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Capítulo 3; Hagamos el amor y no la guerra.

Sebàstian ...

Manejo por las agitadas calles con una media sonrisa en el rostro y es que nunca me imaginé que aquella visita a la biblioteca nacional, tendría como resultado conocer a una mujer como ella... Gilliam Warren, hasta el nombre era bonito. Ese lindo cabello, parece de fuego, es brillante y tentador. Sus hermosos pero inocentes ojos verdes, muestran ternura, calidez y mucha ingenuidad, una nariz perfecta, una linda boca... una muy tentadora boca.

A pesar de que estaba tensa y nerviosa, dio una muy buena explicación de su trabajo, lo que demostraba que era una joven competente.

Bella e inteligente, una deseada combinación, sonrió al recordar en cómo se había ruborizado ante su descarado comentario. Su reacción había sido el de una jovencita quinceañera que no conoce nada del sexo y sus beneficios. No creía que fuese virgen, quizás hasta hubiese tenido muchos amantes y aquello solo fuese una actuación. Sin duda alguna seria maravilloso que ella llamase y pudiese tener una gran noche, pero dudaba que fuese el caso. No parecía esa clase de mujeres.

Llego a la oficina con el rostro tan serio como siempre.

—Buenas tardes, señor.

—Buenas tardes—dijo cortante—¿Novedades?

—La señorita Moorew, insistió en esperarlo en su oficina.

—¿Cuántas veces he dicho que no la pases a mi oficina?— preguntó de mal humor.

—Muchas, señor pero la mujer entró agrediendo a todos a su paso y se instaló. No pude hacer nada.

—¡Si ella puede más que tú, entonces tendré que despedirte a ti y contratarla a ella!— dijo furioso, la joven lo miró con ojos cargados de suplica, entonces él se giró y se encaminó a la oficina.

—Nathalie...— dijo nada más abrir la puerta.

—Hasta que llegas, querido— dijo la hermosa mujer poniéndose en pie, ya que estaba sentada en su silla, lo cual le produjo incomodad.

—Te he dicho infinidades de veces que odio que entres a mi oficina sin mi consentimiento, este no es un lugar en el que puedas entrar a tus anchas, Nathalie— dijo con voz fría, mientras cerraba la puerta tras él.

—Vamos, no te enojes, tengo dos días sin verte— caminó hasta él y le rodeó el cuello— hagamos el amor y no la guerra— ronroneó contra sus labios.

—Prefiero la guerra—le dijo haciéndola girar y dando varios pasos hasta aprisionarla entre la pared y su firme cuerpo. Ella gimió por el impacto.

—Eso también es bueno—sonrió— no todo puede ser mieles y azúcar— le acarició la ancha espalda, por encima de la tela— se vuelve aburrido.

—Pero, no ahora—  la soltó de pronto y se alejó. Natalie, se quedó allí observándolo con expresión sorprendida— tengo mucho que hacer— se sentó en la silla de su escritorio y encendió la computadora— yo te llamo.

—Pero... Sebàstian...

—Natalie—levantó la vista hacia ella—yo te llamo, ahora vete y no me hagas enojar— dijo en un tono tan frío, que la joven sintió su quijada temblar un poco, entonces caminó hasta el escritorio, tomó su bolso y se marchó.

Sebàstian, sacó su celular y buscó... Gilliam Warren, allí estaba su número. Observó la pantalla, queriendo marcarle. Luego se reprendió mentalmente y lo guardó, debía concentrarse en el trabajo.

Era ya tarde cuando llegó a su casa, completamente agotado del ajetreado día, tuvo dos reuniones con representantes de dos importantes editoriales, que estarían presentes en el evento, estuvieron discutiendo un poco de los libros que tenían más posibilidades para aquel evento tan importante y el área donde pondrían a los nuevos escritores que serían promocionados. Aquella había sido una tradición implantada por su padre, muy buena para ayudar a nuevos escritores y editoriales que buscaban abrirse camino en el medio, pero lo cierto es que a él le dejaba un estrés enorme. Quizás debía seguir el consejo que le dio a la pelirroja... 

La Pelirroja, que mujer de lo más interesante. Aquellos enormes ojos color esmeralda, habían sido un fantasma durante todo el día.

—Buenas noches, señor Bentzell.

—Buenas noches, Martin— le saludó— ¿alguna llamada o pendiente?

—No señor, el día estuvo bastante tranquilo.

—Muy bien, me ducharé, que sirvan de cenar en veinte minutos.

—Como usted diga, señor.

Gilliam, manejó hasta su casa, compartir con las chicas había sido maravilloso, la había ayudado a despejarse de sus malos y turbios pensamientos por un rato, llegó a su casa, la cual se sentía bastante vacía sin su madre y su pequeño hermano.

—¿Han cenado ya?— le preguntó a su padre.

—Si, cariño— le respondió el hombre, después de darle un beso en la frente— te he guardado algo en la cocina.

