Había muy pocas cosas que incomodaban a Layan, uno de los alfas más fuertes de su generación, por no decir de la actualidad y líder del Consejo que lideraba las manadas. Pero si, había pequeñas cosas que hacían que estuviera incómodo y una de ellas tenía nombre. Priscila.
La pequeña niña no apartaba sus grandes y brillantes ojos plateados de él, por encima del hombro de su padre. Se veía realmente pequeña en comparación con Hades, pero definitivamente más grande que alguien que tuviera los 7 años lobunos. Frunció el ceño. Esperaba recibir una explicación clara y precisa.
-Ella no muerde- escuchó la voz de Hades que acompañó la mirada de su hija- Es realmente gracioso que le teng
-Ma, a ti te gusta Lailai- Priscila le soltó de buenas a primeras, un día, a Nebraska mientras esta le peinaba su cabellera que le llegaba a mitad de la espalda.La loba pestañeó ante la pregunta y dejando el cepillo a un lado abrazó a su hija por detrás y la atrajo hacia su pecho. La niña alzó la cabeza para encontrarse con la mirada de su madre.-Sí, lo quiero- alzó los bordes de sus labios -¿Por qué me haces esa pregunta? – besó la coronilla de su cabeza.-¿Lo quieres igual que a pa?- sus ojos estaban abiertos con inocencia. Ella quería a su lobo, no lo negaría ante nadie, pero si a su madre le gustaba ella solo se quitaría del medio, quería demasiado a
Nebraska transformó su cuerpo rápido agarrando a su hija por los hombros. Y lo que temió se volvió realidad. Los ojos de su hija estaban totalmente ausentes de iris tan iguales, y a la vez tan diferentes de los de ella. Eso la estremeció. No podía ser. Su cachorra era muy cachorra. Cómo era posible que despertara un poder que a ella misma le había costado manifestársele más de 50 años y siendo una omega pura.Priscila no era omega, tampoco era alfa, su cuerpo no había heredado ninguno de los genes de Hades o de ella, sino fuera por la sangre de los alfas ella sería una loba común y corriente entonces no había razón para que pudiera manifestarse de aquella forma sus habilidades con la mente.-Ma- una sonrisa cálida cruz&
Hades estaba recostado en su buró pensando en miles de cosas. Sobre todo, cómo terminaría los papeles que tenía delante de él. Eran miles y Siran no estaba a su lado pues su esposa estaba en celo y tenían cierto asunto en mano como la tarea de crear un cachorro propio. De cierta forma sonrió. Ya era hora que su beta sentara cabeza le diera un ahijado. Oyó como la puerta de su oficina era abierta ligeramente y una mata de cabello oscuro seguido de un risueño ojo plateado se asomaba suavemente.La sonrisa de Hades se hizo más intensa y le indicó con el dedo a su hija que se acercara. Priscila entró cerrando educadamente la puerta y caminó hacia su padre sentándose en su regazo. Hades la miró por unos segundos. En los últimos cuatro años, su hija había crecido
Priscila siempre ansiaba los momentos en que se pudiera encontrar con Layan aunque estos se redujera a uno, y un segundo, ahora. Pero quizás esta vez no era así. Su cabeza dolía al punto de querer partirse en dos pedazos, las voces dentro de ella en vez de disminuir con el tiempo lo que hacían era aumentar una tras otra incluyendo la de la loba albina delante de ella sin poder identificar lo que decía, así que eso de poder leer mente no era algo que estuviera a su alcance.De igual forma no le gustó la forma en que ella miraba al lobo, a su lobo. Giró la cabeza por encima de su hombro y en vez de correr hacia Layan como ella misma se esperó hacer solo se quedó en el lugar, aunque por dentro quería saltar a sus brazos.-Shiraina, no puedes irte así, no es
Priscila primero había sentido malestar, mucho malestar, dolor de cabeza, demasiado para ser soportado, y después todo se volvió caliente y rojo. Ante sus ojos solo había flamas, grande y agresivas que la aterraban. No podía dejar de temblar.Las voces en su cabeza ahora eran gritos que se entrelazaban a punto de volverla loca, podía sentir el dolor de los demás desplazándose hacia ella. Y aquel calor abrazador de que cierta forma era acogedor, a su alrededor. Otro grito brotó de su boca aguantándose la cabeza cuando apenas podía abrir los ojos.Buscó a sus hermanos a sus padres solo para encontrar que entre las altas llamas había varios cuerpos tirados de un lado a otro, pero había algo que la alarmó. Aquel fino hilo rojo que sal&ia
Layan nunca pensó que tendría que utilizar toda su fuerza para caerle detrás a alguien. Apenas había sentido el aire nocturno en su cara se había transformado desgarrando toda su ropa a su paso. El cuerpo de un lobo tomó su lugar y tensó todos sus músculos.Pero maldición. Se suponía que estaba persiguiendo a una cachorra. ¿Qué tan rápido podía correr? Por más que moviera sus patas no podía acortar la distancia por más que hiciera el esfuerzo. El animal se fundía con la oscuridad de la noche y el espeso follaje del bosque. Su pelaje tan oscuro y brillante como el de su padre, un lobo negro, tan contados como los lobos albinos, tan hermosos que era increíble creer que existieran, destinados a la grandeza, a ser líderes. Apretó los dientes y mal
Layan caminaba lentamente llevando la loba adolescente en sus brazos. Pocas veces en su vida había temblado tanto como ahora. La saliva en su boca difícilmente pasaba por su garganta y cada vez que el recuerdo de lo que había hecho le cruzaba por la mente los síntomas se hacían peores. Obviaba la reacción fisiológica de su cuerpo de querer apretar más a la loba contra él y darle protección. Si solo no la hubiera mordido no sería tan fuerte. Un alfa siempre tenía un alto instinto de cuidar a los que lo rodeaban, sobre todo si eran jóvenes, pero a él se le había pasado la mano en más de una manera. LA HABÍA MORDIDO. Que estaba pensando en ese momento. Y no a cualquier lobo, sino a Priscila, la loba que lo reclamaba como suyo. Acaso eso no significaba que lo había reconocido. De seguro eso era lo que pensaría ella una vez que despertara. Tenía que aclarárselo. Esto había sido una medida de emergencia. El lazo no se completaría si ellos no consumaban su unión, algo de lo que no tenía int
Layan caminaba lentamente llevando la loba adolescente en sus brazos. Pocas veces en su vida había temblado tanto como ahora. La saliva en su boca difícilmente pasaba por su garganta y cada vez que el recuerdo de lo que había hecho le cruzaba por la mente los síntomas se hacían peores. Obviaba la reacción fisiológica de su cuerpo de querer apretar más a la loba contra él y darle protección. Si solo no la hubiera mordido no sería tan fuerte.Un alfa siempre tenía un alto instinto de cuidar a los que lo rodeaban, sobre todo si eran jóvenes, pero a él se le había pasado la mano en más de una manera. LA HABÍA MORDIDO. Que estaba pensando en ese momento. Y no a cualquier lobo, sino a Priscila, la loba que lo reclamaba como suyo. Acaso eso no significaba que lo había reconocido. De seguro eso era lo que pensaría ella una vez que despertara.Tenía que aclarárselo. Esto había sido una medida de emergencia. El lazo no se completaría si ellos no consumaban su unión, algo de lo que