El niño les dedicó una sonrisa y pronunció algunas palabras que a Vincenzo le resultaron un tanto incomprensibles.—Sí, mi amor. Son amigos. —Priscilla los miró—. Siéntense, por favor.Vincenzo y su esposa se acomodaron en el pequeño sofá y Priscilla se sentó frente a ellos. El pequeño empezó a inquietarse en brazos de su madre y ella no tuvo más opción que dejarlo en el suelo.El niño se permaneció en el mismo lugar durante unos instantes, como si estuviera evaluándolos con curiosidad Luego, comenzó a acercarse lentamente, extendiendo sus bracitos en dirección a Serena con una sonrisa encantadora. —¿Puedo? —preguntó Serena, mirando a Priscilla. La tensión persistía en el ambiente y no iba a arriesgarse a que ella los echara a la calle antes de que tuvieran oportunidad de explicarle porque estaban allí. —Sí.Serena no esperó que se lo repitiera, levantó al pequeño encantador y lo acomodó sobre sus piernas.—Oh, eres tan lindo —dijo Serena tocando la punta de su nariz con un dedo—
—No hay manera de que te deje ir, es peligroso —dijo Vincenzo después de que Serena le explicó su plan. —Tú no conoces la casa de mis padres como yo. —Pero seguro si me explicas donde está cada cosa, podré orientarme. —Quizás, pero no tienes una excusa válida para subir al segundo piso. Nada va a sucederme, no contigo cerca. —No lo suficiente para intervenir a tiempo. —Estaré bien. Vincenzo se resignó, sabía que no había nada que pudiera decir para hacerla cambiar de opinión, en especial porque ella estaba en lo cierto. —Aquí vamos —dijo estacionando el auto frente a la casa de los Castelli—. Te daré tanto tiempo como o pueda, pero procura no demorar mucho. Serena asintió. Un mayordomo los llevó hasta la sala donde los esperaba Alegra. —Qué sorpresa —dijo Alegra, sonriendo—. No esperaba vuestra visita. —Pasábamos por aquí cerca y pensé en venir a saludarlos. Ha pasado un tiempo desde que estuve en casa —dijo Serena. —Siempre tan impulsiva. Vincenzo miró a Alegra con cens
Minutos antes, Serena se quedó completamente petrificada mientras la puerta de la habitación de sus padres se abría. Debió suponer que, dada su mala suerte, sería su padre quien la atraparía. Él permaneció de pie en el umbral de la puerta, observándola con ojos de halcón.—Papá —saludó y se las arregló para sonreír, aun cuando por dentro era un manojo de nervios.—¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió él, escudriñando la habitación.—Vine a recoger mis pertenencias —explicó, acercándose a su maleta y mostrándosela—. Sin embargo, no pude encontrar algunas cosas. Pensé que mi mamá podría haberlas guardado aquí, ya que al parecer ha hecho algunos cambios en mi habitación.—¿Qué cosas?—Un juego de joyas que Vincenzo me regaló hace unos años. ¿Los has visto? Es un collar y una pulsera a juego. Su padre continuó sin mostrar ninguna expresión. Él se aproximó y extendió la mano.Serena sabía lo que quería y, sin titubear, le entregó su maleta. No es que allí fuera a encontrar nada que la del
Serena apenas podía contener su emoción mientras esperaba que Priscilla y su hijo llegaran. La madre de su hermano había aceptado su oferta de mudarse con ellos. Aunque los resultados del análisis de ADN aún no estaban disponibles y no lo estarían hasta dentro de una semana, ella tenía el presentimiento de cuál sería el resultado.—Tardaran al menos unos diez minutos más en llegar —comentó su esposo—. ¿Por qué no te sientas?Vincenzo estaba sentado en el sofá con la laptop en las piernas, probablemente revisando alguno de sus casos. Él había decidido quedarse en casa para recibir a Priscilla y Massimo, pero sus obligaciones no descansaban.—Se están demorando demasiado —musitó Serena dejándose caer junto él—. Salieron hace rato.—Siguen dentro del tiempo habitual, no tienes motivos para preocuparte.—¿Crees que les gustaran las cosas que compramos?Vincenzo la miró con una expresión que claramente expresaba un "¿es en serio?"El día anterior Serena había salido de compras con su suegr