—No tengo hambre— le sonrió— comí mucho con las chicas. ¿Has llamado a mamá?

—Si— suspiró— Diego, ha pasado muy bien el día.

—Pasaré a verlo mañana durante la hora del almuerzo.

—No será necesario, si pasa buena noche, el doctor le dará de alta.

—Eso sería fantástico— le tomó una mano y la presionó suavemente— todo estará bien, papito. Saldremos de esta, te lo aseguro. ¿Recuerdas el evento literario que se realizará en la biblioteca?

—¿Cómo olvidarlo?— dijo con una enorme sonrisa— aunque mi biblioteca no sea tan gran de cómo la tuya— bromeó— estamos enterado de todo, que alegría que promocionen nuevos escritores, nuevas oportuniades, que recuperen la literatura clásica, es una gran oportunidad para muchos.

—Así es, el hecho es que estaré trabajando con uno de los benefactores más grandes de la biblioteca, y el promotor de del evento literario.

—¿Sebàstian Bentzell?— preguntó su padre con los ojos enormes.

—El mismo.

—Es una oportunidad de oro, qué alegría me das, hija mía.

—Si, pero me resulta un hombre bastante... perturbador. Es como de un aura oscura, no sabría como explicarlo.

—Algunas personas son más difíciles que otras, tesoro. Solo ten mucha paciencia, he escuchado que resulta muy difícil trabajar con él.

—Nada que no pueda manejar— dijo más para convencerse a sí misma— me daré una ducha y me acostaré, estoy muy cansada.

—De acuerdo, cariño.

—¿Dónde están Alex y Miguel?

—En su habitación.

—Bien— le besó la mejilla—buenas noches, papito.

—Buenas noches, mi amor.

Después de tomar una larga ducha, de secar su cabello, perfumar su piel, se metió bajo las sabanas, sintiéndose aun agitada a causa de los acontecimientos del día. Sebàstian Bentzell... que hombre más extraño.

—No deberías estar pensando en él—se exhortó. Buscó su celular en la mesa de noche y marcó un ansiado número.

—¡Mi amor, qué bueno que llamas!

—No quería ir a dormir sin saber de ti— le dijo con una sonrisa.

—Triste— respondió él— me encantaría que estuvieses aquí.

—Lo sé, pero...

—No hablemos de eso, lo trataremos después preciosa. Cuéntame cómo te fue con las chicas.

—¡Bien!— dijo y comenzó a reír—son unas locas, la verdad. No sé cómo las considero mis amigas.

—Las adoras— le dijo.

—Así es. Connie, absolutamente loca por Adam, y Rita con una panza enorme, se ve hermosa, radiante, pero sobre todo feliz.

—Es lo menos que se merece después de haber pasado todo lo que vivió con ese hombre.

—Solo quiero que sean felices, las amo demasiado.

—Todas lo serán, eso es seguro. Te amo Gil, soy tan feliz de que estemos juntos.

—Yo también lo soy John, eres especial para mí. Te envío un beso, nos veremos mañana en la oficina.

—Y luego cenaremos...— le recuerda.

—Y luego cenaremos, no lo he olvidado cariño.

—Feliz noche, te amo— le dijo y cortó la comunicación. Ella suspiró y dejó el teléfono sobre la mesita, nuevamente.

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—¡Maldición!— exclamó Sebàstian, despertando de golpe como por quinta vez, su respiración acelerada y el pulso desbocado. Miró el despertador y gruñó, eran las tres, treinta de la madrugada.

¿Es que acaso no dormiría?

Era como el quinto sueño que tenía con esa mujer y despertaba agitado y excitado. Sus ojos se estaban volviendo un tormento, maldijo porque hacia muchos años desde que una mujer había logrado perturbarlo de aquella manera y como era de esperarse, no tuvo buenos resultados y lo había cambiado de por vida. Así que no debía permitirlo, no debía hacerlo.

Además, por si aquello fuese poco, estaba seguro que en las mujeres no podía confiar, las mujeres que habían pasado por su vida podía clasificarlas; las que lo habían herido, las que se acercaban por interés, las que solo buscaban pasión. Si, había tenido muchas amantes, pero tras aquellos dos gran eventos que habían marcado su vida, había decidido que; amantes, muchas. Amada, ninguna.

No estaba dispuesto a arriesgare de nuevo, su vida solitaria era maravillosamente perfecta. Era el perfecto lobo solitario; Sin amigos, sin novias o esposa, solo amantes de turno que no se aferraran emocionalmente a él, pues nunca podría darles lo que ellas esperaban, más allá de joyas y vestidos.

Pero ahora, esos ojos esmeraldas lo estaban atormentando.

—Pero ya verás pelirroja, esta noche de insomnio voy a cobrármela, y me la cobraré muy cara— sonrió maliciosamente, mientras se dirigía al cuarto de baño, por una nueva ducha fría.

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