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Martín sonrió con disimulo al ver al hombre alejarse. Un peso se levantó de su pecho, pero su alivio duró apenas un instante.Se giró rápidamente y se acercó a un celador, su voz baja pero urgente.—Mata a esos hombres —susurró—. Te pagaré mucho dinero. Solo asegúrate de que no quede rastro de ellos.El celador entrecerró los ojos y esbozó una sonrisa ladeada.—¡Quiero doscientos mil dólares!Martín sintió un escalofrío recorrer su espalda. Era demasiado. Su garganta se secó y tragó saliva con dificultad. Pero no tenía elección.—Está bien —cedió con un suspiro entrecortado—. Dame tu número telefónico. En cuanto tenga el dinero, esta noche, te citaré y me muestras los cuerpos. Quiero pruebas.El hombre sonrió con suficiencia y Martín se alejó con pasos rápidos. Su corazón latía con furia dentro de su pecho, como si presintiera que algo saldría terriblemente mal.Apenas estuvo fuera del alcance del guardia, sacó su teléfono y marcó el número de Deborah. Una vez. Dos veces. Diez veces.N
El hombre levantó su mano con la pistola apuntando hacia Paz.Un temblor recorría su brazo, pero fue el grito de su compañero lo que lo hizo vacilar.—¡¿Y si miente?! ¿Y si todo esto es una mentira para salvarse? ¿Y si ella es la verdadera señora Eastwood?La pistola en su mano tembló, la amenaza en el aire era palpable, pero el hombre bajó el arma lentamente.Sus ojos se encontraron con los de Paz, y después de un largo y tenso silencio, le arrancó la venda de la boca.Paz respiró con dificultad, el dolor agudo de la herida en sus labios la hizo temblar por un momento, pero lo que le esperaba era mucho peor. Paz decidió que debía luchar por vivir.—¡Ella miente! —gritó Paz con desesperación, su voz rasgada por el miedo—. ¡Es ella! La verdadera señora Eastwood. ¡Está embarazada del heredero de Eastwood Cruise! ¡Si quieren, llámenlo! Él pagará mucho dinero por ella, ¡pero déjenme ir! ¡Nadie pagará nada por mí!Los hombres se miraron, sorprendidos. No esperaban esa revelación.—¡Miente!
Terry iba en el auto, su mente en un torbellino de desesperación y ansiedad.Cada minuto que pasaba sin saber de Paz lo sentía como una eternidad, y la angustia lo consumía.Su corazón latía con fuerza, como si no pudiera resistir el peso del miedo.De repente, su guardia lo sacó de su ensueño con un grito de esperanza.—¡Señor, tenemos una señal! ¡Es el teléfono de la señora, parece que ha sido encendido, tenemos la ubicación de donde está, es un lugar apartado a las afueras de la ciudad! Creemos que está en peligro.Terry sintió como si su alma regresara a su cuerpo de golpe, pero luego sintió de nuevo terror, la respiración se le aceleró y la tensión que llevaba días se desbordó.—¡Vamos! ¡Tengo que recuperar a mi esposa! —gritó, su voz temblando de desesperación.En ese instante, su mente ya no pensaba en nada más que en Paz, en verla, en abrazarla, en poner fin a ese tormento.Sin perder tiempo, Terrance sacó el teléfono y marcó el número de la niñera.Su voz salió tensa, pero car
Los hombres, con una rapidez fría y calculada, comenzaron a desatar a Deborah.Ella se lanzó hacia su padre, abrazándolo con una sonrisa triunfante, su risa resonando en el aire como una cruel burla hacia Paz.—¡Papito, gracias! Al fin, Paz, al fin ya no serás un estorbo en mi vida. Te robaste a mi prometido, ahora yo te robaré toda tu existencia. Te despediré de tus hijas, y cuando acabe contigo, ellas pronto estarán contigo en el infierno —declaró Deborah con una sonrisa llena de veneno, disfrutando de cada palabra.—¡Malditos! ¡No hagan daño a mis hijas! —gritó Paz, su voz quebrándose en desesperación.David y Deborah salieron de la habitación, sus risas resonando en cada paso que daban.Paz quedó sola, atada y sin esperanza. Sentada en la silla, su mente intentaba procesar la cruel realidad que la rodeaba.«Mi propio padre me odia, me ha entregado a estos monstruos... Si él no me quiere, ni mi madre, ni mi hermana, ¿quién más puede amarme? Moriré aquí, lejos de mis hijas, sin poder
