Aisha viajaba en la parte trasera de una camioneta grisácea. Sus heridas aún estaban expuestas, y cada movimiento del vehículo la hacía gemir de dolor. El aire estaba cargado con el olor metálico de su sangre. La fiebre la consumía, y su conciencia oscilaba entre la realidad y el delirio.Al volante, Skiller luchaba contra sus instintos vampíricos. Sus ojos brillaban con un hambre voraz, y sus manos temblaban mientras sujetaba con fuerza el volante.—Ese humano... es un bastardo —espetó, tomando un desinfectante de la guantera. Sin cuidado alguno, comenzó a limpiar la herida de Aisha, arrancándole un jadeo de dolor.—No dañes a Rasen… —murmuró ella con la voz entrecortada.La fiebre le trajo visiones del lobo blanco. La voz de Sanathiel resonaba en su mente como un eco inescapable:—Vendrás a mí, lo verás, mi compañera destinada, la elegida.Cuando finalmente despertó, vio a Skiller observándola mientras cosía su herida con una precisión sorprendente, aunque sus manos temblorosas reve
Rasen llevaba semanas en aislamiento, encerrado en su propia oscuridad. Era una guerra constante contra los demonios que lo desgarraban desde dentro. La presencia de Sariel era como un corazón extraño latiendo dentro de él, un segundo ritmo que marcaba un hambre y una desesperación que amenazaban con consumirlo por completo.En la entrada de la habitación de Rasen:Lionel estaba de pie, firme como un guardián.—Si entras ahora, Cristal, no puedo prometerte que saldrás con vida —advirtió, sus ojos reflejando un leve toque de preocupación que rara vez mostraba.Cristal lo miró, decidida, con el ceño fruncido y los puños apretados.—No me importa. Él me necesita, Lionel. Si esto significa arriesgar mi vida, lo haré.—Tu terquedad va a matarte algún día. —Lionel suspiró, cediendo mientras apartaba la mirada hacia la puerta cerrada. Había algo en su expresión que rozaba la culpa—. Pero si pierdes el control ahí dentro, ni siquiera yo podré salvarte.En la habitación de Rasen:Dentro, Rasen
La lluvia caía con fuerza, arrastrando consigo el olor a tierra mojada y el eco de un silencio cargado de tensiones no dichas. En medio de la penumbra, Aisha sentía cómo el frío se colaba por su piel, aunque el verdadero escalofrío provenía de la figura que se alzaba frente a ella.Rasen se inclinó hacia ella, sus ojos oscuros y vacíos clavándose en los suyos como un abismo imposible de evitar. Su aliento frío rozó su oído, y su voz cargada de resentimiento rompió el aire.—No quiero tu lealtad ni tus disculpas, Aisha —murmuró, con una sonrisa torcida que no alcanzaba sus ojos—. Quiero ser tu todo… y cuando lo seas, te romperé.Aisha tragó saliva, incapaz de apartar la mirada de él. Su corazón latía con fuerza, un tamborileo frenético que resonaba en sus oídos. En su interior, una maraña de emociones se debatía entre la culpa, el miedo y algo que no podía nombrar, pero que la retenía, incapaz de dar un paso atrás."Desde el momento en que lo conocí, traté de protegerlo," pensó mientra
La sed de sangre y poder que consumía a Rasen se había vuelto un monstruo insaciable, un huésped oscuro que no mostraba piedad. Cada día, su humanidad se desmoronaba un poco más, y con ello, el miedo de perderse por completo lo asfixiaba. Desesperado por encontrar respuestas —o quizás un resquicio de la persona que había sido— decidió buscar a Steven, el cazador y viejo amigo, en quien alguna vez había confiado.Con una velocidad que parecía desafiar las leyes del tiempo, Rasen llegó a una bodega olvidada. El lugar estaba cubierto de polvo y escombros, mientras la tenue luz del atardecer se filtraba entre las ventanas rotas, proyectando sombras danzantes en las paredes. Allí, sentado sobre una pila de cajas, estaba Steven.El cazador levantó la mirada, y sus ojos violetas, siempre directos, se clavaron en Rasen con una mezcla de reproche y advertencia.—¿Te atreves a buscarme, después de todo? —gruñó Steven, levantando la funda de su espada como un silencioso recordatorio de quién era