Vincenzo se acomodó en su silla y recogió el documento que reposaba sobre su escritorio.—Carta de renuncia —murmuró en voz alta mientras hojeaba el papel. Luego marcó la extensión de su secretaria en el teléfono—. Grazia, por favor, ven a mi oficina.La respuesta no se hizo esperar, y Grazia apareció unos minutos después.—¿Señor? —inquirió su secretaria desde la puerta.—Pasa y toma asiento —respondió Vincenzo, esperando que ella siguiera sus órdenes antes de continuar—. Supongo que sabes lo que tengo en mis manos.—Así es. Es mi carta de renuncia. Por supuesto, es solo un aviso preliminar para dar tiempo de encontrar a mi remplazo.—¿Tu decisión es definitiva? —preguntó Vincenzo con seriedad.—Sí.—Es una lástima, pero comprendo tu decisión. Por favor, informa a recursos humanos para que comiencen las entrevistas cuanto antes y asegúrate de dejar todo en orden para que tu reemplazo no tenga problemas. Me aseguraré de que recibas una bonificación adecuada por tu tiempo de servicio y
—¿Señora?Serena levantó la mirada al escuchar la voz de Camelia.—¿Qué sucede? —preguntó.—Tiene una llamada en el intercomunicador.—Está bien, iré a ver qué sucede.Cerró su laptop y salió del despacho. Desde la sala pudo escuchar las risas de Priscilla y Massimo provenientes de su habitación. Le habría gustado pasar la mañana con su hermano, pero estaba trabajando en un proyecto para su próxima clase. Esperaba terminar pronto para jugar con él después de su siesta.—¿Hola?—Señora Serena, buenos días. La contacté porque su madre está aquí en el vestíbulo e insiste en subirla a ver.Casi soltó una maldición. ¿Qué hacía su madre allí? ¿Y si se había enterado de Priscilla y de su hijo?«No, imposible», pensó de inmediato.—¿Señora?—No se preocupe, me haré cargo. Pásele el teléfono, por favor.—Por supuesto.—Serena, ¿puedes decirles a estos hombres que me dejen subir? Por Dios, soy tu madre. ¿Qué grosería es esta?—Hola, mamá. No era su intención ofenderte de ninguna manera, solo es
Desde el interior de su automóvil, Serena contempló el imponente edificio de Volkov. Durante el trayecto, había tenido tiempo para reflexionar sobre la mejor manera de abordar el tema que tenía en mente y se había cuestionado si sería capaz de convencerlo.Su guardaespaldas le abrió la puerta y Serena inhaló profundamente antes de salir del automóvil.—Señorita, buenas tardes —la saludó la mujer detrás del recibidor con amabilidad—. ¿En qué puedo ayudarla?—Buenas tardes. Estoy aquí para encontrarme con el señor Kassio Volkov.—¿Tiene una cita programada?—No, pero dígale que Serena Morelli está aquí para verlo —dijo con seguridad—. Él me recibirá. —O al menos eso esperaba. Eran algo parecido a amigos, después de todo. La mujer asintió con una sonrisa y levantó su teléfono. Serena permaneció en silencio mientras los segundos transcurrían lentamente.—Está bien —dijo la mujer después de un momento, devolviendo el teléfono a su lugar—. Puede pasar. El señor Volkov la recibirá. Su ofic
—¿Qué quería tu madre? —preguntó Vincenzo, retirándose el saco. Dirigió la mirada hacia su esposa, que estaba sentada en la cama.—Mi ayuda, si acaso se le puede llamar así —añadió, la última parte impregnada de un toque de ironía.—¿Tu ayuda con qué?Serena se levantó y se acercó a su esposo. Le ayudó a retirarse la corbarta y, mientras le desabrochaba la camisa le contó todo lo que su madre había dicho, sin guardarse nada.—Cuando creo que no puedo detestar más a tus padres, ellos salen con algo nuevo. ¿Cómo es posible que te quisieran usar como moneda de cambio? No puedo esperar más a acabar con ellos.—Ella me amenazó para hablar con Kassio.—¿Así que por eso fuiste a verlo?—Sí y no. Cuanto más pensaba en todo lo que mi madre me contó, una idea se me ocurrió. Algo que podría ayudarme a mi y a mi hermano. Si logramos que mi padre vaya a la cárcel…—Lo cual haremos —dijo Vincenzo, seguro.—Bueno, cuando lo hagamos, él perderá la confiabilidad de los demás accionistas. Algunas accio