La noche era tranquila, apenas interrumpida por el susurro del viento entre las cortinas de la habitación. Oriana estaba sentada en el borde de la cama, con la luz tenue de la lámpara iluminando sus manos. Sus dedos jugaban con el colgante que colgaba de su cuello, sintiendo el metal frío contra su piel.Era un gesto instintivo, un ancla en medio del torbellino de emociones que la envolvía.El collar.Las cartas.Esos pequeños fragmentos de su vida pasada, que la hacían sentir conectada a algo mucho más grande que ella misma.Gabriel la observaba desde la puerta, apoyado contra el marco con los brazos cruzados. No había dicho nada en los últimos minutos, dándole su espacio, pero cuando vio la nostalgia oscurecer sus ojos, se acercó en silencio.Sus brazos la rodearon desde atrás, su calor envolviéndola como un escudo contra el peso de los recuerdos.—Estás perdida en tus pensamientos otra vez —murmuró contra su oído, su aliento cálido erizándole la piel.Oriana apoyó la cabeza contra
El aroma a papel envejecido impregnaba el aire en la biblioteca. Oriana deslizaba los dedos por el lomo de los libros antiguos, sintiendo una extraña familiaridad con cada uno. Algo dentro de ella le decía que ahí, entre esas páginas olvidadas, encontraría respuestas.A su lado, Anita revisaba los registros con una concentración feroz. Habían llegado allí con la esperanza de encontrar información sobre el pasado de Oriana… pero lo que hallaron fue mucho más de lo que esperaban.—Oriana —susurró Anita, señalando un documento amarillento—. Mira esto.Con el corazón latiéndole con fuerza, Oriana se inclinó sobre el papel y leyó en voz baja:"La familia Hart, humilde pero trabajadora, sufrió una serie de infortunios que llevaron a su completa ruina. La caída comenzó tras la trágica muerte de su hija mayor, Oriana Hart, quien, según relatos de la época, perdió la vida en circunstancias misteriosas tras un escándalo con un noble de alto rango."Oriana sintió un nudo en la garganta."Poco de
El sol aún no había salido del todo cuando Oriana despertó con el cuerpo adolorido. Cada músculo le recordaba el entrenamiento de la noche anterior, pero no le importó. Había descubierto una parte de sí misma que hasta ahora había permanecido dormida, y estaba decidida a explorarla.Se sentó en la cama y pasó los dedos sobre el colgante que colgaba de su cuello. Gabriel seguía dormido en el sillón junto a la ventana, su chaqueta cubriéndolo a medias. No se sorprendió cuando al llegar a su casa lo vio, esperando en la entrada.Había insistido en quedarse con ella después de enterarse lo que encontraron en la biblioteca, y lo que habían estado haciendo hasta tarde con Anita, como si temiera que pudiera desaparecer de nuevo.Oriana se levantó con cuidado, intentando no hacer ruido. Caminó hacia la ventana y la abrió, dejando que el aire fresco de la mañana despejara sus pensamientos.Entonces, lo sintió.El mismo escalofrío que la había recorrido en la oficina cuando "ella" apareció.El
El silencio en la habitación era denso, casi sofocante. Oriana permanecía sentada en el borde de la cama, con la mirada fija en el suelo, mientras Gabriel la observaba con cautela. Aún sentía en su piel el eco de la voz de su madre, la calidez de su mano en la visión… y el peso de la verdad.El pasado estaba cada vez más cerca, y ella no podía permitirse detenerse.—¿Estás bien? —preguntó Gabriel en voz baja.Oriana parpadeó y volvió su mirada hacia él. Sus ojos reflejaban su preocupación, pero también algo más… un miedo latente que nunca desaparecía del todo.—No puedo detenerme ahora —dijo con voz firme, a pesar de la tristeza que aún oprimía su pecho—. Siento que estoy al borde de recordar algo crucial.Gabriel asintió y le tendió la mano. Oriana dudó por un instante, pero luego entrelazó sus dedos con los de él.Entonces, ocurrió.El mundo a su alrededor se difuminó en un remolino de sombras y destellos dorados. El presente se esfumó, y ambos fueron arrastrados por la marea del ti
