El aire en la habitación se volvió denso cuando Oscar terminó de recitar las palabras del antiguo libro. Oriana sintió cómo la energía vibraba a su alrededor, como si el espacio mismo estuviera distorsionándose. Una brisa helada le recorrió la piel, dejándole un escalofrío profundo que no era causado por el frío, sino por la certeza de lo que estaba a punto de ocurrir.Gabriel, de pie junto a ella, la sostuvo con fuerza. Sus ojos oscuros estaban encendidos de preocupación y algo más: desesperación.—No tienes que hacerlo —susurró con la mandíbula tensa—. No sabemos lo que te espera.Oriana inspiró hondo, aferrándose a la calidez de su tacto.—Pero tengo que hacerlo.Gabriel negó con la cabeza, con los labios apretados, pero antes de que pudiera insistir, una fuerza invisible la arrancó de sus brazos.El mundo se desmoronó a su alrededor.El vórtice de sombras la succionó, girando con una intensidad que le robó el aliento. Todo se oscureció por un momento… y luego, el golpe de la reali
El silencio en la habitación era sofocante. La luz de la lámpara parpadeaba débilmente, proyectando sombras temblorosas sobre las paredes. Oriana aún sentía el ardor en su pecho, justo donde la cicatriz luminosa seguía brillando débilmente.Su respiración era entrecortada. La visión de su propia muerte seguía latiendo en su mente como una herida abierta.—¿Oriana? —La voz de Gabriel la trajo de vuelta a la realidad.Ella alzó la vista y encontró su mirada. Sus ojos oscuros estaban llenos de angustia, de preguntas sin respuesta, de miedo. Gabriel estaba sentado en el borde de la cama, inclinándose hacia ella como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento.Oscar, de pie junto a ellos, la observaba en silencio, con las manos cruzadas sobre su bastón.Oriana tragó saliva, sintiendo que las palabras se le atascaban en la garganta. Pero no podía guardárselo. Tenía que contarles.—Lo vi todo —susurró al fin.Gabriel se tensó.—¿Todo?Ella asintió lentamente.—La noche en el gra
El paisaje se deslizaba suavemente a través de la ventanilla del auto mientras Gabriel conducía por la carretera costera. El sol de la tarde comenzaba a descender, tiñendo el cielo con tonos dorados y naranjas. El sonido del motor y el vaivén del viento acompañaban el silencio entre ellos, un silencio que no era incómodo, sino cargado de pensamientos no dichos.Oriana apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento, observando la línea del horizonte donde el mar se encontraba con el cielo. Sentía su cuerpo aún cansado por la prueba, pero dentro de ella algo había cambiado. La cicatriz en su pecho ardía de vez en cuando, como un recordatorio de lo que había vivido y de lo que aún tenía que enfrentar.Gabriel notó su expresión y apartó un momento la vista de la carretera para mirarla.—¿En qué piensas?Oriana suspiró suavemente.—En nosotros. En… lo que fuimos.Él apretó un poco más el volante.—Recuerdo fragmentos —admitió—. Imágenes borrosas. Pero cuando me contaste lo que viste… algo
La casa en la playa era un refugio del mundo. De estructura de madera oscura y grandes ventanales que daban al océano, la brisa marina se filtraba por cada rincón, llenando el ambiente con el aroma salado y la promesa de un respiro momentáneo.Gabriel estacionó el auto y apagó el motor. Durante unos segundos, ninguno de los dos se movió. El viaje había sido tranquilo, pero Oriana aún sentía el peso de la prueba en su cuerpo.—Llegamos —dijo él, con voz suave, girándose para mirarla.Oriana asintió y forzó una sonrisa.—Sí.Gabriel entrecerró los ojos, analizando su expresión.—Sigues cansada.Ella suspiró.—No es solo eso. Es… todo. Todo lo que reviví.Él extendió una mano y le acarició la mejilla con ternura.—Estás aquí. Conmigo. No dejaré que nada te pase.Oriana cerró los ojos un instante, dejándose envolver por la calidez de su toque. Pero en su interior, la incertidumbre aún la carcomía. ¿Cuánto tiempo más podría seguir enfrentando pruebas antes de que su cuerpo cediera?Saliero
