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La noche había caído con una tormenta, las ventanas de la cámara se encontraban cerradas. La chimenea que debía darle calor a la diosa estaba siendo encendida por una ninfa. Por la puerta entró alguien, cuya presencia era permitida entrar. El único que podía hacerlo sin sufrir la ira de la diosa.

El invitado sonrió de lado y habló a espaldas de la diosa.

-Para ser una diosa con el poder de controlar el fuego, me sorprende que tengas que poner a alguien más para encenderlo.

Hestia respondió. -¿Para que están los sirvientes entonces?

Por el rabillo del ojo noto como el mensajero tomaba asiento a su lado, se le veía contento y bastante abrigado, el frio viento debió calar hasta sus huesos.

-Tu mentalidad es distinta a lo que dicen de ti.

-Lo mismo diré de ti.

Solto una risa. -Mantén las apariencias.

-Es lo que siempre he hecho -Ésta vez giró su cabeza, viéndole tranquilamente-. ¿A que debo el honor de tu visita querido?

-Los dioses están preocupados Tia. Has llevado el juicio demasiado bi
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