La sed de sangre y poder que consumía a Rasen se había vuelto un monstruo insaciable, un huésped oscuro que no mostraba piedad. Cada día, su humanidad se desmoronaba un poco más, y con ello, el miedo de perderse por completo lo asfixiaba. Desesperado por encontrar respuestas —o quizás un resquicio de la persona que había sido— decidió buscar a Steven, el cazador y viejo amigo, en quien alguna vez había confiado.Con una velocidad que parecía desafiar las leyes del tiempo, Rasen llegó a una bodega olvidada. El lugar estaba cubierto de polvo y escombros, mientras la tenue luz del atardecer se filtraba entre las ventanas rotas, proyectando sombras danzantes en las paredes. Allí, sentado sobre una pila de cajas, estaba Steven.El cazador levantó la mirada, y sus ojos violetas, siempre directos, se clavaron en Rasen con una mezcla de reproche y advertencia.—¿Te atreves a buscarme, después de todo? —gruñó Steven, levantando la funda de su espada como un silencioso recordatorio de quién era
La lluvia caía con furia, mezclándose con el sonido de los pasos apresurados de Rasen mientras arrastraba a Aisha fuera de la mansión. Su agarre era firme, casi violento, pero ella no se resistía. Su cuerpo temblaba, no solo por el frío de la tormenta, sino por el miedo que se apoderaba de su interior.Al llegar al borde de un jardín descuidado, Rasen la soltó bruscamente. Aisha cayó de rodillas sobre el césped húmedo, el frío de la hierba impregnando su piel.—Mírame bien, Aisha, —dijo Rasen, su voz resonando como un eco entre la neblina.Cruzó la pista hacia la vía de bicicletas mientras un ciclista se acercaba en la distancia. En un movimiento que desafiaba toda lógica humana, Rasen lo interceptó, levantándolo como si no pesara nada.El grito del hombre fue corto, sofocado cuando Rasen lo derribó contra el asfalto. Aisha observó horrorizada cómo los colmillos de Rasen se hundían en su cuello, la sangre brotando y tiñendo de rojo el suelo. Lo más perturbador no era el acto en sí, si
El amanecer teñía el horizonte con un rojo profundo, como si el cielo mismo anunciara la tragedia que estaba por venir. En la habitación principal de la mansión Kerens, el aire era denso, cargado de humedad y de un hedor a muerte que calaba hasta los huesos. Allí, en una cama cubierta de sábanas gastadas, yacía Luciano Kerens, el patriarca caído, su cuerpo reducido a un caparazón de lo que alguna vez fue.—Varek… —susurró con voz ronca, mientras un temblor sacudía su débil figura—. Primogénito del demonio, tú siempre has sido mi mayor obra… y mi mayor fracaso.Varek permanecía en silencio, de pie junto a la cama. Su imponente figura parecía fuera de lugar en aquel cuarto desolado. Observaba a Luciano con una mezcla de respeto y resentimiento, mientras las manos huesudas del moribundo se aferraban a las suyas.—Te protegí, —continuó Luciano, su voz apenas audible—. Pero ahora… es tu turno de protegerte, Aisha lleva tu sangre... Ella es el principio y el fin.Varek tensó la mandíbula al
El viento helado cruzaba las ruinas de una casa olvidada, acariciando las grietas en las paredes como un recordatorio del tiempo que había pasado. Ocho años. Ocho largos años desde que Varek había pisado aquel lugar que una vez llamó refugio. Ahora, no era más que un mausoleo de recuerdos rotos y promesas incumplidas.Cada paso que daba resonaba en el silencio, acompañado por el crujir del suelo bajo sus botas. La presencia de Aisha llenaba el aire, vivo pero frágil, como una chispa que se niega a extinguirse. Al llegar a la puerta entreabierta, Varek se detuvo. Sus dedos rozaron el marco frío y desgastado, y su mente lo arrastró sin piedad hacia el pasado.Pasado: Promesas rotasLa luz dorada del crepúsculo envolvía la habitación en sombras cálidas y melancólicas.La luz crepuscular teñía la sala de tonos dorados y sombríos. Aisha estaba allí, de pie frente a la ventana, su silueta delineada contra el horizonte agonizante. Aunque su postura era firme, sus hombros traicionaban el peso
