El túnel era interminable, sus paredes húmedas susurraban secretos antiguos, y el eco de sus pasos resonaba como un tambor que marcaba el tiempo de su encierro. Aisha no podía ver nada; la venda que cubría sus ojos era tanto física como metafórica, y cada paso que daba era guiado por la mano firme de Salomón.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde que la sacaron de la mansión de Cristal. Su cuerpo aún dolía de los golpes y cortes que había sufrido, pero lo que más pesaba era la incertidumbre. Finalmente, se detuvieron.
—¿Por qué te detienes? —preguntó, su voz más desafiante que temerosa.
—Porque ya no necesitas esa venda —respondi&
Las semanas pasaron rápido, y Aisha seguía bajo la supervisión de Salomón, que la observaba minuciosamente y daba vueltas a su alrededor.El líder Nevri insistía en que, para sobrevivir, debía aprender a controlar su lado bestial. Sin embargo, tras días de entrenamiento, algo no encajaba. Mientras los demás Nevri lograron transformarse bajo su guía, Aisha seguía siendo incapaz de hacerlo.—Concéntrate, Aisha. Siente a tu bestia. Deja que fluya desde el interior de tu pecho —ordenó Salomón, con tono firme pero paciente.Ella cerró los ojos, tratando de seguir sus palabras. La frustración ardía en su garganta. Sabía que no podía transformarse, pero no pensaba admitirlo. No delante de él.Fue entonces cuando sucedió: al practicar con otro Nevri, su palma rozó el filo de un cuchillo. Un hilo de sangre brotó de su mano, y el aroma impregnó el aire.Salomón y los demás se tensaron de inmediato.—¿Qué es ese olor...? —preguntó uno de ellos, con la voz ronca.Los ojos de Salomón brillaron en
El viento susurraba entre las ramas mientras Aisha avanzaba con cautela por el bosque. Las sombras se retorcían a su alrededor, el aire olía a tierra húmeda y sangre, y el eco de los gruñidos de las criaturas resonaba en la noche. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando sintió la tibieza de su propia sangre goteando sobre la hierba. Las bestias la seguían, atraídas como polillas a la llama.Sus manos, ensangrentadas hasta los codos, temblaban por el esfuerzo.Su respiración era un compás irregular, pero su mirada, feroz, se clavaba en las siluetas deformadas que avanzaban. Con un último grito de guerra, lanzó su espada. La hoja cortó el aire y partió en dos a la última bestia que se abalanzaba sobre ella. La sangre oscura manchó su rostro y
Flashback: Salomón y AishaEl aire en el campamento Nevri era denso, cargado de una tensión eléctrica que vibraba con cada paso que daba Salomón alrededor de Aisha. La luna, pálida y vigilante, se filtraba entre los árboles como un ojo que no parpadeaba, iluminando la explanada donde ambos practicaban.—Tu sangre no es solo una maldición, Aisha —dijo Salomón, su voz un murmullo afilado, lo suficientemente suave para cortar más hondo—. Es una llave, una herramienta que puedes moldear… si aprendes a controlarla.Aisha sostuvo la daga con dedos temblorosos. El filo reflejaba la luz lunar, un recordatorio de que su existencia misma era una anomalía. No era como los demás. Nunca lo sería.P
El miedo invadió a Aisha, y guardó silencio. Algo que Varek intuyó al instante.—Basta, Sanathiel —dijo Varek, interrumpiendo la tensión—. No es momento de sermones.La puerta de la cabaña se abrió de golpe, aunque no había nadie afuera. Sanathiel fulminó a Varek con la mirada, y por un instante, pareció que ambos se enfrentarían en una lucha titánica. Pero entonces, Aisha alzó la voz.—¡Basta los dos! —Su voz resonó en el bosque, silenciando incluso el susurro del viento entre las ramas. Avanzó un paso, poniéndose entre Varek y Sanathiel, con los puños apretados y el pecho subiendo y bajando por la furia contenida—. No es más que un juego de control para ambos. Si sigo aquí, es por Rasen. Nada más.Sanathiel soltó un gruñido bajo, pero retrocedió un paso, cerrando la puerta como si el peso de sus palabras lo hubiera golpeado. Sin embargo, sus ojos grises seguían clavados en Varek, cargados de desconfianza y una advertencia implícita.—Entonces, dime, Varek —dijo Sanathiel, con un ton
El aire en la habitación se había vuelto denso tras el enfrentamiento entre Sanathiel y Varek, que solo detuvo su ataque, cerrando sus puños para contener el golpe del lobo. Aisha, en el centro de todo, sentía que la pesadez de la situación era abrumadora, con una presión constante en el pecho. Las luces en el bosque brillaban entre las bestias que los rodeaban, y en medio de todo, vio el cuerpo desmayado de un hombre alto y delgado.Como si el bosque lo devolviese, las bestias y monstruos se retiraron. Aisha tomó valentía y lo reconoció: Rasen.Al percatarse, sus dedos temblaron, pero tomó sus manos frías, tratando de calentarlas. Skiller se acercó y la sorprendió:—Déjame llevarlo adentro, Aisha.Más tarde, en un rincón apartado del refugio, Aisha observaba a Rasen con preocupación. Su rostro permanecía tenso, marcado por una palidez que no se debía sólo a su estado inconsciente. Algo oscuro se movía bajo la superficie de su piel, algo que incluso ella podía percibir ahora que enten
"El aire en la celda era tan espeso que parecía que respiraba sombras vivas, un peso invisible aplastando su pecho. Cada segundo, la oscuridad cobraba más fuerza, envolviéndolo como una prisión sin fin."En su mente, Rasen flotaba en un mar de sombras. Frente a él, Sariel emergió envuelto en una niebla oscura.—Siempre lo mismo, ¿no? —su voz resonó como un eco burlón en el vacío—. Luchas, amas, pierdes... y al final, siempre regresas a mí. Al abismo del que nunca escaparás.Rasen alzó la mirada, con furia y desesperación.—No tienes idea de lo que ha pasado.Sariel rió con amargura.
Justo cuando creía que todo iba bien, sariel no escatimo en dejar que aquella lanza de punta metálica atravesase a Varek, dejándolo anonadado. Sin embargo, al pensar en lo peor, se arrancó el hierro que atravesaba su pecho con un movimiento brutal, su mirada fija en Sariel. La sangre manchó el suelo, pero su expresión no cambió. Su voz, cargada de una calma helada, resonó en la habitación:—Este legado maldito de la familia es muy nuestro problema. Deja fuera a esa mujer Sariel.Por un instante, Sariel titubeó. Sus ojos negros destellaron con un matiz incierto, pero la vacilación desapareció tan rápido como había llegado. Su mirada se detuvo en el camafeo que colgaba del cuello de Varek, el cual contenía la imagen de Aisha. Su sonrisa se ensanchó
Entre el humo, Salomón cobró su deuda: golpeó a Varek sobre su herida en el pecho, dejándolo inconsciente. Rasen cayó de su espalda y, sin perder tiempo, lo arrastró hasta la celda. Bajo la mirada atenta de los demás, aseguró sus brazos y piernas con grilletes.Varek despertó en silencio, con la sangre seca en la nuca como único rastro de lo ocurrido. Sus heridas ya habían sanado, lo que dejó atónito al lobo de ébano.—¡Sariel! ¿Dónde está? —rugió Varek, su voz cargada de furia y desesperación—. Si lo alejas de mí, cometerás un error fatal.