45 Yaya

Sujetaba la mano lánguida y fría de mi abuela mientras ella se esforzaba por mantener los ojos abiertos, así llevábamos más de dos horas.

—Yaya, puedes dejar de sufrir.—supliqué con la mirada emborronada por las lágrimas.—Por favor, descansa.— me dolía verla así, hablo de un dolor físico y real, una especie de tensión ardiente a lo largo de todo mi cuerpo que resultaba asfixiante.

Tomó una bocanada de aire más, llevaba demasiado tiempo pasándolo mal, ella no se lo merecía.

—Mamá.— me giré para encontrar a la mujer que me parió, junto a Max y Duke. Ella se acercó a la cama rápidamente y tomó la otra mano de mi abuela. La yaya cerró los ojos y soltó el aire por última vez. Se había ido.

Era como si lo hubiera sentido. Como si quisiera dejarnos un mensaje con su último suspiro. La abuela sabía cómo arreglarlo todo hasta el último segundo de su vida. Así fue cómo nos dejó la mujer a la que más he querido y querré siempre; en manos

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