m
La noche en la ciudad transcurría con tranquilidad, pero dentro del sanatorio, la amenaza era silenciosa y letal. Mientras Isabela descansaba, ajena a la tormenta que se cernía sobre ella, Camila movía los hilos en las sombras.Había esperado demasiado.Había tolerado demasiado.Si Leonardo no quería alejarse de Isabela por voluntad propia…Ella se encargaría de eliminar el problema.—No pueden fallar esta vez. —su voz era fría mientras hablaba con el líder del grupo que había contratado.—Tranquila, señora. Somos profesionales.Camila sonrió con satisfacción.Les había dado el nombre del sanatorio, el número de la habitación y la mejor hora para actuar: la madrugada, cuando los guardias estuvieran más relajados y el hospital más silencioso.No habría testigos.No habría errores.Isabela Arriaga desaparecería esa noche.---Leonardo: Una inquietud inexplicableLeonardo no se había movido del sanatorio desde que trajo a Isabela.Era extraño en él.Siempre tenía cosas que hacer, reunion
El reloj marcaba las 10 de la noche cuando Leonardo Arriaga llegó a la casa de Camila.Había pasado todo el día sumido en la rabia, en la ira contenida, en la necesidad de enfrentarla y exigir respuestas.Intentó calmarse, pero la imagen de Isabela en esa cama de hospital, vulnerable y en peligro, lo atormentaba.Golpeó la puerta con fuerza.—¡Camila, abre esta maldita puerta! —su voz resonó con dureza.Unos segundos después, la puerta se abrió lentamente.Camila apareció ante él, con los ojos hinchados, descalza y con una bata de seda.Parecía deshecha.Pero Leonardo no sintió lástima.No podía.—¿Qué demonios hiciste? —gruñó, entrando sin ser invitado.Camila cerró la puerta y lo miró con los ojos brillantes de lágrimas.—¿Qué hice? —su voz tembló—. ¿De verdad me preguntas eso, Leonardo?Él apretó la mandíbula.—Ordenaste asesinar a Isabela.Camila dejó escapar una risa amarga.—¿Y qué esperabas? ¿Que me quedara de brazos cruzados mientras la sigues eligiendo a ella?—No la estoy el
Leonardo no pudo ignorar la sensación de inquietud que lo consumía mientras atravesaba los pasillos del sanatorio. A pesar de todo lo que había ocurrido, de todas las manipulaciones de Camila, no podía simplemente verla como una extraña. Ella había sido parte de su vida durante años, una parte que ahora amenazaba con destruirlo todo.Cuando llegó a la puerta de la habitación, inhaló profundamente antes de entrar. Dentro, la imagen que lo recibió fue devastadora: Camila yacía en la cama con la marca oscura y roja de la soga en su cuello, un testimonio de su intento desesperado de retenerlo. Su rostro estaba pálido, sus ojos hinchados por el llanto, y cuando lo vio, una lágrima solitaria recorrió su mejilla.—Leo… —su voz sonó quebrada, como si su alma estuviera hecha pedazos—. Pensé que no vendrías…Leonardo cerró la puerta tras de sí y avanzó lentamente hasta quedar al pie de la cama. La culpa se aferraba a su pecho como un ancla pesada. No podía evitar sentirse responsable, aunque sa
La mañana se presentaba nublada, como si el cielo presagiara la tormenta emocional que se avecinaba. Isabela, aún recuperándose del reciente atentado contra su vida, se encontraba en su habitación en la mansión Arriaga. Había decidido mantenerse firme en su petición de divorcio, pero el destino tenía otros planes.Leonardo irrumpió en la habitación con su presencia imponente. Vestía un traje negro impecable, pero su mirada reflejaba una mezcla de determinación y algo más profundo… algo que ni él mismo estaba dispuesto a admitir.—Isabela, tenemos que hablar.Ella lo miró sin demostrar sorpresa, ya había esperado su llegada.—Si vienes a decirme que reconsideras el divorcio, ahórrate las palabras. No quiero seguir con este matrimonio.Leonardo cerró la puerta detrás de él y se acercó con pasos lentos y calculados.—No hay nada que reconsiderar. Ya hablé con el abogado, y el contrato es claro. No habrá divorcio antes de los doce meses.Isabela sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
La tarde estaba apagada, como si el cielo reflejara el estado emocional de Leonardo. Aquel día había sido agotador, más aún después de lo sucedido con Isabela. Decidió salir del sanatorio, dejando a su esposa allí, aún recuperándose del miedo y la ansiedad. Camila había enviado varios mensajes, su tono urgente había hecho que Leonardo tomara la decisión de acudir a su encuentro. La llamada de ella era constante, su insistencia era algo que Leonardo no podía ignorar, aunque su corazón estuviera dividido.Al llegar a la mansión de Camila, la atmósfera era diferente. Todo estaba perfectamente ordenado, pero había algo en el aire que sentía como una pesada carga. Camila lo estaba esperando, sentada en el salón, con una copa de vino en la mano y una mirada que mezclaba tristeza y determinación. Cuando lo vio entrar, se levantó de inmediato y fue hacia él con paso firme.—Te he estado esperando.La voz de Camila tenía ese tono dulce, pero había algo en ella que no dejaba de inquietar a Leon