La luna roja ascendía lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo con un carmesí inquietante. Su resplandor bañaba la tierra como un manto de sangre, cargado de una energía antigua y ominosa. El aire era denso, como si el mundo estuviera reteniendo el aliento ante lo inevitable. Aisha lo sentía, tan real como el latido en su pecho: algo estaba cambiando.El Colegio y SanathielLos pasillos del colegio estaban decorados para la festividad de la "Noche Roja", pero había algo perturbador en las luces titilantes y los adornos de papel rojo oscuro que oscilaban con el viento. Eran casi burlones, como si alguien estuviera celebrando la llegada de un desastre.Aisha caminaba rápidamente, ignorando las conversaciones y risas de los estudiantes. La opresión en su pecho crecía con cada paso, una sombra invisible que parecía acercarse a ella. Al doblar un pasillo, la figura inconfundible de Sanathiel Rodrigo se destacó. Él estaba apoyado contra la pared, su postura relajada contrastaba con la t
La noche descendía con una intensidad que parecía cargar el aire de presagios. La luna roja, grande y dominante, ascendía sobre el horizonte como un ojo que todo lo ve, bañando el internado en un resplandor carmesí. Cada rincón parecía respirar peligro.Aisha cruzó la valla del internado con movimientos rápidos, evitando las miradas curiosas. Su mente giraba en torno al amuleto que Falco le había entregado. Había intentado buscar respuestas, pero lo único que había encontrado era frustración y un vacío que parecía apretar su pecho con cada paso que daba.Se dirigió al área abandonada de los baños, esperando encontrar alguna pista oculta entre las sombras. Pero el silencio del lugar la envolvía, y las respuestas parecían estar fuera de su alcance.—¿Buscas algo, chica de ojos bonitos? —preguntó una voz conocida detrás de ella.Aisha se giró rápidamente para encontrarse con Sanathiel Rodrigo, apoyado contra una banca de cemento con su típica expresión despreocupada. Sus ojos dorados bri
Flashback II: La amenaza del padreLa voz de mi padre, Darian, era implacable, cortante como una hoja recién afilada. Sus palabras no eran advertencias, sino órdenes disfrazadas de opciones. Frente a mí, en la mesa de su despacho, yacían las fotografías de mis compañeros, cada una una amenaza silenciosa.—Si no tomas la misión de la Luna Roja, enviaré a uno de ellos en tu lugar, —dijo sin mirarme, con esa frialdad que siempre lograba encender mi furia.El peso de su amenaza se hundió en mi pecho. Las imágenes eran demasiado familiares: amigos que habían confiado en mí, rostros que no merecían pagar por mis decisiones.—Lo haré, —dije finalmente, con un tono cargado de amargura mientras apretaba los puños—. Pero usar a otros como moneda de cambio… Qué bajo has caído, padre. Sabes que soy tu obra máxima, Doctor Darían.Darian esbozó una sonrisa tenue, satisfecho con mi respuesta. No necesitó palabras para demostrar que había ganado otra vez.Esa noche no pude dormir. Mi mente, atormenta
El aire estaba cargado de tensión mientras la luna roja bañaba el escenario con su luz carmesí. La figura de Sanathiel, bajo el disfraz de Stefan, avanzó hacia Aisha con una calma inquietante. Su respiración era medida, cada paso resonaba como una sentencia.Con un movimiento ágil, tomó su brazo y la obligó a mirarlo. Sus ojos, brillando con un dorado sobrenatural, parecían penetrar su alma. Sin previo aviso, Sanathiel inclinó su cabeza hacia el cuello de Aisha y dejó su marca.El grito de Aisha rompió la quietud de la noche, una mezcla de dolor físico y algo más profundo, algo que no podía explicar pero que sentía en cada fibra de su ser. La marca del lobo. Era un vínculo invisible que la ataba a él de una manera irrefutable.—Ahora todos sabrán a quién perteneces, —murmuró Sanathiel, su voz grave y cargada de satisfacción. Soltó su brazo, y ella retrocedió tambaleándose, llevándose una mano al cuello.Apenas tuvo tiempo de recuperar el aliento cuando Varek emergió de entre las sombr