Gregor se incorporó de golpe, con la expresión tan endurecida como el acero. Sus ojos dorados centellearon con fiereza mientras apretaba los puños.—Gregor… —murmuró Elyria, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.El alfa no respondió de inmediato, pues su mente todavía seguía conectada con la de su guerrero.—¿Qué ocurre? —preguntó con voz grave a través del enlace mental.Pero la respuesta que recibió hizo que un rugido de ira se formara en su garganta.—Debí imaginar que ese desgraciado se aprovecharía de nuestras desventajas… —gruñó Gregor, y Elyria no necesitó más para entender que hablaba de Ronald.Los ojos de Gregor se tornaron feroces cuando se giró hacia la puerta.—Lo siento, Elyria. Debo irme —anunció, esperando que ella se quedara.Pero para su sorpresa, Elyria no asintió ni vaciló. Sin decir palabra, comenzó a seguirlo.—Debes esperarme, ¡es peligroso!—le ordenó Gregor, girándose para mirarla con severidad.—No —respondió ella con firmeza, sin detenerse—. Algo me
En la sala de estar de la cabaña de Gregor, el ambiente estaba cargado de tensión. Algunos lobos se encontraban reunidos dentro, de pie o recostados contra las paredes de madera, mientras otros aguardaban fuera, agitados, esperando una respuesta definitiva de su alfa.La incertidumbre los consumía. Estaban asustados, y desesperados. Ninguno quería enfrentarse a Ronald. A pesar de su orgullo, sabían reconocer una amenaza real… y el alfa enemigo no era uno cualquiera. Era brutal. Implacable e invencible, para una manada con tan poco poder militar. Enfrentarlo era casi una sentencia de muerte, y todos lo sabían.Elyria permanecía cerca del fuego, sentada, con las manos apretadas sobre su regazo. Tenía la mirada perdida, los ojos vidriosos y el alma rota. Seguía sin comprender cómo la diosa de la luna podía haberle hecho algo tan cruel: ¿cómo podía su alfa destinado ser Ronald? Ese monstruo… ese asesino, de todos los alfas que pedían su mano, él le parecía el más desagradable.—No lo qui
Entonces escuchó un sollozo apenas audible, como un animalito herido, que se contiene en la oscuridad.Ese quejido le atravesó el alma.Con un rugido, levantó la pierna y, de una sola patada, destrozó la puerta. Las bisagras crujieron, la madera estalló, y el eco del impacto retumbó por toda la cabaña.Allí estaba ella. Sentada en el borde de la bañera. Desnuda, envuelta solo en la toalla, con el rostro empapado en lágrimas, y con las mejillas encendidas por el llanto reprimido.Elyria alzó la cara hacia él. Su mirada era un océano de dolor y confusión. —Ahora comprendo... cuando mi madre me decía que mi infantilidad me iba a causar problemas… Gregor sintió cómo se le partía algo por dentro.Sin decir una palabra, se acercó a ella, la tomó entre sus brazos con la misma delicadeza con la que se carga una flor rota, y la llevó a la habitación. La sentó sobre la cama con cuidado, como si fuera de cristal, y se agachó delante de ella, aún con el pecho agitado por la rabia, y la impoten
Gregor la sacudía por los hombros, angustiado, casi al borde del colapso. —¡Elyria! ¡Mírame!— rugió con desesperación, al verle el rostro arrugado por el dolor, los labios pálidos y la respiración entrecortada.Sin pensarlo, alzó una mano, dejando que su poder de sanación se activara, y un brillo tenue cubrió su palma mientras la acercaba al pecho de Elyria.Pero antes de tocarla, ella comenzó a respirar agitadamente, tosiendo con fuerza. Se llevó una mano al pecho, temblorosa, mientras alzaba la otra, en un gesto débil pero claro de detenerlo.—C-calma… Estoy bien… —susurró entre jadeos—. Esto… esto es normal…Gregor frunció el ceño, confundido. —¿Qué demonios, te pasó? ¿Por qué mi sangre te causó dolor? La sangre de alfa no debería afectarte… Lo poco que sé es suficiente para entender que eso no es normal. Tu tía humana formó un vínculo con la manada del alfa supremo sin ningún rechazo… —dijo, refiriéndose a Teresa.Elyria asintió lentamente, aún presionando su pecho, aunque un
