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4. ¿Dónde estás?

—¿Dónde dices que estás?

Miro por encima del hombro a la larga fila detrás de mi, tomo aire, presiono teléfono grasiento contra mi oído, finalmente levanto la voz en la caja.

—Lo siento mucho. No sabía a quién más llamar.

Sabía exactamente cómo sonaba esto. El reloj de la cárcel marcaba las 3:02 a.m. No tenía ni idea de en qué vecindario me encontraba, ya que todo parece igual en la oscuridad del horario nocturno de Nueva York.

Además, entre la frenética huida del restaurante y las manos ásperas que me empujaron hacia el interior de la carreta, llena de gente sudorosa y temblorosa, sabía que había estado fuera durante un buen rato. Mientras tanto, incluso en esta miseria y humillación, la brisa que había en el aire no era del todo desagradable.

—¡Date prisa, nena!— gritó desgarrada una voz ronca detrás de mi, antes de dejar escapar una magnífica tos flemática. No puedo evitar estremecerme.

La voz al otro lado de la línea suspiró.

—Siéntese tranquila, señorita Walsh. Te encontraré, Addie.

La línea se corta y mi corazó se hunde.

Así de simple, volvía a estar a merced de Damián Remington y su lascivia.

*

—Me encontraste— susurro cuando veo su rostro, adormilado, preocupado y todavía muy guapo en la llamativa luz fluorescente.

—Toma esto—dijo.

Poco después noto su abrigo de lana posarse encima de mi. El toque de sus dedos era ligero como una pluma a pesar de todo. Sentí un fuerte impulso de acercarme más a él para que él como respuesta me envolviera con sus fuertes y tentadores brazos, caléntandome de adentro hacia afuera, pero sabía que esto sería inapropiado y muy, muy malo. Sería desatar la furia de los dioses, abrir la caja de pandora.

Después de todo, Damián, mi jefe, me veía como un juguete sexual.

A pesar de todo, me siento terriblemente culpable por haberlo llamado pero él era la única persona que no pondría la voz en el cielo al saberme detenida. Ian ni siquiera había dado señales de vida después de todo, conociendolo tendría el móvil apagado en un intento de castigarme.

No se que debe pasar por su mente pero ha venido.

Supongo que la imagen que tendría de mi quedaría distorcionada.

En la oficina durante el día, era tranquila pero ingeniosa, rápida y eficiente, o eso es lo que creo.

Sabía que Damián pensaba en mi como una buena chica, ¿pero era una buena chica de todos modos? Probablemente no, alguien que despierta a su jefe a las tres de la mañana con una llamada telefónica desde la cárcel, no me parece una buena chica.

El aire fresco de la mañana nos enfrió la cara mientras salíamos de la comisaría. A pesar de la hora, aún podía ver luces, salpicando por todas partes como estrellas. A pesar de que había estado fuera de casa por algún tiempo, todavía sentía tanto una oleada de emoción por vivir en una ciudad que estaba tan constantemente viva como un tinte de nostalgia constante.

La boca del señor Remington se movía, pero yo no le estaba escuchando, perdida en mi ensoñación.

Finalmente niego con la cabeza.

—Lo siento mucho. ¿Qué has dicho?

Sentía que nunca se me acabarían las disculpas siendo honestos.

¿Tendría siquiera un trabajo el lunes?

—Estaba diciendo, ¿puedo llevarte a mi casa?— su voz todavía era rasposa, dormida y ronca, lo había despertado en medio de la noche después de todo.

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