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Las palabras se asentaron en la mente de Paz como un veneno lento, desgarrándola desde adentro."¿Mi propio padre? ¡Mi propio padre fue el culpable de todo lo que sufrí! Me incriminó… y defendió a mi hermana…"El dolor era como un hierro candente en su pecho, quemándola con cada latido de su corazón.Su mirada se nubló con una mezcla de furia y tristeza. Sentía que algo dentro de ella se rompía una vez más.Terrance tomó su mano con ternura, pero ella la apartó con un brusco movimiento, como si su tacto le quemara.—¿Perdón? ¿Crees que es tan fácil perdonar? —su voz tembló, pero no por debilidad, sino por la ira contenida.Se levantó de la cama, encarando a Terry con ojos centelleantes de rabia y decepción.—¡Me lastimaste! No creíste en mí. Me enviaste a una celda como si fuera una criminal, como si no valiera nada para ti. ¿Y ahora vienes con un simple ‘lo siento’? —soltó una risa amarga—. Terrance Eastwood… ¡Eres un hombre patético! No te voy a perdonar. ¡No te perdonaré nunca!Giró
Deborah estaba frente a Patricia, con la espalda erguida y la mirada afilada.A pesar de que debía guardar reposo absoluto por su embarazo, el odio que ardía dentro de ella le impedía quedarse quieta.No importaba el riesgo, no importaba el cansancio; lo único que importaba era destruir a Paz.Patricia la observaba con una media sonrisa, sosteniendo una copa de vino entre los dedos.Su reputación la precedía: primogénita de un magnate, carácter inestable, una mujer que en otro tiempo habría sido su rival, pero que ahora se convertía en su mejor aliada.—¿Qué piensas hacer con Paz? —preguntó Deborah, su voz era un susurro venenoso.Patricia bebió un sorbo y luego sonrió con malicia.—Esa mujer… —sus ojos brillaron con frialdad—. Cuando termine con ella, deseará estar muerta. Nadie se mete con el hombre que es mío.Deborah sonrió y alzó su copa.Ambas brindaron por su siniestro plan, sellando el destino de Paz con un tintineo de cristal.***En la cabañaLa noche transcurría en un cálido
Terrance sintió cómo sus impulsos lo dominaban, el deseo ardiente de volver a hacerla suya, de reclamarla por completo.Pero al mismo tiempo, una ola de duda lo frenaba. Temía, temía profundamente que, al ceder a sus instintos, la perdería de nuevo.No quería que ella lo odiara, no después de todo lo que había sucedido.Trató de alejarse, de recomponer sus pensamientos, de frenar el torbellino que lo consumía.—Paz… No debo hacerlo.Sus palabras salieron entrecortadas, llenas de arrepentimiento, mientras intentaba enderezarse, tomar control de la situación.Pero ella no estaba dispuesta a dejarlo escapar.La intensidad en sus ojos brillaba con fuerza, su deseo reflejaba la misma lucha interna que él sentía, pero con más urgencia, más necesidad.Paz se levantó lentamente, su cuerpo brillando a la tenue luz de la habitación, y le lanzó una mirada cargada de complicidad.—¿Acaso no sirves como hombre, esposito? —dijo con una media sonrisa, burlándose suavemente, pero su tono estaba impreg
Al día siguiente.Terrance abrió los ojos con pesadez, sintiendo el cuerpo entumecido por la noche anterior. Su mirada recorrió la habitación hasta detenerse en Paz, quien, recién bañada, se vestía de espaldas a él. Su piel aún húmeda brillaba con la luz tenue que se filtraba por la ventana, y su cabello oscuro caía en una maraña húmeda sobre sus hombros.Miró el reloj. Era demasiado temprano.—Ven aquí, mi amor… —su voz sonó suave, casi suplicante—. Vuelve a la cama, aún es temprano.Paz se quedó inmóvil por un segundo. Sus dedos temblaron en el botón de su vestido.No esperaba esas palabras.Por un instante, la imagen de otra realidad cruzó su mente: una donde él la amaba, donde no había resentimientos ni acuerdos fríos, una donde despertaban juntos todas las mañanas y se abrazaban sin miedo.Pero esa no era su realidad.Se giró con frialdad, ocultando la punzada de emoción que la invadió.—Terrance, no digas tonterías. Lo que pasó es solo sexo, no significa nada más que un buen polv