La luz de la luna se filtraba suavemente por las ventanas del viejo granero, iluminando las vigas de madera desgastada y los sacos de grano apilados en un rincón. Oriana escuchaba su propia respiración entrecortada, mientras las cálidas manos de Gabriel recorrían su rostro con una devoción que le erizaba la piel. Cada gesto era pausado y reverente, como si en cada caricia él quisiera grabar su imagen en la memoria del tiempo.—Te amo —murmuró él, su voz ronca, cargada de una emoción que parecía contener siglos.Ella no pudo articular respuesta. Su garganta se había contraído en un nudo de emociones y su cuerpo temblaba bajo el peso de un amor que parecía salido de un sueño largamente anhelado. Con una mezcla de urgencia y ternura, Gabriel bajó sus labios hasta el cuello de Oriana, dejando un rastro ardiente que provocó un gemido en lo más profundo de su ser. Sus dedos, hábiles y pacientes, exploraron cada centímetro de su piel, exceptuando el delicado collar que siempre la acompañaba
La entrada principal de Blackwood Enterprises era un monumento a la modernidad y la opulencia. Las puertas automáticas se abrían con un suave zumbido, revelando un vestíbulo amplio cuyos muros de vidrio dispersaban la luz del sol en destellos caleidoscópicos. Con techos altos, lámparas colgantes de diseño minimalista y una recepción de mármol blanco, Oriana se sintió diminuta y, por momentos, fuera de lugar.El murmullo de teclados, las conversaciones en voz baja y el sonido de pasos sobre el piso pulido se entrelazaban en una sinfonía corporativa casi hipnotizante.Ajustándose el bolso al hombro, Oriana se dirigió al mostrador de recepción, donde una joven de gafas y sonrisa profesional le indicó el camino hacia la sala de espera. Allí, la esperaba Anita Lane, responsable de Recursos Humanos y su contacto desde el inicio del proceso.—¡Señorita Hart! —exclamó Anita, levantándose para estrecharle la mano con firmeza.—Por favor, llámame Oriana —respondió ella, devolviendo la sonrisa c
En el sueño…El campo estaba bañado por la luz dorada del sol. La brisa suave hacía que el trigo bailara al compás del viento, mientras Oriana, con sus manos ásperas y marcadas por el trabajo, ajustaba el pañuelo que protegía su cabeza. Sus ojos verdes recorrían el horizonte, buscando distraerse de la monotonía de la cosecha.Fue entonces cuando lo vio.A caballo, con una postura regia y elegante, un hombre inspeccionaba las tierras acompañado por dos soldados que mantenían la distancia detrás de él. Su cabello rubio y corto brillaba al sol, y su semblante era serio, pero había algo en su forma de observar todo a su alrededor que lo hacía parecer diferente a otros nobles que Oriana había visto antes.Ella sintió su corazón acelerarse. Era consciente de que no debía mirarlo directamente; los hombres como él no se mezclaban con personas como ella. Sin embargo, cuando intentó apartar la vista, fue incapaz. Algo en su interior le rogaba que lo siguiera observando, aunque fuera por un segu
El bullicio de la oficina se fue disipando a medida que el reloj avanzaba hacia el mediodía. Oriana estaba sentada frente a su computadora, afinando los últimos detalles de la presentación destinada a un importante cliente internacional. Mientras tanto, Gabriel permanecía en su oficina, aunque en esta ocasión había insistido en trabajar junto a ella, revisando cada punto con una atención casi obsesiva.—Asegúrate de que las proyecciones se alineen con las expectativas de los inversores —indicó Gabriel, inclinándose sobre su escritorio con voz firme. Su presencia imponente siempre lograba intimidarla, aunque también despertaba en ella sentimientos difíciles de explicar.Oriana asintió y se dedicó a ajustar algunos gráficos en su laptop. Pero a medida que revisaba los datos, una sensación extraña comenzó a recorrerla, como si algo en su interior gritara una advertencia inconfundible.—Espera —murmuró, deteniéndose frente a una diapositiva en particular.Gabriel alzó una ceja, intrigado.