Los hombres de Randall y Terry golpeaban sin piedad a los secuestradores, desquitando en ellos la furia contenida.Sin embargo, Randall alzó una mano, deteniéndolos. No bastaba con hacerles pagar a golpes, él necesitaba respuestas.Tomó un arma y la apuntó directamente a la cabeza del hombre que se retorcía en el suelo con la pierna sangrando.Su voz fue un rugido.—¡Ahora mismo, malditos! ¿Quién ordenó el secuestro?El sujeto tembló y tragó saliva.La sangre empapaba su pantalón, y su respiración era errática.—¡Fue una mujer rica! ¡Dijo que se llamaba Patricia! Nos pagó para matar a la señora Eastwood.Randall sintió que el estómago se le revolvía. Patricia.Su prometida, la mujer con la que querían obligarlo a casarse, esa que llamaban perfecta, era una cruel criminal… ¿Ella había ordenado esto?—¿Alguien más sabía de esto? —su voz era baja, peligrosa.En ese momento, Martín entró y escuchó con claridad la confesión.El otro secuestrador, aterrado, habló sin pensarlo dos veces.—Tra
—¡A partir de hoy, te quiero fuera de mi vida para siempre, Deborah! —rugió Terrance con furia—. Y tú también, David. Ya no seremos socios. ¡Largo de aquí!David y Linda palidecieron, mientras Deborah se derrumbaba en lágrimas.—¡No me hagas esto, Terry! —sollozó ella—. ¡Estoy embarazada!El silencio cayó como una losa en la habitación.Pero los ojos de Terry estaban llenos de desprecio.—Ya no te creo, Deborah —escupió con frialdad—. Quizás ese hijo no sea producto de un ataque, sino de una aventura.Deborah se quedó sin palabras, su rostro descompuesto por la incredulidad.¿Cómo podía dudar de ella cuando siempre creyó en sus mentiras?A unos metros, Martín había presenciado toda la escena.Bajó la mirada, sorprendido.Quería intervenir, quería defender a la mujer que amaba, pero cualquier palabra dicha en vano podría traer la ruina para todos.Así que se quedó en silencio, sintiendo cómo su corazón se partía en mil pedazos.En ese instante, la puerta se abrió de golpe y un doctor en
—¡Maravilloso, doctor! —exclamó David con una sonrisa gélida—. Acaba de devolverme la vida. Pero antes de decidir si donaré o no… ¿Puede dejarnos a solas? Me gustaría hablar con estos caballeros en privado.El médico se quedó perplejo. Había visto de todo en su carrera, pero nunca a un padre tan frío, hablando con tanta indiferencia sobre la vida de su propia hija.Lo miró con desconfianza, pero asintió con un suspiro resignado antes de salir del consultorio.El aire en la habitación se volvió espeso. Terrance sentía que su mundo se desmoronaba, sus manos se cerraron en puños, intentando contener su furia.Randall, a su lado, mantenía una mirada afilada, listo para atacar si era necesario.—¿Qué quieres, David? —gruñó Terrance, con la mandíbula tensa—. ¡Habla de una vez y deja de jugar con esto!David sonrió con malicia, disfrutando el poder que tenía en ese momento.Se giró levemente hacia su hija, Deborah, quien lo observaba con la misma sonrisa siniestra.—Sabía que serías razonable
Terrance Eastwood estaba completamente agotado, pero aún había algo en su interior que lo mantenía en pie.El compromiso que acababa de asumir con Deborah Leeman lo estaba destrozando por dentro, pero su amor por Paz, su sufrimiento, lo mantenían firme.El contrato estaba firmado, y el destino de su familia pendía de un hilo.Si todo salía bien, Paz viviría, pero si algo salía mal… no quería ni pensarlo.«Por Paz», pensaba mientras firmaba el acuerdo sin mostrar emoción alguna.Era como si firmara su alma al diablo. El futuro de su amor, de su vida, estaba sellado con esas palabras.Debería divorciarse de Paz, casarse con Deborah y darle toda su fortuna. Todo eso por un trasplante que ni siquiera sabía si salvaría a la mujer que amaba.El contrato estaba claro: Si Paz no sobrevivía o el trasplante fallaba, todo quedaba anulado. Pero si la cirugía tenía éxito y Paz sobrevivía tres meses, la boda con Deborah sería inevitable.Y aun entonces, si Terrance no se casaba, ella debía recibir l