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Arleth sonrió con satisfacción, cruzando los brazos sobre su pecho mientras observaba a Eugenio.Su corazón latía con fuerza, pero no por nerviosismo, sino por la emoción de saberse victoriosa.«Por fin hiciste algo bien, Mia. Te largarás y me dejarás el camino libre. No me importa cuán rica seas. Mientras Eugenio tenga dinero y un futuro prometedor, tú puedes irte al infierno.»Contuvo una carcajada. Oh, cómo disfrutaba ese momento.Mia, la "esposa perfecta", la "mujer intachable", estaba fuera del juego.Y Eugenio, su Eugenio, tarde o temprano, aprendería a amarla y con eso tendría dinero estable y seguro.Sin embargo, su sonrisa se desvaneció cuando lo vio.Eugenio apretaba los papeles del divorcio con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Su rostro estaba desencajado, su mandíbula apretada y sus ojos oscuros brillaban con rabia.—¡No voy a permitir que me dejes! —rugió—. ¡No lo acepto, Mia!Dio un paso hacia la puerta, decidido a salir corriendo, a buscarla, a hacer lo
—¡Mia, por favor!La voz de Eugenio se quebró en una súplica desesperada, pero Mia apenas lo miró.Sus ojos, antes llenos de amor y ternura por él, ahora eran severos, fríos, impenetrables.Con un movimiento firme, soltó su mano.—Mañana podemos hablar de esto. Ahora no.Eugenio titubeó.Su mente aún trataba de entender lo que estaba pasando, pero asintió.—¡Haré lo que sea! —insistió, con la ansiedad, apretándole el pecho. Pero sintió un pequeño destello de esperanza.Mia entrecerró los ojos, midiendo sus palabras con cuidado.—Entonces, te veré en la suite del hotel donde te estás quedando. Cenemos. Pero no solo tú y yo. Quiero que tu familia esté ahí… y ella también. Arleth. Quiero que me demuestres frente a todos que serás diferente, como tanto dices.Eugenio sintió que su corazón daba un vuelco. ¿Era una oportunidad? ¿O una trampa? Pero no le importaba.Si eso significaba recuperar a Mia, lo haría.—¡Lo haré! —exclamó con la voz teñida de desesperación—. Haré lo que sea.La tensió
Al día siguiente, por la noche,Mia estaba lista para asistir al encuentro. Cada paso que daba sentía el peso de la angustia acumulada en su pecho, pero no había marcha atrás.Era hora de enfrentarse a la verdad, y todo lo que podía hacer era mantener la calma.—Hermana, déjame acompañarte.Mia titubeó. Miró a su hermano, los ojos brillando con una mezcla de preocupación y expectación.Sabía que Gabriel nunca podía quedarse atrás, que siempre deseaba involucrarse, pero esta vez el riesgo era mucho mayor.Finalmente, Mia asintió, con una sonrisa forzada.—Bien, pero esperarás afuera.Gabriel, por su parte, parecía satisfecho con la idea.Llevaba consigo a sus fieles guardias, y para mayor seguridad, su primo Ryan también lo acompañaría.El ambiente estaba cargado de tensiones no dichas, un nerviosismo palpable que se reflejaba en cada uno de sus movimientos.Al llegar al edificio, Mia les pidió que se quedaran en el vestíbulo, en un intento por mantener la calma y darles algo de espacio
Eugenio apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.Su mirada fulminante se clavó en Arleth, quien, al percatarse de su furia, pareció encogerse en su propio cuerpo, temblando.El miedo la paralizaba. Sabía lo que se avecinaba.Pero Eugenio no pudo contenerse. Con un rugido de rabia, se abalanzó sobre ella, sujetándola del cuello con ambas manos.—¡Embustera! ¡Traidora, maldita! —su voz resonó como un trueno en la habitación.Arleth jadeó, su rostro enrojecido, sus ojos desorbitados suplicando clemencia.—¡Eugenio, suéltala! —gritó Mia, corriendo hacia él—. ¡No vale la pena!La voz de Mia fue la única ancla que lo hizo regresar a la realidad. Respiró con dificultad y aflojó la presión, dejando caer a Arleth como un trapo viejo.—¡Vete! —rugió—. ¡Vete de aquí antes de que me arrepienta de soltarte!Arleth tosió desesperadamente, su pecho agitándose con espasmos de aire.Con lágrimas en los ojos, se arrastró hasta los pies de Eugenio, aferrándose a su pantalón
