PROMESA

¡Maldito infierno!

Soy idiota, irremediablemente idiota. No sé cuántas veces

me tiene que pasar lo mismo para aprender. Maldije al

imbécil que no señalizó delante de mi coche y después de

girar a la izquierda aparqué el coche.

Mi casa no era nueva, había sido construida hace más de

ochenta años y necesitaba mucho trabajo, pero nunca tenía

tiempo. A lo mejor era el tiempo de vender y comprar algo

nuevo. A lo mejor era el tiempo de un cambio.

Llevaba mucho tiempo sintiéndome inquieto, pero lo

ignoré. Pensé que era por todo lo que estaba ocurriendo, la

boda de mi padre con Lidia, el nacimiento de los niños, mis

hermanos. Luego la boda de Rachel y su embarazo. El

secuestro de Ailín.

Todo eso añadido al trabajo, al cansancio, me hace desear

un poco de paz. Algo sin criminales, sin delitos, sin tener

que cuidar mi espalda cada día.

Entré en la casa y me quedé en la entrada mirando

alrededor. Una casa
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