La casa en la playa era un refugio del mundo. De estructura de madera oscura y grandes ventanales que daban al océano, la brisa marina se filtraba por cada rincón, llenando el ambiente con el aroma salado y la promesa de un respiro momentáneo.Gabriel estacionó el auto y apagó el motor. Durante unos segundos, ninguno de los dos se movió. El viaje había sido tranquilo, pero Oriana aún sentía el peso de la prueba en su cuerpo.—Llegamos —dijo él, con voz suave, girándose para mirarla.Oriana asintió y forzó una sonrisa.—Sí.Gabriel entrecerró los ojos, analizando su expresión.—Sigues cansada.Ella suspiró.—No es solo eso. Es… todo. Todo lo que reviví.Él extendió una mano y le acarició la mejilla con ternura.—Estás aquí. Conmigo. No dejaré que nada te pase.Oriana cerró los ojos un instante, dejándose envolver por la calidez de su toque. Pero en su interior, la incertidumbre aún la carcomía. ¿Cuánto tiempo más podría seguir enfrentando pruebas antes de que su cuerpo cediera?Saliero
La brisa marina entraba por las ventanas abiertas de la casa, trayendo consigo el sonido de las olas rompiendo contra la orilla. Oriana y Gabriel estaban tumbados en el sofá, enredados en una manta ligera, disfrutando de la quietud del momento. La última prueba la había dejado agotada, y aunque el peso de lo vivido aún la perseguía, aquí, entre los brazos de Gabriel, encontraba paz.Él jugaba distraídamente con un mechón de su cabello, enredándolo entre sus dedos antes de dejarlo caer.—Siempre quise traerte aquí —murmuró de repente.Oriana levantó la mirada hacia él.—¿Sí?Gabriel asintió con una sonrisa melancólica.—Cuando compré esta casa en esta vida, algo dentro de mí me decía que te pertenecía. Que tenía que esperar por ti. Que no perdiera la esperanza en que volveríamos a estar juntos...Oriana sintió que su corazón se encogía ante sus palabras.—Gabriel…Él la besó antes de que pudiera decir algo más. Fue un beso lento, profundo, cargado de promesas silenciosas. Oriana suspi
La noche se extendía sobre la casa de la playa, cubriéndola con una calma engañosa. Dentro, Oriana se encontraba en el sofá con una copa de vino en la mano, observando el reflejo de la luna sobre el mar. Aunque el altercado con Stephanie había quedado atrás, la sensación de inquietud se mantenía en su pecho.Gabriel apareció detrás de ella, envolviéndola en sus brazos, su mentón apoyado en su hombro.—Sigues preocupada —susurró, dejando un beso en la curva de su cuello.Ella cerró los ojos por un instante, disfrutando de su cercanía.—Es Stephanie… —admitió, girándose para mirarlo a los ojos—. Algo me dice que no va a quedarse tranquila.Gabriel suspiró, su mirada oscureciéndose.—No va a tocarte. Se acabó.Oriana asintió, pero la sensación de peligro no desapareció. Gabriel la besó con ternura, intentando disipar sus temores.—Vamos a dormir. Mañana será un nuevo día.Él la guió hasta la habitación, donde se acurrucaron juntos en la cama. Pero incluso envuelta en los brazos de Gabrie
La luz de la luna se filtraba suavemente por las ventanas del viejo granero, iluminando las vigas de madera desgastada y los sacos de grano apilados en un rincón. Oriana escuchaba su propia respiración entrecortada, mientras las cálidas manos de Gabriel recorrían su rostro con una devoción que le erizaba la piel. Cada gesto era pausado y reverente, como si en cada caricia él quisiera grabar su imagen en la memoria del tiempo.—Te amo —murmuró él, su voz ronca, cargada de una emoción que parecía contener siglos.Ella no pudo articular respuesta. Su garganta se había contraído en un nudo de emociones y su cuerpo temblaba bajo el peso de un amor que parecía salido de un sueño largamente anhelado. Con una mezcla de urgencia y ternura, Gabriel bajó sus labios hasta el cuello de Oriana, dejando un rastro ardiente que provocó un gemido en lo más profundo de su ser. Sus dedos, hábiles y pacientes, exploraron cada centímetro de su piel, exceptuando el delicado collar que siempre la acompañaba