La brisa marina entraba por las ventanas abiertas de la casa, trayendo consigo el sonido de las olas rompiendo contra la orilla. Oriana y Gabriel estaban tumbados en el sofá, enredados en una manta ligera, disfrutando de la quietud del momento. La última prueba la había dejado agotada, y aunque el peso de lo vivido aún la perseguía, aquí, entre los brazos de Gabriel, encontraba paz.Él jugaba distraídamente con un mechón de su cabello, enredándolo entre sus dedos antes de dejarlo caer.—Siempre quise traerte aquí —murmuró de repente.Oriana levantó la mirada hacia él.—¿Sí?Gabriel asintió con una sonrisa melancólica.—Cuando compré esta casa en esta vida, algo dentro de mí me decía que te pertenecía. Que tenía que esperar por ti. Que no perdiera la esperanza en que volveríamos a estar juntos...Oriana sintió que su corazón se encogía ante sus palabras.—Gabriel…Él la besó antes de que pudiera decir algo más. Fue un beso lento, profundo, cargado de promesas silenciosas. Oriana suspi
La noche se extendía sobre la casa de la playa, cubriéndola con una calma engañosa. Dentro, Oriana se encontraba en el sofá con una copa de vino en la mano, observando el reflejo de la luna sobre el mar. Aunque el altercado con Stephanie había quedado atrás, la sensación de inquietud se mantenía en su pecho.Gabriel apareció detrás de ella, envolviéndola en sus brazos, su mentón apoyado en su hombro.—Sigues preocupada —susurró, dejando un beso en la curva de su cuello.Ella cerró los ojos por un instante, disfrutando de su cercanía.—Es Stephanie… —admitió, girándose para mirarlo a los ojos—. Algo me dice que no va a quedarse tranquila.Gabriel suspiró, su mirada oscureciéndose.—No va a tocarte. Se acabó.Oriana asintió, pero la sensación de peligro no desapareció. Gabriel la besó con ternura, intentando disipar sus temores.—Vamos a dormir. Mañana será un nuevo día.Él la guió hasta la habitación, donde se acurrucaron juntos en la cama. Pero incluso envuelta en los brazos de Gabrie
La luz de la luna se filtraba suavemente por las ventanas del viejo granero, iluminando las vigas de madera desgastada y los sacos de grano apilados en un rincón. Oriana escuchaba su propia respiración entrecortada, mientras las cálidas manos de Gabriel recorrían su rostro con una devoción que le erizaba la piel. Cada gesto era pausado y reverente, como si en cada caricia él quisiera grabar su imagen en la memoria del tiempo.—Te amo —murmuró él, su voz ronca, cargada de una emoción que parecía contener siglos.Ella no pudo articular respuesta. Su garganta se había contraído en un nudo de emociones y su cuerpo temblaba bajo el peso de un amor que parecía salido de un sueño largamente anhelado. Con una mezcla de urgencia y ternura, Gabriel bajó sus labios hasta el cuello de Oriana, dejando un rastro ardiente que provocó un gemido en lo más profundo de su ser. Sus dedos, hábiles y pacientes, exploraron cada centímetro de su piel, exceptuando el delicado collar que siempre la acompañaba
La entrada principal de Blackwood Enterprises era un monumento a la modernidad y la opulencia. Las puertas automáticas se abrían con un suave zumbido, revelando un vestíbulo amplio cuyos muros de vidrio dispersaban la luz del sol en destellos caleidoscópicos. Con techos altos, lámparas colgantes de diseño minimalista y una recepción de mármol blanco, Oriana se sintió diminuta y, por momentos, fuera de lugar.El murmullo de teclados, las conversaciones en voz baja y el sonido de pasos sobre el piso pulido se entrelazaban en una sinfonía corporativa casi hipnotizante.Ajustándose el bolso al hombro, Oriana se dirigió al mostrador de recepción, donde una joven de gafas y sonrisa profesional le indicó el camino hacia la sala de espera. Allí, la esperaba Anita Lane, responsable de Recursos Humanos y su contacto desde el inicio del proceso.—¡Señorita Hart! —exclamó Anita, levantándose para estrecharle la mano con firmeza.—Por favor, llámame Oriana —respondió ella, devolviendo la sonrisa c