Ernesto Coleman levantó a su esposa del suelo, aun en estado de shock, por lo que acababa de presenciar.La ira se reflejaba en su mirada, pero antes de que pudiera hablar, Patricia, la prometida de Randall, irrumpió en escena con una furia ciega.—¡Eres una loca! ¿Cómo puedes tratar así a mi suegra? —espetó, abalanzándose sobre Paz con los ojos encendidos de rabia.Patricia no solo la odiaba por lo que acababa de hacerle a Margaret, sino porque, en el fondo, la temía.La idea de que Paz tuviera alguna influencia sobre Randall la carcomía por dentro.Paz, sin inmutarse, esbozó una sonrisa ladeada, tan afilada como una daga.—Si me atacan, me defenderé —dijo con frialdad—. No lo duden.Su voz fue un látigo, una advertencia velada que hizo a Patricia apretar los puños con impotencia.Pero detrás de esa postura altiva, Paz sintió un escalofrío recorrerle la espalda.Sabía que la guerra apenas comenzaba y se preguntaba por dónde estaría Randall Coleman¿Acaso ahora la odiaba?En el pasado
Terrance la sostuvo con firmeza mientras la llevaba hasta el auto, sus brazos rodeándola como si quisiera protegerla del mundo entero.La sintió temblar, todavía en shock por el ataque en el estacionamiento.Apenas cerraron la puerta del vehículo, él ordenó al chofer que los llevara a casa de inmediato.Pero Paz, con la respiración agitada y la mente aún revuelta, se aferró a su brazo con desesperación.—¡No puedo irme! —su voz quebrada reflejaba su angustia—. ¡Tengo que buscar a Randall!Las palabras cayeron sobre Terrance como un golpe en el pecho.Su mandíbula se tensó, sus dedos se cerraron en un puño, y sus ojos brillaron con una ira contenida que se mezclaba con un sentimiento mucho más oscuro.Celos.—¿Tanto te importa ese hombre? —preguntó con voz baja, casi peligrosa.El auto arrancó, y la tensión dentro del vehículo se volvió insoportable.—Randall es mi salvador, te guste o no —replicó Paz con dureza—. Me rescató cuando tú... tú me mandaste a matar.Terrance sintió que algo
Martín tomó un trago largo de whisky, el calor del licor cayendo por su garganta mientras una sonrisa cruel se dibujaba en su rostro.Estaba disfrutando de su noche, saboreando la sensación de que las piezas se estaban colocando en su lugar.De repente, el teléfono sonó. Contestó sin pensarlo dos veces, sin saber que esa llamada cambiaría todo.—¡Martín, secuestraron a la esposa del CEO Eastwood! —la voz del guardia de Paz era urgente, pero Martín apenas sintió una pizca de sorpresa.Una sonrisa maliciosa se instaló en su rostro, dejando que la noticia calara en su ser. El whisky hizo que su risa se hiciera aún más perturbadora.Colgó la llamada.—Qué maravilla... —dijo para sí, sin ocultar su satisfacción—. Espero que la maten de una vez y que deje de ser un maldito obstáculo.Cuando volvieron a llamarlo, colgó sin pensarlo dos veces, su corazón palpitando con una mezcla de arrogancia y algo más oscuro.Pero en el mismo momento en que soltó el teléfono, otro guardia irrumpió en la hab
Martín sonrió con disimulo al ver al hombre alejarse. Un peso se levantó de su pecho, pero su alivio duró apenas un instante.Se giró rápidamente y se acercó a un celador, su voz baja pero urgente.—Mata a esos hombres —susurró—. Te pagaré mucho dinero. Solo asegúrate de que no quede rastro de ellos.El celador entrecerró los ojos y esbozó una sonrisa ladeada.—¡Quiero doscientos mil dólares!Martín sintió un escalofrío recorrer su espalda. Era demasiado. Su garganta se secó y tragó saliva con dificultad. Pero no tenía elección.—Está bien —cedió con un suspiro entrecortado—. Dame tu número telefónico. En cuanto tenga el dinero, esta noche, te citaré y me muestras los cuerpos. Quiero pruebas.El hombre sonrió con suficiencia y Martín se alejó con pasos rápidos. Su corazón latía con furia dentro de su pecho, como si presintiera que algo saldría terriblemente mal.Apenas estuvo fuera del alcance del guardia, sacó su teléfono y marcó el número de Deborah. Una vez. Dos veces. Diez veces.N