La entrada principal de Blackwood Enterprises era un monumento a la modernidad y la opulencia. Las puertas automáticas se abrían con un suave zumbido, revelando un vestíbulo amplio cuyos muros de vidrio dispersaban la luz del sol en destellos caleidoscópicos. Con techos altos, lámparas colgantes de diseño minimalista y una recepción de mármol blanco, Oriana se sintió diminuta y, por momentos, fuera de lugar.El murmullo de teclados, las conversaciones en voz baja y el sonido de pasos sobre el piso pulido se entrelazaban en una sinfonía corporativa casi hipnotizante.Ajustándose el bolso al hombro, Oriana se dirigió al mostrador de recepción, donde una joven de gafas y sonrisa profesional le indicó el camino hacia la sala de espera. Allí, la esperaba Anita Lane, responsable de Recursos Humanos y su contacto desde el inicio del proceso.—¡Señorita Hart! —exclamó Anita, levantándose para estrecharle la mano con firmeza.—Por favor, llámame Oriana —respondió ella, devolviendo la sonrisa c
En el sueño…El campo estaba bañado por la luz dorada del sol. La brisa suave hacía que el trigo bailara al compás del viento, mientras Oriana, con sus manos ásperas y marcadas por el trabajo, ajustaba el pañuelo que protegía su cabeza. Sus ojos verdes recorrían el horizonte, buscando distraerse de la monotonía de la cosecha.Fue entonces cuando lo vio.A caballo, con una postura regia y elegante, un hombre inspeccionaba las tierras acompañado por dos soldados que mantenían la distancia detrás de él. Su cabello rubio y corto brillaba al sol, y su semblante era serio, pero había algo en su forma de observar todo a su alrededor que lo hacía parecer diferente a otros nobles que Oriana había visto antes.Ella sintió su corazón acelerarse. Era consciente de que no debía mirarlo directamente; los hombres como él no se mezclaban con personas como ella. Sin embargo, cuando intentó apartar la vista, fue incapaz. Algo en su interior le rogaba que lo siguiera observando, aunque fuera por un segu
El bullicio de la oficina se fue disipando a medida que el reloj avanzaba hacia el mediodía. Oriana estaba sentada frente a su computadora, afinando los últimos detalles de la presentación destinada a un importante cliente internacional. Mientras tanto, Gabriel permanecía en su oficina, aunque en esta ocasión había insistido en trabajar junto a ella, revisando cada punto con una atención casi obsesiva.—Asegúrate de que las proyecciones se alineen con las expectativas de los inversores —indicó Gabriel, inclinándose sobre su escritorio con voz firme. Su presencia imponente siempre lograba intimidarla, aunque también despertaba en ella sentimientos difíciles de explicar.Oriana asintió y se dedicó a ajustar algunos gráficos en su laptop. Pero a medida que revisaba los datos, una sensación extraña comenzó a recorrerla, como si algo en su interior gritara una advertencia inconfundible.—Espera —murmuró, deteniéndose frente a una diapositiva en particular.Gabriel alzó una ceja, intrigado.
La oficina de Gabriel era un santuario de silencio y orden, pero aquella tarde, el ambiente estaba impregnado de tensión. En su correo personal había un mensaje que había ignorado hasta ahora,de una presencia que, implacable, siempre encontraba la forma de colarse en su vida. "Ella" había regresado.Gabriel cerró los ojos, permitiendo que su mente se sumergiera en recuerdos que había deseado olvidar. La imagen de "ella" era imborrable: su cabello oscuro como la noche, ojos penetrantes llenos de secretos y una sonrisa que prometía todo y, a la vez, lo negaba. "Ella" no había sido siempre así; en otro tiempo, algo más inocente se había atisbado en su mirada, pero el poder oscuro que la había reclamado la había transformado, alimentando una obsesión que lo perseguía desde hacía siglos.—Gabriel, mi único amor. Nadie más puede tenerte. El destino lo ha decidido, y no puedes escapar de mí —había resonado en su memoria la última vez que se enfrentaron, en un tono que oscilaba entre súplica