Es el destino

Layan se removió incómodo. Frunció el ceño.

-Explícate mejor-

Priscila inclinó la cabeza hacia un lado, el cabello le hizo sombra en su rostro más no opacó el brillo de sus ojos plateados, todo lo contrario, eran más brillantes. Eso puso en alerta a Layan. Había algo en todo eso que no le iba a gustar, lo sabía.

-Que cuando te toco puedo dejar de oír voces en mi cabeza y mis poderes quedan reducidos a la nada. Esa es la razón por la que no te congelaste cuando entraste a la habitación-

-¿Estabas consiente?- fue lo único que pudo preguntar con la voz un poco temblorosa todavía asimilando la primera parte.

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