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Ernesto Coleman levantó a su esposa del suelo, aun en estado de shock, por lo que acababa de presenciar.La ira se reflejaba en su mirada, pero antes de que pudiera hablar, Patricia, la prometida de Randall, irrumpió en escena con una furia ciega.—¡Eres una loca! ¿Cómo puedes tratar así a mi suegra? —espetó, abalanzándose sobre Paz con los ojos encendidos de rabia.Patricia no solo la odiaba por lo que acababa de hacerle a Margaret, sino porque, en el fondo, la temía.La idea de que Paz tuviera alguna influencia sobre Randall la carcomía por dentro.Paz, sin inmutarse, esbozó una sonrisa ladeada, tan afilada como una daga.—Si me atacan, me defenderé —dijo con frialdad—. No lo duden.Su voz fue un látigo, una advertencia velada que hizo a Patricia apretar los puños con impotencia.Pero detrás de esa postura altiva, Paz sintió un escalofrío recorrerle la espalda.Sabía que la guerra apenas comenzaba y se preguntaba por dónde estaría Randall Coleman¿Acaso ahora la odiaba?En el pasado
Terrance la sostuvo con firmeza mientras la llevaba hasta el auto, sus brazos rodeándola como si quisiera protegerla del mundo entero.La sintió temblar, todavía en shock por el ataque en el estacionamiento.Apenas cerraron la puerta del vehículo, él ordenó al chofer que los llevara a casa de inmediato.Pero Paz, con la respiración agitada y la mente aún revuelta, se aferró a su brazo con desesperación.—¡No puedo irme! —su voz quebrada reflejaba su angustia—. ¡Tengo que buscar a Randall!Las palabras cayeron sobre Terrance como un golpe en el pecho.Su mandíbula se tensó, sus dedos se cerraron en un puño, y sus ojos brillaron con una ira contenida que se mezclaba con un sentimiento mucho más oscuro.Celos.—¿Tanto te importa ese hombre? —preguntó con voz baja, casi peligrosa.El auto arrancó, y la tensión dentro del vehículo se volvió insoportable.—Randall es mi salvador, te guste o no —replicó Paz con dureza—. Me rescató cuando tú... tú me mandaste a matar.Terrance sintió que algo
Martín tomó un trago largo de whisky, el calor del licor cayendo por su garganta mientras una sonrisa cruel se dibujaba en su rostro.Estaba disfrutando de su noche, saboreando la sensación de que las piezas se estaban colocando en su lugar.De repente, el teléfono sonó. Contestó sin pensarlo dos veces, sin saber que esa llamada cambiaría todo.—¡Martín, secuestraron a la esposa del CEO Eastwood! —la voz del guardia de Paz era urgente, pero Martín apenas sintió una pizca de sorpresa.Una sonrisa maliciosa se instaló en su rostro, dejando que la noticia calara en su ser. El whisky hizo que su risa se hiciera aún más perturbadora.Colgó la llamada.—Qué maravilla... —dijo para sí, sin ocultar su satisfacción—. Espero que la maten de una vez y que deje de ser un maldito obstáculo.Cuando volvieron a llamarlo, colgó sin pensarlo dos veces, su corazón palpitando con una mezcla de arrogancia y algo más oscuro.Pero en el mismo momento en que soltó el teléfono, otro guardia irrumpió en la hab
Martín sonrió con disimulo al ver al hombre alejarse. Un peso se levantó de su pecho, pero su alivio duró apenas un instante.Se giró rápidamente y se acercó a un celador, su voz baja pero urgente.—Mata a esos hombres —susurró—. Te pagaré mucho dinero. Solo asegúrate de que no quede rastro de ellos.El celador entrecerró los ojos y esbozó una sonrisa ladeada.—¡Quiero doscientos mil dólares!Martín sintió un escalofrío recorrer su espalda. Era demasiado. Su garganta se secó y tragó saliva con dificultad. Pero no tenía elección.—Está bien —cedió con un suspiro entrecortado—. Dame tu número telefónico. En cuanto tenga el dinero, esta noche, te citaré y me muestras los cuerpos. Quiero pruebas.El hombre sonrió con suficiencia y Martín se alejó con pasos rápidos. Su corazón latía con furia dentro de su pecho, como si presintiera que algo saldría terriblemente mal.Apenas estuvo fuera del alcance del guardia, sacó su teléfono y marcó el número de Deborah. Una vez. Dos veces. Diez veces.N
El hombre levantó su mano con la pistola apuntando hacia Paz.Un temblor recorría su brazo, pero fue el grito de su compañero lo que lo hizo vacilar.—¡¿Y si miente?! ¿Y si todo esto es una mentira para salvarse? ¿Y si ella es la verdadera señora Eastwood?La pistola en su mano tembló, la amenaza en el aire era palpable, pero el hombre bajó el arma lentamente.Sus ojos se encontraron con los de Paz, y después de un largo y tenso silencio, le arrancó la venda de la boca.Paz respiró con dificultad, el dolor agudo de la herida en sus labios la hizo temblar por un momento, pero lo que le esperaba era mucho peor. Paz decidió que debía luchar por vivir.—¡Ella miente! —gritó Paz con desesperación, su voz rasgada por el miedo—. ¡Es ella! La verdadera señora Eastwood. ¡Está embarazada del heredero de Eastwood Cruise! ¡Si quieren, llámenlo! Él pagará mucho dinero por ella, ¡pero déjenme ir! ¡Nadie pagará nada por mí!Los hombres se miraron, sorprendidos. No esperaban esa revelación.—¡Miente!
