Vincezo se puso en alerta tan pronto vio a Allegra. No creía que se tratara de una coincidencia encontrarla justo allí.—¿Podemos hablar?Serena miró a su esposo, indecisa. No quería que su madre arruinara la tarde increíble que había pasado con sus acusaciones o insultos.—Es tu decisión —dijo Vincenzo, como si le hubiera leído la mente.Miró a su madre intentando no compadecerse. Ni siquiera el maquillaje había podido ocultar las ojeras que tenía. Su cabello no estaba tan impecable como siempre. También parecía haber perdido algunos kilos desde la última vez que la vio y, en su caso, eso la hacía parecer aún más débil porque siempre había estado por debajo de su peso sano. —Te llamaré después y podemos reunirnos uno de estos… —Serena se quedó a mitad de la oración al ver a su madre empezar a llorar. No recordaba una sola ocasión en la que su madre hubiera derramado una lágrima, y siempre que ella la había visto hacerlo, le había dicho que dejara de ser dramática.—Lamento lo que
Vincenzo sintió que el tiempo se detenía mientras veía al auto en el que iba Serena girar sin control por la pista antes de estrellarse.—¡Llamen a emergencias! —ordenó y saltó del auto antes de que su conductor hubiera terminado de estacionarse.Gran parte del auto estaba destrozado, había vidrios por todos lados y se percibía el olor a gasolina desde varios metros de distancia. La zona más afectada era la del conductor, ya que el coche de Allegra había impactado justo por la esquina delantera izquierda.Vincenzo abrió la puerta del copiloto sin demasiado esfuerzo y se inclinó sobre Serena. Un hilo de sangre bajaba desde su cabeza por el costado de su rostro.—Serena —llamó mientras llevaba los dedos a su garganta para sentir su pulso, al mismo tiempo que observaba el subir y bajar de su pecho. No recibió ninguna respuesta, pero pudo sentir su pulso. Soltó un suspiro y luego miró a Allegra. Ella parecía haber recibido la peor parte.Sin tiempo que perder, volvió a concentrarse en Ser
—Debería ir a informarle al resto cómo estás, pero no quiero separarme de ti. —Vincenzo llevaba un tiempo con Serena, aunque le resultaba difícil precisar cuánto exactamente. Su esposa le había hecho algunas preguntas sobre lo sucedido después del accidente, y él la había puesto al tanto. —No te preocupes, no me moveré de aquí. —Serena sonrió. Vincenzo estaba por levantarse cuando la puerta se abrió y su primo entró en la habitación. —Acabo de hablar con tu familia —dijo él, mirándolo—. Los mandé a casa. No tiene mucho sentido que sigan aquí si no podrán entrar a ver a Serena. —¿Cómo se lo tomaron? —No estaba muy contentos. Tu padre intentó sobornarme para que los dejara pasar y tu hermana trató de colarse mientras intentaba razonar con él. —Ignazio sacudió la cabeza—. ¿Puedes creerlo? —continuó, dejándose caer en la silla que estaba cerca a él. Vincenzo soltó una carcajada mientras buscaba su celular que había comenzado a sonar. —Es mi mamá —dijo al ver el identificador—. Hola
Serena no derramó ni una lágrima cuando Ignazio le informó que Allegra había caído en coma, ni tampoco cuando le reveló la probabilidad de que nunca despertara, ni siquiera cuando llegó el momento de desconectarla. Sin embargo, unas pocas lágrimas se le escaparon dos días después mientras bajaban su ataúd. Aun entonces, no eran lágrimas de tristeza, sino de alivio. A partir de entonces, Serena ya no tendría que vivir con el temor de que Allegra intentara lastimarla a ella o a su familia. Allegra Castelli había sido una madre desastrosa, incapaz de percibir el daño que infligía. Cualquier afecto que aún pudiera haber sentido por ella se desvaneció por completo cuando descubrió que no era su madre biológica. Si estaba allí, era porque necesitaba decirle adiós en persona poder finalmente liberarse de su recuerdo para siempre. —¿Estás lista para irnos? Asintió y lanzó una última mirada al féretro antes de alejarse junto a Vincenzo. A su lado iban sus suegros y cuñados. Ellos eran los ú
