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Capítulo 4

Tobías

—En esta casa existen reglas, las cuales debes respetar estrictamente—, la gélida voz de mi tío retumba en mi cabeza, de pronto enciende la luz y lo encuentro recargado contra la puerta de brazos cruzados—. Te lo explicaré solo una vez, no me gusta repetir más de una vez las cosas, ¿entendido?— Esboza una sonrisa hiriente, cruel, la cual me hiela la sangre.

—No necesita repetir las cosas, tendré la cara, pero no soy estúpido—. Dejo mi mochila sobre el polvoriento sillón rojo que adorna la sala.

— ¡Oh, que alegría, de seguro heredaste la inteligencia de tu padre!— Comienza a reír, ríe de manera ruidosa, tosca y por sobre todo, burlesca.

—A lo mejor no, en una de esas herede su inteligencia tío—, contraataco inmediatamente.

—Ya quisieras tener solo un misero porcentaje de mi inteligencia—. Arquea una de sus cejas sin dejar de reír—. Primera regla, Tobías, jamás vuelvas a sentarte en el asiento del copiloto. Ese sitio tiene exclusividad. Segunda regla, jamás te sentarás junto a mí en la mesa, comerás en la cocina o bien, lo harás cuando yo termine de hacerlo. Debes de tener claro cuál es tu postura dentro de esta casa—. Con paso seguro se me acerca y me toma del mentón—, y la última regla, pero la más importante, jamás toques las cosas de mí hermano—. Me suelta y toma las bolsas con víveres llevándolas a la cocina.

Acepto sus condiciones sin rechistar, pese a sentirme jodidamente humillado, no digo nada al respecto. No deseo problemas, trataré de ganármelo y llevar la fiesta en paz. Solo faltan dos años para que alcance mi mayoría de edad y pueda hacer de mi puta vida lo que me venga en gana. Me quedo de pies junto al sillón, esperando a que me indique donde dormiré. Él, no se da por aludido, sigue guardando los refrescos en la nevera, junto a un montón de pizzas congeladas. Decido romper el silencio y preguntar por mi habitación, quiero ordenar mis pocas pertenecías y descansar un poco.

—¿Cuál es mi habitación, tío?— Nervioso froto mis manos, mientras desvío mi mirada de la suya—, deseo acomodar mis cosas y descansar un rato—. Mi voz sale temblorosa, tímida.

—Solo hay dos habitaciones, una es la mía y la otra de mi hermano Vincent—. Una macabra sonrisa adorna su rostro, se nota que disfruta de la situación, disfruta el hacerme sentir incomodo, el hacerme sentir poca cosa—, tú dormirás en el sillón, luego te entregaré alguna manta para que te arropes.

Le miro incrédulo. ¿Habla en serio? Vuelve a ignorarme por lo que deduzco que no bromea, sin más, dejo caer mi cuerpo pesadamente sobre ese sucio y viejo sillón, estornudo un par de veces por el polvo que se ha levantado con el peso de mi cuerpo. De pronto, siento mis ojos arder y unas inmensas ganas de llorar, de gritar, de romper cuanta cosa este delante de mí, nada de esto es lo que esperaba y la frustración comienza a superarme. ¡Jamás había conocido a nadie igual! Pasé por muchos hogares sustitutos, padecí muchos tipos de abusos, dormí en sótanos húmedos y sucios e incluso me tocó pasar noches en las calles, como un vagabundo. Conocí a todo tipo de personas, pero la diferencia entre Isaac y ellos, es que él es sangre de mi sangre, es el hermano de mi padre y esa gente, solo eran desconocidos. Esas personas me hicieron sentir humillado, sentí que solo era un estorbo para ellos, más nunca me hicieron sentir como un puto perro.

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