Ronald negó con la cabeza, girando lentamente hacia su beta con una mirada que quemaba como fuego oscuro.—La princesa está a su lado —gruñó—. Ella sola podría desmantelar toda nuestra manada si quisiera. ¿Y tú quieres provocar una guerra sin entender por qué está fingiendo ser una humana? ¡Saber que es mi luna no pareció importarle!Se puso de pie con lentitud, dejando que la tensión pesara en el aire como una niebla espesa.—No... primero debemos conocer bien sus intenciones. ¿Por qué ocultarse? ¿Por qué jugar a ser una humana? Hasta que sepamos qué busca, cualquier movimiento sería un suicidio.El beta tragó saliva, pero luego asintió con energía.—Pero... si es realmente ella, nuestra luna... —Se le iluminó el rostro con esperanza—. Si es la destinada para esta manada… ¿Qué hará para traerla? ¿Es verdaderamente nuestra luna?—Adivina —lo interrumpió Ronald con una sonrisa torcida, palmeando el hombro de su beta como si ya pudiera saborear el poder en sus manos.El beta se quedó al
Justo cuando Elyria entró a la cocina, agarrada al brazo de Gregor, dos sirvientas clavaron la mirada en la tobillera de su pie, como si fuera una marca de deshonra para la manada.La incredulidad primero, y el odio después, se reflejaron sin disimulo en sus rostros. Elyria lo sintió todo, como si las miradas fueran cuchillas afiladas recorriéndole la piel.Sin embargo, la vieja nana de Gregor, sonrió en cuanto los vio llegar.—Mi muchacho —murmuró con ternura, secándose las manos en su delantal—, no debiste venir hasta aquí. Yo habría podido llevarte la cena a tu habitación.Gregor se dejó caer con naturalidad en uno de los bancos de madera, arrastrando a Elyria con él para que se sentara sobre su regazo.—Nana, mi luna simbólica quiere comer curry picante —anunció, sin dejar de mirar a Elyria con esa expresión de orgullo posesivo que hacía que a las lobas presentes se les crisparan los músculos de la mandíbula.Elyria, sintiendo la tensión como una tormenta a punto de estallar, baj
Sin pensarlo dos veces, Gregor la lanzó con fuerza sobrenatural contra la mesa de roble donde compartía la cena con Elyria. La madera crujió y se hizo añicos bajo su cuerpo.Justo en ese instante, Ewan irrumpió en la cocina junto a dos guardias, alertado por el súbito cambio de energía de su alfa. Su mirada recorrió el lugar con rapidez, viendo a la loba retorciéndose entre los restos destrozados de la mesa, y a Gregor… atrapado en medio de una metamorfosis brutal.El cuerpo del alfa temblaba con espasmos violentos. Cada crujido de sus huesos resonaba en la habitación como una amenaza primitiva. La piel se le estiraba, y los músculos se expandían como si fueran a desgarrarse, y sus ojos humanos se tornaban de un ámbar encendido, cargado de furia. No era una bestia, no todavía. Pero tampoco era ya humano.—Luna simbólica, será mejor que salgas de aquí —advirtió Ewan a Elyria, retrocediendo un paso, con la mano lista para defenderla—. Está en plena metamorfosis…—¿Por qué tengo que sal
Mientras la luz matinal se colaba tímidamente entre las cortinas, acariciando sus cuerpos entrelazados sobre la cama. Elyria se acurrucaba más en el pecho desnudo de Gregor. Abrió los ojos con suavidad, encontrándose con la intensa mirada de él, que ya la estaba observando como si no hubiera dormido.—¿Cuánto tiempo llevas mirándome así? —preguntó en un susurro adormilado.—El suficiente para saber que podría quedarme así toda la vida —respondió él, con una sonrisa torcida.Elyria soltó una pequeña risa nerviosa y, de inmediato, llevó las manos a su cabello revuelto, intentando peinarse con desesperación.—¡Debo verme espantosa! —protestó, girándose hacia el borde de la cama—. Necesito ir al baño. Gregor la atrapó entre sus brazos antes de que pudiera escapar.—No tan rápido —murmuró, apretándola contra su pecho.—¡Gregor, por favor! ¡Sólo será un minuto!—No puedo dejarte ir. Te necesito aquí… ahora mismo —susurró, antes de atacarla con cosquillas.Ambos rieron entre forcejeos suav