Terry iba en el auto, su mente en un torbellino de desesperación y ansiedad.Cada minuto que pasaba sin saber de Paz lo sentía como una eternidad, y la angustia lo consumía.Su corazón latía con fuerza, como si no pudiera resistir el peso del miedo.De repente, su guardia lo sacó de su ensueño con un grito de esperanza.—¡Señor, tenemos una señal! ¡Es el teléfono de la señora, parece que ha sido encendido, tenemos la ubicación de donde está, es un lugar apartado a las afueras de la ciudad! Creemos que está en peligro.Terry sintió como si su alma regresara a su cuerpo de golpe, pero luego sintió de nuevo terror, la respiración se le aceleró y la tensión que llevaba días se desbordó.—¡Vamos! ¡Tengo que recuperar a mi esposa! —gritó, su voz temblando de desesperación.En ese instante, su mente ya no pensaba en nada más que en Paz, en verla, en abrazarla, en poner fin a ese tormento.Sin perder tiempo, Terrance sacó el teléfono y marcó el número de la niñera.Su voz salió tensa, pero car
Los hombres, con una rapidez fría y calculada, comenzaron a desatar a Deborah.Ella se lanzó hacia su padre, abrazándolo con una sonrisa triunfante, su risa resonando en el aire como una cruel burla hacia Paz.—¡Papito, gracias! Al fin, Paz, al fin ya no serás un estorbo en mi vida. Te robaste a mi prometido, ahora yo te robaré toda tu existencia. Te despediré de tus hijas, y cuando acabe contigo, ellas pronto estarán contigo en el infierno —declaró Deborah con una sonrisa llena de veneno, disfrutando de cada palabra.—¡Malditos! ¡No hagan daño a mis hijas! —gritó Paz, su voz quebrándose en desesperación.David y Deborah salieron de la habitación, sus risas resonando en cada paso que daban.Paz quedó sola, atada y sin esperanza. Sentada en la silla, su mente intentaba procesar la cruel realidad que la rodeaba.«Mi propio padre me odia, me ha entregado a estos monstruos... Si él no me quiere, ni mi madre, ni mi hermana, ¿quién más puede amarme? Moriré aquí, lejos de mis hijas, sin poder
Los hombres de Randall y Terry golpeaban sin piedad a los secuestradores, desquitando en ellos la furia contenida.Sin embargo, Randall alzó una mano, deteniéndolos. No bastaba con hacerles pagar a golpes, él necesitaba respuestas.Tomó un arma y la apuntó directamente a la cabeza del hombre que se retorcía en el suelo con la pierna sangrando.Su voz fue un rugido.—¡Ahora mismo, malditos! ¿Quién ordenó el secuestro?El sujeto tembló y tragó saliva.La sangre empapaba su pantalón, y su respiración era errática.—¡Fue una mujer rica! ¡Dijo que se llamaba Patricia! Nos pagó para matar a la señora Eastwood.Randall sintió que el estómago se le revolvía. Patricia.Su prometida, la mujer con la que querían obligarlo a casarse, esa que llamaban perfecta, era una cruel criminal… ¿Ella había ordenado esto?—¿Alguien más sabía de esto? —su voz era baja, peligrosa.En ese momento, Martín entró y escuchó con claridad la confesión.El otro secuestrador, aterrado, habló sin pensarlo dos veces.—Tra