A penas podía respirar, el calor era demasiado sofocante, me quité la parte de arriba del pijama quedando en camiseta interior. Seguía siendo imposible conciliar el sueño, ya era de madrugada, estaba condenada a pasar el sábado noche despierta.
Comprobé si tenía fiebre, el termómetro marcaba 20° fuera y 36° en mi cuerpo. Sin duda, mi subconsciente trataba de enviarme un mensaje en forma de malestar.
Lúa tenía razón, la luna estaba impresionante, salí al jardín motivada por su extraña atracción. No paraba de sudar, pero la sensación se volvió placentera. Es difícil explicar porqué me tumbé sobre el césped y dejé escapar una suave melodía (mayormente suspiros). Como si fuera una nana, me quedé en un estado entre la vigilia y el sueño, hipnotizada por la nada.
No estaba segura de si soñaba o no, abrí los ojos debido a que sentí un roce suave. Piel de mamíferos. Respiraciones húmedas contra mi cuello. Era cómo si estuviese drogada, todo se tambaleaba en torno a mí.
Eran lobos, un lobo negro, uno pardo y otro blanco.
No podía evitar acariciarlos, como si fueran tiernos corderitos, claramente no estaba en pleno uso de mis facultades.
—¡Niña!— la abuela gritó desde la puerta, haciendo que los animales huyeran despavoridos.
—Tranquila yaya.— la tomé de la mano, odiaba que se asustase.—No pasa nada, es hora de dormir ¿lo recuerdas?
—Dormir... sí... es hora de dormir.— la llevé hasta su cama y me fui a mi habitación.
Me dediqué a mirar por la ventana mientras trataba de entender qué había pasado sin éxito, los lobos no volvieron, pero sus aullidos a la luna fueron constantes.
—¡Adiós!— no es que me alegrase de despedirme de Lúa, pero después de toda la mañana en el instituto, quería volver a casa cuanto antes. Puede que solo fueran veinte minutos en bus, pero siempre me parecían eternos. Aún así, mi lunes podía empeorar más.—¿Hola?— pregunté a los tres chicos que esperaban sentados en la acera frente a la casa de mi abuela. No solía haber nadie por allí, como mucho algún vecino caminando, pero esto estaba totalmente fuera de lo normal.—Reika...— suspiró el rubio después de esnifar la fragancia del aire a mi alrededor, lo cual les hizo más sospechosos todavía.—¿Nos conocemos?— sin saber muy bien porqué, era cómodo estar con ellos. Lo cual era terriblemente confuso, mi cerebro y mi instinto gritaban cosas contradictorias.—Se parece a ella.— oí cómo murmuraba el que se había quedado más lejos.—Os lo dije.— cuando se acercó un poco más, reconocí al chico de la cic
—Yaya, estás cansada...— puse la escopeta en lo alto del armario, probablemente se le olvidaría que yo la había escondido.—Necesito que me escuches.— me armé de paciencia y me senté con ella en la mesa de la cocina. Sacó un sobre amarillento y dejó caer tres fotografías.La primera era de mi madre con mi edad, ya había visto muchas fotos de ella y además sus rasgos no habían cambiado tanto.—¿Esta eres tú?—miré de cerca la segunda foto, la abuela asintió con gesto melancólico.—Y esta es la bisabuela, Idris.— al parecer, mi bisabuela y yo éramos las raras de la familia, porque el resto de los nombres eran normales (María, Ana...)—Son unas fotos muy bonitas, yaya.— murmuré con media sonrisa, no quería hacerla sentir mal.—Fíjate en nuestros cuellos.— eso hice, y encontré unos arañazos muy marcados.—Nos ha pasado a todas, si no te lo he explicado antes es porque creí que tu madre había acabado con ello.—¿De qué va esto?— estaba siendo
—¿Es esto cierto?— estaba temblando con cada centímetro de mi cuerpo.—Mi madre se fue cuando yo era niña, me crió mi tío, siempre la criticaron por huir sin dejar rastro.— suspiró, sus ojos acumulaban lágrimas.— Los que la conocieron solían decirme cuánto me parecía a ella. Contaban que ella era simplemente adorable, siempre con una sonrisa y muy inteligente. Hasta que una noche la atacaron en el bosque.—¿Los lobos?— la abuela parecía no escucharme, o estaba tan enfrascada en su historia que me ignoró.—Esa noche quedó embarazada.—la idea de los caninos desapareció de mi mente.— Quise odiarla por abandonarme, y lo hice durante mucho tiempo, hasta que pasé por lo mismo que ella y pude comprenderla.—¿Y mamá?— me sentí fatal por todos aquellos momentos en los que maldecía a mi madre por no estar allí.—Yo la mandé a la ciudad, para alejarla de los animales del bosque.— miré la herida de su cuello en