La lluvia caía con furia, mezclándose con el sonido de los pasos apresurados de Rasen mientras arrastraba a Aisha fuera de la mansión. Su agarre era firme, casi violento, pero ella no se resistía. Su cuerpo temblaba, no solo por el frío de la tormenta, sino por el miedo que se apoderaba de su interior.Al llegar al borde de un jardín descuidado, Rasen la soltó bruscamente. Aisha cayó de rodillas sobre el césped húmedo, el frío de la hierba impregnando su piel.—Mírame bien, Aisha, —dijo Rasen, su voz resonando como un eco entre la neblina.Cruzó la pista hacia la vía de bicicletas mientras un ciclista se acercaba en la distancia. En un movimiento que desafiaba toda lógica humana, Rasen lo interceptó, levantándolo como si no pesara nada.El grito del hombre fue corto, sofocado cuando Rasen lo derribó contra el asfalto. Aisha observó horrorizada cómo los colmillos de Rasen se hundían en su cuello, la sangre brotando y tiñendo de rojo el suelo. Lo más perturbador no era el acto en sí, si
El amanecer teñía el horizonte con un rojo profundo, como si el cielo mismo anunciara la tragedia que estaba por venir. En la habitación principal de la mansión Kerens, el aire era denso, cargado de humedad y de un hedor a muerte que calaba hasta los huesos. Allí, en una cama cubierta de sábanas gastadas, yacía Luciano Kerens, el patriarca caído, su cuerpo reducido a un caparazón de lo que alguna vez fue.—Varek… —susurró con voz ronca, mientras un temblor sacudía su débil figura—. Primogénito del demonio, tú siempre has sido mi mayor obra… y mi mayor fracaso.Varek permanecía en silencio, de pie junto a la cama. Su imponente figura parecía fuera de lugar en aquel cuarto desolado. Observaba a Luciano con una mezcla de respeto y resentimiento, mientras las manos huesudas del moribundo se aferraban a las suyas.—Te protegí, —continuó Luciano, su voz apenas audible—. Pero ahora… es tu turno de protegerte, Aisha lleva tu sangre... Ella es el principio y el fin.Varek tensó la mandíbula al
El viento helado cruzaba las ruinas de una casa olvidada, acariciando las grietas en las paredes como un recordatorio del tiempo que había pasado. Ocho años. Ocho largos años desde que Varek había pisado aquel lugar que una vez llamó refugio. Ahora, no era más que un mausoleo de recuerdos rotos y promesas incumplidas.Cada paso que daba resonaba en el silencio, acompañado por el crujir del suelo bajo sus botas. La presencia de Aisha llenaba el aire, vivo pero frágil, como una chispa que se niega a extinguirse. Al llegar a la puerta entreabierta, Varek se detuvo. Sus dedos rozaron el marco frío y desgastado, y su mente lo arrastró sin piedad hacia el pasado.Pasado: Promesas rotasLa luz dorada del crepúsculo envolvía la habitación en sombras cálidas y melancólicas.La luz crepuscular teñía la sala de tonos dorados y sombríos. Aisha estaba allí, de pie frente a la ventana, su silueta delineada contra el horizonte agonizante. Aunque su postura era firme, sus hombros traicionaban el peso
La luna roja ascendía lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo con un carmesí inquietante. Su resplandor bañaba la tierra como un manto de sangre, cargado de una energía antigua y ominosa. El aire era denso, como si el mundo estuviera reteniendo el aliento ante lo inevitable. Aisha lo sentía, tan real como el latido en su pecho: algo estaba cambiando.El Colegio y SanathielLos pasillos del colegio estaban decorados para la festividad de la "Noche Roja", pero había algo perturbador en las luces titilantes y los adornos de papel rojo oscuro que oscilaban con el viento. Eran casi burlones, como si alguien estuviera celebrando la llegada de un desastre.Aisha caminaba rápidamente, ignorando las conversaciones y risas de los estudiantes. La opresión en su pecho crecía con cada paso, una sombra invisible que parecía acercarse a ella. Al doblar un pasillo, la figura inconfundible de Sanathiel Rodrigo se destacó. Él estaba apoyado contra la pared, su postura relajada contrastaba con la t