Mia, Gabriel y Ryan entraron al bar con la intención de celebrar.La victoria que acababan de conseguir merecía un brindis, aunque ninguno de ellos imaginaba que la noche terminaría de forma tan amarga.—Brindemos por la maldad descubierta —dijo Ryan con una sonrisa que apenas ocultaba el agotamiento.Chocaron sus copas y bebieron sin titubear. Pero justo cuando el alcohol comenzaba a calentar sus gargantas, un sonido los detuvo. Sus teléfonos vibraron al mismo tiempo. Una notificación, una invitación.Ryan sintió un nudo en la garganta. Sus manos temblaron al abrir el mensaje. Su mirada se oscureció y un brillo de tristeza lo delató.Era la invitación a la boda de Arly y Francisco.El mundo pareció derrumbarse a su alrededor. Era como si la realidad le arrebatara el aire. Sintió que se ahogaba, que se desangraba desde dentro.—Debo irme —susurró con voz ronca, poniéndose de pie abruptamente.Gabriel lo miró con preocupación. Sabía exactamente lo que pasaba. Sabía que Ryan estaba al bo
Mia empujó a Eugenio con tal fuerza que rompió el beso en seco. La ira la invadió como un torrente, oscureciendo su visión. Su respiración era rápida y entrecortada, el corazón golpeando furiosamente contra su pecho.—¡No, Eugenio! —su voz temblaba, pero la rabia la mantenía firme—. ¿De verdad crees que un beso puede solucionar todo el dolor que me diste? Esto acabó, ya no hay más que hablar, déjame ir.Con esas palabras, Mia se dio la vuelta y salió del bar sin mirar atrás.Su cuerpo se movía con determinación, aunque por dentro sentía que todo su ser se desmoronaba.En el fondo, el amor aún latía, pero la traición lo había herido de tal manera que no podía concebir perdonarlo.Eugenio, por un momento, permaneció en su lugar, mirando cómo ella se alejaba. El peso de sus propios errores lo aplastaba. Sintió que las fuerzas lo abandonaban.Se apresuró a seguirla, pero al llegar al estacionamiento, vio cómo Mia subía al auto, acompañada por los guardias. Era demasiado tarde. Ella se marc
Eugenio negó con desesperación, sus ojos llenos de súplica.—¡No, Mia! No quiero perderte, te amo, por favor, no…Mia bajó la mirada, luchando por mantener el control.—Quiero el divorcio, Eugenio. Esto va a ser por las buenas o por las malas, tú decides.Eugenio tragó saliva, sintiendo el peso de sus propias palabras ahogándolo.—¿Es lo que realmente quieres? ¿De verdad no hay ni un atisbo de oportunidad para nosotros?Mia lo miró fijamente a los ojos, y por un momento, su corazón vaciló.Pero los recuerdos, como fantasmas que no la dejaban en paz, comenzaron a invadirla.Recordó los días felices, esos momentos que una vez compartieron en el calor de la complicidad, cuando todo parecía perfecto, cuando él la hacía sentir especial.Pero esos días ya no pesaban tanto como los tristes, como las heridas abiertas que Eugenio había dejado en su alma.Recordó la vez que más lo necesitó, cuando estuvo a punto de irse y él la dejó ir, sin intentar detenerla. Ese silencio hiriente fue todo lo q
Mila abofeteó a Francisco con una fuerza que resonó en la habitación.El golpe no solo dejó una marca roja en su mejilla, sino que también fracturó el aire entre ellos, cargándolo de una tensión imposible de ignorar.Francisco la miró con incredulidad, llevando una mano a su rostro adolorido. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, reflejaban un atisbo de sorpresa, como si no pudiera creer que ella hubiera tenido el valor de hacerle frente.—¡Vete al infierno! —escupió Mila, su voz quebrada por la ira y el dolor—. Me traicionaste… ¡Y ahora vienes con esto! No vuelvas a dirigirme la palabra.Francisco tardó un segundo en reaccionar. Su expresión de asombro se transformó en una de furia contenida, pero antes de que pudiera moverse, las puertas se abrieron de golpe.Un grupo de guardias irrumpió en la sala y lo sujetó con firmeza por los brazos.—¡¿Qué demonios hacen?! ¡Suéltenme! —rugió Francisco, forcejeando con una mezcla de rabia y desesperación.Mila también se sorprendió.Todo h