—Yaya, ponte el abrigo.— bajé las escaleras preparada para pasarme otra tarde en el hospital, y volver sin una solución para la enfermedad de mi abuela, como mucho con algún cambio en la medicación.—¡La escopeta!— la abuela estaba en la puerta, señalaba algo entre los árboles.—Venga, el bus está a punto de llegar.—ella me empujó para pasar dentro, tuve que sujetarla. Me dolía tener que hacer aquello, era horrible verla así.Forcejeó conmigo hasta llegar a la parada del autobús.—¡No te acerques!— le gritó histérica a un hombre que leía el periódico tranquilamente.—Lo siento mucho, señor.— murmuré tratando de hacer que se calmase.—No te preocupes preciosa.— la abuela hizo fuerza para dirigirse contra él pero conseguí sostenerla.—Es un placer volver a verte.— sonrió hacia mi abuela.Nuestro bus llegó y subimos, el señor se quedó leyendo en la parada. Pagué por las dos y nos sentamos en los asientos.—Lo siento, Ana.— tragué
—Hola.— abrí los ojos, me había quedado dormida en la sala de espera del hospital. Me despertó el mismo chico que había estado en mi casa aquella mañana.—Soy Ayax, ¿me recuerdas?—Hola...— empecé a temblar, la abuela me había contado cosas terribles y la primera vez que le vi actuaba muy raro.—Mira, no sé de qué vais tú y tus amigos, creo que os estáis equivocando de persona.—Sabía que no entendías nada.—se puso la mano en la cara avergonzado de sí mismo.—Reika, estamos... "enamorados" de ti.—Ni siquiera me conoces.— gruñí molesta.—Tu abuela te ha hablado de la historia de los lobos y tu familia ¿verdad?— asentí.— En esta generación, yo soy el lobo.—No te acerques a mí.— lo último que me apetecía era que mi cuello se cubriese de arañazos.—Por favor, a mí tampoco me hace ninguna gracia sentirme así... por ti.— se sentó a medio metro de distancia en el mismo banco.—Quiero que sea
Iria y Lúa vinieron al hospital para estar conmigo, la madre de Lúa es abogada así que ella se encargó de los trámites contra el hospital, tenían una seguridad muy deficiente si se les colaban lobos en las habitaciones de los enfermos.—¿Te encuentras bien? Tienes mala cara.— de pronto mi tía había venido a salvar el mundo. Odiaba su falsedad, probablemente había llegado atraída por el aroma de la herencia. Visitaba a mi abuela más o menos lo mismo que mi madre.—Llevo tres días en el hospital, la verdad es que no estoy en mi mejor momento.— gruñí con ironía. Iris puso la mano sobre mi hombro, la falta de sueño me estaba afectando.—Yo cuidaré de ella.—dijo mi tía, y miró a su madre como si fuese un geranio que se había comprometido a regar mientras yo no estuviese.—Tú...— estaba a punto de llamarla hipócrita o de soltar una bofetada de telenovela. Sin embargo, no había vuelto a casa desde aquel día y no me había duchado ni cambiado de ropa desde entonces.—V
Fue complicado asistir a seis horas de clases interminables sabiendo todo lo que me esperaba al salir. En mi mente se amontonaban decenas de escenarios posibles.Por eso, cuando sonó el timbre salí de clase sin que la profesora hubiese acabado de contarnos el fracaso de Amadeo de Saboya como rey.Llegué hasta la parada de autobús empujando niños de todas las edades, alturas, colores y olores. Me senté cerca de la puerta y me puse los cascos, preparada para un camino largo hasta el hospital.—Hola.— indudablemente, esa voz se dirigía a mí. Por alguna razón, mi apariencia me hace accesible para los demás, lo cual es una tortura para alguien tan introvertida como yo.Al ver su rostro di un salto sobre mí misma mientras tomaba aire estrepitosamente, era el otro chico.—¿Qué queréis de mí?— aquello sonó como si solo me estuviese quejando, pero era una pregunta sin ánimo retórico.—Eh... soy Max, creo que te merece
Llegué y en la recepción del hospital no había ni rastro de la enfermera que solía saludarme, no la había visto desde el incidente del lobo. El resto de personal me miró sin decir nada mientras yo entraba en la sala donde estaba mi abuela.—Ya he vuelto.—murmuré. Esperaba ver a mi tía jugando con su móvil o malgastando su tiempo de alguna otra forma. Pero o mi tía había cambiado mucho en un solo día, o ella no era aquel chico. Me encontré con Ayax sentado a los pies de la cama de la yaya.—Perdona, solo estaba vigilando, ya me voy.—levantó las manos de forma pacífica. Me resultó bastante difícil procesar toda aquella información, teniendo en cuenta que se me estaba acumulado.—Espera...— vi la calma en el rostro durmiente de mi abuela y le detuve agarrando su brazo.—¿Por qué?—Bueno, ya viste que tuve que detener a Javier antes de que le hiciese daño a tu abuela.— pestañeé muy fuerte y lento.—Por favor, no nos juzgues a todos por las acciones de uno. En reali