En cuanto Vincenzo despertó, lo primero que escuchó fue el ruido de la ducha. Miró el lado junto al suyo y lo encontró vacío y eso le sorprendió. Usualmente se despertaba antes que Serena. Aunque después de la noche pasada no le sorprendía haberse despertado un poco más tarde de lo normal.No estaba seguro de cuánto tiempo había permanecido despierto, tratando de no acercarse demasiado a su esposa. Sabía que, si no hubiera mantenido la distancia, no habría podido resistirse a al menos a abrazarla, jugar con sus cabellos y acariciarla. Y tenía prohibido hacerlo, a menos que quisiera aceptar su derrota.Como si hubiera invocado al objeto de sus deseos con el pensamiento, la puerta del baño se abrió y Serena salió envuelta en una toalla que apenas la cubría hasta medio muslo, el cabello recogido sobre la cabeza y el cuerpo ligeramente sonrojado. Se veía encantadoramente irresistible.—Veo que ya despertaste —comentó ella, regalándole una sonrisa inocente, como si no se diera cuenta del
—¿Qué tienes para mí? —Aun nada —dijo Angelo—. Tuvimos algunos problemas para acceder a los registros originales de nacimiento y, al final, no sirvió de mucho. El nombre de Allegra y Cosimo estaba en todo el papeleo. También investigamos a todas las mujeres en la ciudad que dieron a luz en la misma fecha que tu esposa, descartamos a todas. —Hablaron con el médico que firmó el acta de nacimiento. —No, el hombre murió hace unos años. intentaremos obtener el historial médico, pero tomará algo de tiempo, quizás más del que te gustaría. E incluso cuando lo logremos, no estamos seguros de que exista algo que nos ayude. —Demonios. —Podríamos tener más probabilidades de encontrarla, si tuviéramos un nombre. —El único que puede dárnoslo es Cosimo y no tengo mucha esperanza en que sea honesto. —Aun así, no perdemos nada con intentarlo. Creo que mañana es nuestra mejor oportunidad de hablar con él. Podemos arreglar un encuentro antes o después del juicio de Garibaldi. —Supongo que no te
Serena soltó un gemido cuando Vincenzo acarició su sex0. Los dos estaban tan ansiosos que aún seguían vestidos y no habían llegado más allá de pasillo. —Vincenzo —gimió cuando él tocó un punto sensible en su interior. —Te ves tan preciosa. —Vincenzo depositó en el centro de su pecho e intensificó el movimiento de sus dedos. —No… no pares —suplicó entre jadeos. —No planeaba hacerlo. Vincenzo se tomó su tiempo para apreciar a su esposa. Sus ojos estaban nublados por el deseo, tenía el labial corrido y se mordía el labio intentando acallar sus gemidos. Entonces, se propuso hacerla gritar. Aceleró sus movimientos y sonrió satisfecho cuando ella empezó a gemir con fuerza. No le tomó mucho tiempo llevarla a su primer orgasmo. —Te amo —declaró y se apoderó de su boca. Era un adicto a sus besos. Vincenzo se aflojó el cinturón del pantalón y lo bajó lo suficiente como para sacar su miembro. La necesitaba y sentía que podía morir si no entraba en ella pronto. La sujetó de las caderas
Serena había decidido no entrar al juicio de su padre en contra de Garibaldi. Aunque había llegado al juzgado junto a su esposo, había optado por esperar afuera de la sala. Cuando Vincenzo salió junto a Garibaldi supo que el resultado había sido favorable y su esposo se lo confirmó. Garibaldi había sido absuelto de todos los cargos. —Gracias, hombre. —El hombre le dio un abrazo a Vincenzo. —Ni que lo digas. Por cierto, Angelo tiene una propuesta para ti. —Contáctame el lunes a primera hora —Angelo le entregó una tarjeta a Garibaldi—. Sé que estás en busca de un trabajo y creo que podría tener algo para ti. El hombre miró la tarjeta y luego a ellos con la sorpresa dibujada en el rostro. —Ten por seguro que lo haré. Esto es… más de lo que esperaba. Se despidieron del Garibaldi, que tenía una sonrisa en el rostro cuando se marchó, y se dirigieron en dirección contraria guiados por Angelo. Se detuvieron en uno de los corredores y esperaron durante algunos minutos. Un par de hombres s